Ambas se miraron durante un momento, agitadas por emociones hechas de morbo, calentura y alegría. Claudia sintió algo parecido al afecto al estar otra vez ante quien reconoció en ese instante como su legítima dueña, la mujer que la había iniciado en la sumisión y hecho de ella una esclava, una auténtica esclava. Sin importarle que alguien pudiera verla, se arrodilló y besó la mano que Blanca había extendido al comprender la intención de la joven.
Mientras subían en el ascensor, la señora le preguntó por la cachorra:
-Está muy bien, Ama... ¿Sabe?, pudo cazar a esa Paola y la trajo acá ayer. Pasaron cosas que después le contaremos, pero creo que la chica está enamorada de Lau y seguramente usted podrá hacerla su esclava... si a usted le interesa, claro...
-Claro que me interesa si está tan buena como me dijo la cachorra, pero ya habrá tiempo para hablar de eso, ahora lo que quiero es encargarme de la turra de Inés y hacerle pagar muy caro lo que me hizo. –dijo Blanca y cuando Claudia la miró vio que los ojos de su Ama brillaban de odio.
-¿Dónde la tienen? –preguntó la señora en cuanto entraron al departamento.
-Venga por aquí, Ama. –dijo Claudia y la condujo a la habitación sado.
Al entrar, Blanca lanzó una exclamación mientras sus ojos deslumbrados iban de un lado a otro mirándolo todo con avidez hasta posarse en su ex amiga, a la que veía de espaldas en el cepo.
La cachorra, que estaba sentada en el camastro, fue hasta ella con una expresión de alegría y se arrodilló para saludarla besándole la mano.
-Me hace feliz verla, señora... –dijo con esa vocecita infantil que siempre había fascinado a Blanca.
-A mí también me gusta reencontrarte, cachorra. –le dijo sincera mientras con una seña le indicaba que se pusiera de pie. Después se acercó lentamente a Inés y le miró las nalgas, con esa pequeña herida de la cual partía un hilo de sangre ya coagulada.
-Ja, parece que estuvieron dándole duro...
-Sí, Ama, me puse como loca al saber que quería robarme, despojarme de esas dos casas que papá pudo comprar con un esfuerzo muy grande, trabajando como un burro durante años y años. –dijo Claudia y agregó mirando al piso: -Castígueme si cometí una falta, se lo suplico, Ama.
-No, Claudia, no cometiste ninguna falta, al contrario, estuviste muy bien. Pero lo que le hiciste a esta turra de mierda es sólo el comienzo de lo que le espera conmigo. –dijo Blanca y con pasos deliberadamente lentos rodeó el cepo hasta quedar frente a Inés, que enderezó la cabeza y la miró con el miedo reflejado en sus ojos.
-Hola, amiga... –le dijo Blanca sonriendo cruelmente y acentuando esa palabra con un tono burlón.
-Blanca, yo... –balbuceó Inés intentando explicar lo inexplicable.
La señora la tomó del pelo y le cruzó la cara de una cachetada, luego de lo cual siguió hablando con ese tono tranquilo que sin embargo sonaba inquietante:
-¿Sabés, Inesita? Te estuve mirando el culo... ¡Cómo te lo dejaron las chicas!...
-¡Esas pu...! –se exaltó la peluquera al recordar el castigo que había soportado.
Blanca, sin ninguna alteración aparente, le dio otra cachetada aún más fuerte que la anterior.
-Lo que las chicas te hicieron no fue nada, amiga, comparado con lo que yo voy a hacerte.
En los ojos de Inés brilló el terror y al advertirlo, la señora se dijo que era el momento de comenzar su venganza.
Se apartó de su indefensa víctima y observó durante un rato todos los objetos que había en los estantes y las paredes: instrumentos de azotar, dildos, vibradores, hasta que reparó en los velones cuyo uso como elementos de castigo había descubierto cierta vez en una de las páginas de Internet que solía frecuentar.
Sentadas en el camastro, Claudia y Laura la miraban expectantes y poseídas por una oscura excitación.
Blanca tomó uno de los velones, de color rojo, y le preguntó a Claudia:
-¿Hay fósforos aquí?
-En la cocina, Ama. –contestó la esclava incorporándose.
-Traelos. –ordenó la señora y un instante después tenía en su mano el velón encendido.
Mientras tanto, Inés sentía que el miedo iba creciendo en ella a tal punto que se decidió a intentar una salida desesperada:
-Blanca, por favor, escuchame... –dijo.
-Lo que quiero escuchar son tus gritos cuando yo empiece a darte lo que te ganaste, amiga. –le contestó la señora mirando como la cavidad superior del velón empezaba a llenarse de cera ardiente.
-¡Blanca, escuchame! –insistió Inés y entonces la señora, casi como al descuido, le pegó otra cachetada.
-¿Con cuál de estos hermosos instrumentos la azotarías, Claudia? –la consultó el Ama. La esclava, después de una larga mirada se decidió por un strapp negro de buen grosor y unos 10 centímetros de ancho por 40 de largo.
Blanca lo tomó de la pared, lo estudió durante un momento y dictaminó:
-Mmmm... buena elección, perra Claudia... me imagino que esto debe doler mucho...
Ante la inminencia del castigo Inés gritó:
-¡Blanca, por favor escuchame! ¡Te doy plata! ¡Dejame libre y te doy plata! ¡Mucha plata para pagarte lo que te hice!
La respuesta de la señora fue una carcajada estremecedora.
-¿Plata?... ay, amiga, no necesito tu plata... lo que quiero de vos es tu miedo, tu sufrimiento, tu angustia, tus súplicas inútiles, tu llanto... y todo eso es lo que voy a tener...
Claudia y la cachorra asistían presas de una extraña y profunda fascinación al desarrollo de los acontecimientos. Jamás habían vivido semejante nivel de sadismo y se sentían envueltas en una morbosa excitación.
En ese momento la señora le ordenó a Claudia que vendara los ojos de Inés y la esclava lo hizo ayudada por Laura, que sujetó la cabeza de la peluquera cuando ésta empezó a moverla angustiada de un lado al otro, entre ruegos vanos.
-Muy bien, ahora sí la tenemos lista. –dijo Blanca y comprobó que la cera acumulada en el velón ya era suficiente. Lo fue inclinando entonces lentamente a sólo cinco centímetros del culo de Inés y la cera ardiente comenzó a caer.
La peluquera corcoveó en medio de un quejido al sentir la primera quemazón y después se puso a gritar mientras Blanca iba escribiendo muy despacio sobre la carne la palabra "puta", con la primera sílaba en la nalga izquierda y la restante en la derecha.
Después, deleitándose con las expresiones de dolor y movimientos inútiles de su víctima, que transpiraba de miedo apresada en el cepo, siguió quemándole el trasero con puntos que terminaron formando un círculo alrededor de la leyenda.
Blanca contempló su obra con una sonrisa perversa:
-¿Arde, puta? –preguntó inclinándose sobre Inés.
-Por favor, Blanca... por favor, basta... –jadeó la peluquera obteniendo como respuesta una carcajada.
-¿Basta?... ¿Pero qué decís, Inés? Si esto recién está empezando... ¿Acaso tenés alguna cita? –se burló. –Si es así lo siento, amiga, porque esta noche no vas a ir a ningún lado... –y de inmediato le dio el primer azote con el strapp.
-¡¡aaaaayyyyyyyyyyyyy!!
Hizo una pausa para gozar de ese grito y después siguió azotándola con fuerza, poseída de un deseo de venganza que no decrecía.
Inés gritaba y lloraba al mismo tiempo empapando la venda que le cubría los ojos y aumentando así el placer que Blanca sentía al martirizarla. El culo de la pobre se veía ya bien rojo, inflamado por todas partes y no había rastros de la palabra que había sido escrita con cera ardiente.
Blanca palpó ambas nalgas y luego las pellizcó, haciendo gritar a Inés. Respirando agitada devolvió el strapp a su sitio y tomó el velón para después volver a colocarse a espaldas de la peluquera, que olvidándose de todo orgullo sollozaba quedamente.
-Qué pena... –dijo Blanca afectando un tono de fingida lamentación y mirando a sus recuperadas esclavas que habían contemplado el castigo poseídas por un intenso morbo. –Se ha borrado la leyenda... -¿ustedes qué piensan? ¿debo volver a escribirla?
-¡¡¡Nooooooooooooooooo!!! ¡¡¡Noooooooooooooooooooooo!!! –aulló Inés al advertir de qué se estaba hablando. La cachorra miró a Claudia y ésta dijo con tono sombrío:
-Sí, Ama, escríbala otra vez...
Blanca sonrió cruelmente y con deliberada lentitud fue acercando el velón hasta comenzar a inclinarlo a escasos centímetros del ya muy maltratado culo.
La cera empezó a dibujar sobre la nalga izquierda la primera letra y entonces la peluquera lanzó un alarido estremedor balanceándose de un lado al otro limitada por el cepo y la cuerda que le amarraba los tobillos. El dolor que la cera ardiente provocaba al contacto con la piel irritadísima era tan extremo que cuando la palabra "puta" fue completada empezó a sentir vahídos y se desvaneció.
Blanca permaneció un momento mirando esa figura exánime, con las piernas dobladas, vencida, y las ampollas que empezaban a formarse en las nalgas por las quemaduras de la vela.
-¿Pagó bien caro lo que hizo, ¿cierto, Ama? –dijo Claudia recobrándose de una suerte de trance en el que la había sumido la última escena.
-Todavía falta. –le contestó Blanca con un tono que estremeció a la esclava y cuando minutos más tarde Inés comenzó a despertar, tomó una de las varas para completar el castigo.
Se paró ante ella vara en mano y le enderezó la cabeza tomándola del pelo.
-¿Qué... qué vas a... qué vas a hacerme ahora?... no puedo más... –le dijo Inés con voz apenas audible.
-Voy a despellejarte el culo a varillazos. –fue la brutal respuesta de Blanca, que volvió a colocarse detrás de su víctima. Hizo silbar la vara en el aire varias veces, alzó después el brazo y asestó el primer golpe. Inés estaba tan debilitada que aunque el dolor fue tremendo sólo tuvo fuerzas para exhalar un gemido.
Blanca quería que la leyenda escrita sobre las nalgas no se borrara, de manera que apuntaba cada azote a las zonas circundantes, donde en medio del rojo carmesí empezaron a verse líneas blancas que poco después se convirtieron en heridas de las cuales comenzó a manar la sangre.
Inés se sentía desfallecer, atormentada por un sufrimiento indescriptible que se traducía en gemidos dolientes y la iba arrastrando a un nuevo desvanecimiento. Cuando volvió a perder el sentido, Blanca miró con expresión sádica ese fluir de sangre e hizo que las esclavas sacaran del cepo a la peluquera y la echaran boca abajo en el camastro, con la almohada doblada en dos debajo del vientre.
-Átenle las manos y los pies a las cuatro puntas. –ordenó, y cuando tuvo a la mujer así sujeta fue hasta la pared donde estaban los diversos instrumentos de azotar y luego de mirarlos reiteradas veces eligió un látigo con un mango de cuatro centímetros de ancho y punta redondeada. Lo descolgó del muro y empuñándolo con firmeza se acercó al camastro sonriendo diabólicamente.
Inés seguía desvanecida, pero Blanca comenzó a darle bofetadas y la peluquera fue recobrando el sentido entre quejidos y expresiones confusas. Cuando recuperó plenamente la conciencia volvió a ser presa del terror ante la situación en que se encontraba.
Blanca, que le había quitado la venda de los ojos, la tenía tomada del pelo y con la cabeza hacia arriba, obligándola a mirarla.
Le acercó el látigo a la cara e Inés suplicó con la voz quebrada:
-Por favor, Blanca, no me... no me azotes más... no me azotes más...
-Pero no, querida, si no voy a azotarte... Voy a usar este precioso juguete de otra manera... –y se sentó en el borde del camastro.
-Claudia, abrile las nalgas. –ordenó. La esclava lo hizo y el solo contacto de las manos sobre su maltratado trasero hizo gemir de dolor a Inés.
Blanca apoyó entonces el extremo del mango en el orificio anal y la peluquera, dándose cuenta de lo que se venía comenzó a gritar desesperada:
-¡Nooooooooooo! ¡¡¡No, Blanca, noooooooo!!!!
-Sí, querida, sí... –dijo la señora con tono suave y helado, y empezó a presionar el mango contra el pequeño orificio mientras Inés se revolvía impotente y aterrorizada en sus ataduras. Claudia ayudaba estirando hacia afuera con sus dedos el diminuto agujero hasta que finalmente el extremo del mango comenzó a introducirse dificultosamente. Blanca fue empujando sin pausa y a cada centímetro que el duro ariete avanzaba era mayor el sufrimiento de Inés, que gritaba y suplicaba con el cuerpo bañado en sudor frío. La dilatación del agujero ya era tanta que al fin se produjo un desgarrón del cual comenzó a manar la sangre justo cuando la peluquera, después de proferir un aullido, volvía a desmayarse.
Claudia y Laura permanecían en silencio, agitadas por fuertes emociones. Blanca había vencido, demostrando más poder que Inés y exhibiendo, además, una ética que la otra no tenía. Blanca no iba a estafar a Claudia robándole sus casas. Blanca era un Ama auténtica, no una vulgar delincuente.
En esas cavilaciones estaban cuando la señora les dijo:
-Bueno, ahora sí he terminado con esta miserable. Ahora sí me cobré lo que me hizo, así que prepárense para irnos.
-Sí, Ama. –respondieron casi al unísono.
Luego ambas debieron hacer sus maletas mientras Blanca elegía algunos objetos que había decidido llevarse, como dildos, vibradores, pezoneras, mordazas, esposas, algún látigo, el strapp que había usado en el culo de Inés, dos collares con cadena, unas cuantas cuerdas y la máquina. Metió todo en un bolso grande que encontró en el placard de la habitación de la peluquera y fue al living a consultar la guía telefónica en busca de una agencia de fletes, habida cuenta de que un taxi sería insuficiente para trasladar tantos bultos.
Una hora después estaba de regreso en su casa, con las maletas, el bolso y sus dos esclavas en la caja del rastrojero.
El chofer ayudó a Claudia y a la cachorra a dejar todo en la puerta de la casa y luego entre ambas trasladaron las maletas y el bolso al living, donde la señora esperaba arrellanada en el sofá, profundamente satisfecha con el éxito de la misión que le había permitido recuperar a sus perras y vengarse de Inés.
Les ordenó a ambas que se arrodillaran ante ella y que le contaran todo lo ocurrido desde que fueron secuestradas.
Cuando Claudia y Laura terminaron de describir los hechos, Blanca les dijo:
-Hay cosas que apruebo, perras, como eso de hacerlas renunciar a sus trabajos, prostituirlas y que vos, cachorra, sigas yendo a la facultad para ver de seducir chicas y traérmelas. Y ahora voy a contarles mis novedades. –hizo una pausa para estudiar la reaccionar de las perras ante los planes que tenía para ellas y al ver que seguían tranquilas, prosiguió:
-Mi esposo murió hace unos días en un accidente automovilístico en La Rioja. Al saberlo me sentí muy mal...
En ese momento, Claudia quiso intentar algún consuelo, pero la señora la detuvo con un gesto:
-No digas nada. Fueron más de veinte años juntos y sufrí con su muerte, pero estoy asumiendo ese dolor, el destino es así. Lo cierto es que dejó un seguro de vida muy suculento y además cobraré mensualmente una buena pensión que sumada a los ingresos por la prostitución de ustedes me permitirá vivir sin ningún sobresalto, y tampoco a ustedes va a faltarles nada. Voy a vender esta casa y con el dinero que saque más una parte del seguro compraré otra más grande donde vivamos las tres, con un cuarto para cada una de ustedes y que allí atiendan a las clientas. Mientras tanto vos te volvés a tu casa, Claudia, y vos, cachorra, vas a vivir aquí, conmigo. ¿Algún comentario, perras?
Ambas negaron con la cabeza y entonces el Ama se dirigió a Laura:
-Contame sobre esa tal Paola y lo que pasó cuando estuvo en casa de Inés.
La cachorra lo hizo y entonces la señora le dijo:
-Así que esa putita está enamorada de vos, ¿eh?...
-Sí, Ama, creo que sí.
-Bueno, vas a llamarla para contarle cómo están las cosas y que quiero conocerla.
-Sí, Ama, lo haré... ¿la llamo ahora?
-Primero acomodá todas tus cosas en el placard del dormitorio. Hay mucho lugar porque cuando mi esposo murió yo di su ropa a una entidad de beneficencia. Me hubiera hecho muy mal anímicamente mantener todos esos recuerdos.
Laura tomo sus dos maletas y la mochila y marchó a cumplir con la orden.
Blanca entonces le ordenó a Claudia que tomara el bolso que habían traído del departamento de la peluquera y dispusiera todos los elementos sobre la mesa.
La esclava lo hizo y empezó a excitarse al ver tantos allí tantos objetos de dominación y esa máquina que ya había probado.
La señora les echó una larga mirada apreciativa y sonrió al pensar en cuánto se enriquecía su patrimonio en esa materia.
Momentos después volvió la cachorra y Blanca le ordenó que desvistiera a Claudia. Para la esclavita, desnudar a su compañera era siempre una fiesta de los sentidos y se abocó a la tarea de inmediato, procurando controlar lo mejor posible el temblor de sus manos.
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La historia de Claudia.
Fiksi RemajaMamá, ¿no sabes qué hacer conmigo? Porque la mucama sí sabe.