Capítulo 34

760 11 2
                                    

Cada parte del espléndido cuerpo que iba quedando al descubierto aumentaba su calentura. Tenía la boca seca y la respiración agitada y al quitar cada prenda aprovechaba para deslizar sus dedos por esa piel suave y ligeramente morena. Cuando Claudia estuvo desnuda tuvo que hacer lo mismo con Laura y luego ambas, visiblemente excitadas, debieron tomar de la mesa los dos collares y entregárselos a Blanca, que estaba sentada en el sofá. Luego de acollarar a las dos esclavas hizo que Claudia se arrodillara sin apoyar las nalgas en los talones y con las manos en la nuca, y le ordenó a la cachorra que llamara a Paola.
-¿Cuándo quiere que venga, Ama? –preguntó la esclavita mientras iba hacia el teléfono.
-Mañana mismo, al mediodía. Creo que no tiene clase, si no recuerdo mal.
-No, Ama, las clases son los miércoles, jueves y sábados, así que mañana tiene todo el día libre.
-Bueno, mañana entonces la quiero aquí.
La cachorra marcó el número y quien atendió fue la misma Paola.
-Pao, soy yo, Laura...
..............
-Sí, yo también te extraño, pero escuchame y no me interrumpas, porque tengo que contarte algo muy importante... –y empezó a narrarle todo lo acontecido.
...............
-Sí, es así, tal como te lo conté, así que la señora Blanca te quiere acá mañana al mediodía.
...............
-Oíme, Paola, no empieces con dudas ni pavadas. ¿Me querés o no?
...............
-Bueno, entonces ni una palabra más. Venite mañana a las 12 y punto.
..............
-Perfecto, te mando un beso... –concluyó diciendo Laura y cortó la comunicación sonriendo con cierta perversidad.
-¿Vendrá? –preguntó Blanca.
-Sí, Ama, va a venir. –aseguró la cachorra. –Primero dudó un poco, pero me dijo que vendrá porque no puede vivir sin mí y que quiere estar donde yo esté.
-Muy bien, cachorra... ¡Muy bien!... –dijo la señora con el entusiasmo reflejado en su rostro. Todo lo vivido en las últimas horas, el haber recuperado a sus esclavas y el prolongado martirio al que había sometido a Inés como venganza por lo que le había hecho la tenían de muy buen ánimo. Se abría para ella un futuro muy venturoso, a salvo de toda estrechez económica, dueña absoluta de dos hermosos animales de raza y la perspectiva cierta de hacerse de una nueva presa. Se sentía muy excitada sexualmente y pensó que una buena cogida con sus dos perras iba a ser una excelente forma de terminar la jornada.
Se irguió entonces ante ellas en toda su majestuosa estatura y mandó que la desvistieran.
Una vez sin ropas fue hasta la mesa y luego de observar el conjunto de objetos eligió dos dildos anales con base plana, de forma cónica y unos 15 centímetros de largo por 4 en su parte más ancha. Volvió con ellos y les ordenó a las esclavas que se arrodillaran con la cara en el piso. Cuando las tuvo en esa posición se regodeó durante unos instantes con la visión de ambos culos; grande, casi enorme el de Claudia; perfecto en su deliciosa pequeñez el de la cachorra, y luego de alguna duda decidió empezar por este último. Empapó el dildo con su propia saliva, con la cual humedeció después la estrecha entradita y apoyó en ella la punta del dildo, presionando un poco mientras Laura, advirtiendo lo que se venía, movía sus caderas de un lado al otro con miedo y ansiedad al mismo tiempo.
Blanca fue metiendo el dildo despacio, muy despacio, solazándose con los gemidos que brotaban ininterrumpidamente de la boca de la cachorra. A medida que el objeto se iba introduciendo cada vez más en su culo, la esclavita percibía que la sensación entre dolorosa y placentera crecía en intensidad estremeciéndola toda. Por fin, cuando terminó de enterrar el dildo por completo, Blanca empezó a ocuparse de Claudia y después de un momento tuvo a las dos empaladas, jadeando roncamente con la cara en el piso, sudorosas y hambrientas de placer.
Se paró ante ellas y les ordenó que le besaran los pies. Cuando ambas lo hicieron les preguntó:
-¿Qué son ustedes dos? –con el propósito de asegurarse de que esos días pasados en manos de Inés no había debilitado en ellas su sentido de pertenencia ni su disciplina.
-Somos sus esclavas, Ama. –se apresuró a responder Claudia sin alzar la cabeza.
-Son más que eso. –dijo el Ama.
Y esta vez fue Laura quien contesto:
-Somos sus perras, Ama Blanca.
-Muy bien, cachorra, eso son, mis perras esclavas. ¿Tienen algún derecho?
-Sólo los que usted se digne concedernos, Ama. –dijo Claudia.
-¿Extrañan ser libres?
-No, Ama. –respondieron ambas casi al mismo tiempo, y Claudia agregó: -No sabríamos qué hacer si estuviéramos en libertad.
-Han nacido para ser animales en cautiverio y yo he llegado a sus vidas para hacerles cumplir con ese destino. –dijo Blanca sintiendo en lo más profundo de sí misma, una vez más, el goce incomparable de la dominación total.
-Sí, Ama, es así. –murmuró la cachorra.
-Agradézcanmelo una por una. –exigió el Ama.
-Gracias, Ama, por haber hecho de mí lo que fui siempre aunque lo ignoré durante muchos años. –dijo Claudia.
-Gracias, mi Ama, por haberme abierto los ojos y ayudado a ser yo misma. Me siento feliz como nunca siendo una perra esclava... Gracias por todo esto, Ama...
Semejante nivel de servidumbre que las esclavas expresaron en sus respuestas había aumentado la excitación de Blanca a tal punto que empezó a mojarse y a sentir un imperioso deseo sexual. Cogerlas, penetrarlas, entrar en ellas a través de sus conchas y sus culos iba a completar esa sensación embriagadora que experimentaba.
Había sido desde su adolescencia y durante buena parte de su vida una pobre sirvienta que se deslomaba de sol por sueldos siempre paupérrimos, y ahora era una suerte de reina, la dueña y señora de esas dos hermosas hembras de cuyas mentes y cuerpos disponía por completo y a su antojo para hacer con ellas lo que su imaginación cada vez más perversa le dictara.
Tomó las cadenas de los collares y las llevó en cuatro patas hasta el dormitorio, donde las hizo trepar a la cama y colocarse una junto a la otra. Abrió inmediatamente el placard en busca del arnés con el dildo doble y tras colocárselo apresuradamente se ubicó a espaldas de ambas hembras, les quitó los dildos y cuando les metió una mano entre las piernas para inspeccionarlas comprobó lo que ya imaginaba: de las conchas de una y otra fluían los jugos con una abundancia que hablaba a las claras de la calentura que sentían.
Ella también, con el dildo posterior ya bien adentro, manaba flujos y dudaba respecto de cuál de esos culos perforar primero. Sabía que no demoraría mucho en alcanzar el orgasmo, y sus perras tampoco. Se decidió por Claudia y entonces comenzó a pasarle el dildo por toda la amplia superficie de su voluminoso trasero mientras le metía dos dedos en la concha y empezaba a moverlos cada vez más velozmente hasta que la esclava se puso a jadear como un animal.
La cachorra gemía a su lado cuando el dildo entró en el culo de Claudia y empezó a avanzar empujado por los embates de las caderas de Blanca, que seguía con sus dedos en la concha.
De pronto el Ama retiró el dildo y sin vacilar lo introdujo en el ano de Laura, que lo recibió con un largo grito de placer en tanto Claudia, abandonada, se ponía a sollozar suplicando por la continuidad del goce.
Durante un breve lapso el dildo estuvo yendo de un culo al otro alternativamente, mientras los dedos de Blanca nadaban ríos de flujo en ambas conchas.
Por fin todo se hizo gritos y convulsiones y las esclavas se derrumbaron sobre la cama con el Ama sobre ellas y las tres agitadas por orgasmos interminables.
Un rato después, ya algo recuperadas, Blanca dispuso que las esclavas durmieron en el suelo, a los pies de la cama, y cuando las tuvo allí sin una protesta, se tendió en el lecho desperezándose largamente. Luego, mientras se entregaba sin resistencia a ese agradable sopor que precede al sueño, pensó en sus esclavas con profundo orgullo de propietaria mientras recordaba su lejano inicio como spanker de Claudia cuando aún era mucama en su casa, la dominación que de inmediato había empezado a ejercer sobre ella, el reencuentro algunos años después de que la madre de la joven la despidiera, sus temores –más tarde desechados- ante ese incipiente lesbianismo que entonces comenzaba a sentir, su progresivo convertirse en Ama, el trabajo que había realizado con Claudia y Laura hasta moldearlas a su gusto y ejercer sobre ambas un poder total. Toda esa secuencia fue pasando por su cerebro como en una película que culminaba en este presente que la ponía a las puertas de un camino hecho de intensos y refinados placeres, con Inés aplastada como una rata en su propia madriguera. Al pensar en ella soltó una risita sádica antes de quedarse profundamente dormida.
Fin.

La historia de Claudia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora