Claudia tuvo un estremecimiento al percibir que esas manos temblaban sobre sus carnes y respondió tratando de controlarse:
—Sí, señora Amalia, me... me voy a portar bien...
Amalia no era lesbiana pero sí muy mandona y disfrutaba imponiéndole su voluntad a los demás. Eso hacía con su marido, con sus dos hijas aunque estaban casadas y también con sus tres nietos cada vez que alguna de las muchachas los dejaba a su cuidado.
Sentía pasión por nalguear un buen culo. Lo había hecho con sus hijas hasta que fueron veinteañeras y lo hacía a menudo con sus nietos, dos varoncitos y una nena con edades entre los nueve y los trece cada vez que los padres los dejaban a su cuidado.
Ahora, después de haber visto y palpado el hermoso culo de Claudia, se dijo que era uno de los mejores que había visto en su vida y que no la dejaría ir de la casa sin haberle hecho probar su mano.
—Bueno, ahora levantás la mesa y te ponés a lavar la vajilla. –le ordenó.
—Sí, señora Amalia. Ahora mismo lo hago.
Una vez en la cocina, mientras lavaba los platos, Claudia seguía viendo en su mente la mano de Amalia y escuchando sus palabras amenazantes. Sintió que los nervios y la ansiedad la invadían a tal punto que sus manos temblaban. Fue entonces que al ir a secar uno de los platos hizo un mal movimiento y la pieza de loza verde se hizo añicos contra el piso.
Claudia se llevó una mano a la boca y estaba mirando los pedazos del plato con ojos agrandados por el miedo cuando Amalia irrumpió en la cocina:
—¡¡¿Qué pasó?!! ¡¡¿qué fue ese ruido?!! –gritó, y al ver los restos del plato salvó de un par de trancos la distancia que la separaba de la esclava y le dio tal bofetón que dejó a la pobre trastabillando y con los ojos llenos de lágrimas.
Claudia se llevó una mano a la mejilla golpeada y quiso balbucear una explicación.
—¡¡No digas una sola palabra, grandísima estúpida!! –la cortó la mujerona y de inmediato hizo que recogiera los pedazos y los tirara al cesto de residuos. Mientras Claudia obedecía sollozante, la vieja la miraba y se relamía: "qué pronto me diste la oportunidad que yo esperaba, zorrita... Ahora ese hermoso culo que tenés va a saber lo que es mi mano..." –se dijo y en cuanto la esclava terminó de cumplir con la orden se la llevó a los empujones y entre insultos al living. La excitación hacía que respirara con fuerza y sintiera todo su cuerpo tenso. Se sentó en el centro del amplio sofá, miró a Claudia que seguía sollozando mientras frotaba sus manos nerviosamente sobre la parte delantera del vestido y le dijo:
—Ahora me vas a conocer, sierva estúpida...
Inmediatamente hizo que Claudia se pusiera boca abajo sobre sus rodillas y comenzó a subirle lentamente el vestido. No quería apurarse. Estaba disfrutando intensamente y ese placer era como un trago exquisito que pretendía beber muy despacio. Cuando el ruedo del vestido estuvo por la cintura acomodó a Claudia un poco más adelante, a fin de poder apreciar debidamente esas nalgas verdaderamente portentosas. Antes de empezar el castigo deslizó su mano por toda la amplia superficie del trasero; sus dedos oprimieron y pellizcaron un poco esa carne firme mientras Claudia temblaba toda, agitada al mismo tiempo por el miedo y la excitación. Recién entonces alzó su mano y la descargó con fuerza. El golpe cayó a la derecha del culo dejando una marca rosada. Claudia lanzó un gemido y se movió hacia uno y otro lado sin poder evitar un segundo golpe aún más fuerte que el anterior. Esta vez gritó y al grito le siguió el comienzo de una súplica que la vieja interrumpió con una seguidilla de chirlos a derecha e izquierda.
Amalia sabía castigar. Iba variando las pausas e incluso a veces se enseñaba con una de las nalgas dando allí varios golpes seguidos para recién después dedicarse a la redondez vecina hasta que ambos cachetes mostraban el mismo tono de rojo que se iba haciendo más subido con el transcurrir de la paliza.
Claudia ya gritaba casi ininterrumpidamente, deteniéndose apenas para aspirar aire. Por momento corcoveaba tanto que Amalia, spanker muy experta, decidió pasar una de sus piernas por detrás de las de la esclava y cuando la pobre llevó su mano derecha a las nalgas en un intento de cubrirse, la vieja la sujetó por la muñeca con su mano izquierda y así la tuvo entonces completamente indefensa para continuar con la zurra.
—¡¡¡¡Aaaaayyyy!!!!... por favor, se...¡¡¡¡¡¡Aaaaayyyy!!!!... –gritaba Claudia y sus gritos no hacían más que estimular aún más a Amalia, que parecía embriagada por el intenso placer que estaba sintiendo.
Cuando el culo de la esclava ya estaba bien rojo y la desdichada era un río de lágrimas, la mujerona detuvo la paliza.
—¿Es suficiente o debo seguir dándote?
—No.... no, señora Amalia... por favor... no me... no me pegue más... se lo... se lo suplico... –murmuró Claudia con voz ahogada por los sollozos.
—Te lo advierto, sierva estúpida: como vuelvas a cometer otra torpeza o esto habrá sido una caricia comparado con lo que te haré. ¿Entendiste?
—Sí... sí, señora Amalia... le... le juro que... que nunca más volveré a cometer una torpeza... ¡se lo juro!... ¡se lo juro!... –prometió Claudia sintiéndose presa del vértigo al que la arrojaban el dolor de sus nalgas y la calentura que le empapaba la concha.
A todo esto, en casa de Nelly, la cachorra despertaba sintiendo su mente embotada aún por efectos del somnífero que le habían hecho tomar la noche anterior. Experimentó una molestia en su culo y cuando llevó allí su mano se encontró con la base del dildo. La luz del entendimiento fue expandiéndose poco a poco por su cerebro y volvió a saber dónde estaba. Recordó que Nelly le había metido ese objeto antes de hacerle tomar una pastilla y despedirse con un burlón: "que descanses, cachorra..."
La molestia en su orificio anal se iba acentuando, pero no se atrevió a quitarse el dildo ya que eso provocaría la furia de Nelly y un inevitable castigo. El día anterior las cuatro mujeres la habían sometido sexualmente hasta el hartazgo y ahora el culo le ardía cada vez más.
La dueña de casa entró poco después y tras dirigirle un saludo burlón le quitó el dildo sin ninguna delicadeza, haciéndola gemir de dolor, y la mandó al baño a que tomara una ducha. Tenía el propósito de almorzar servida por la sumisita, después dormir una siesta y por último usarla sexualmente hasta la hora en que debía prepararla para que Inés se la llevara.
Eso hizo y cuando Inés llegó a las ocho de la noche ya Laura encontraba vestida y de rodillas en el living, esperando a su dueña. Estaba agotada y con dolores en todo el cuerpo, de tanto que Nelly la había cogido en todas las posiciones imaginables.
Una vez en camino, con Laura sentada en el asiento del acompañante, Inés le dijo:
—Ya se lo informé a tu amiguita y ahora te lo digo a vos: a partir de ahora vas a llamarme Ama, porque soy tu Ama y vos mi esclava, como esa otra. ¿Entendiste?
—Sí, Ama. –fue la disciplinada respuesta de la cachorra, que se sentía muy nerviosa ante la proximidad de esa conversación que debía sostener con sus padres para comunicarles que se iba de la casa.
Sin embargo, todo fue bastante sencillo. Ni el señor Bustos ni su esposa parecieron alterarse demasiado con lo que su hija les había comentado.
Mientras encendía su pipa el hombre dijo:
—Bueno, Laura, si creés que eso es lo mejor para vos, hacelo. Ni tu madre ni yo vamos a oponernos. ¿Sabés ya dónde vas a vivir?
—Sí, papá, alquilé un departamento. –mintió la cachorra.
—Todo está bien entonces. Cualquier cosa que necesites, llamanos. –dijo el señor Bustos mientras comenzaba a disfrutar de su pipa.
—Sí, papá. –le contestó Laura, y se dirigió a su cuarto para empacar.
Más tarde reapareció en el living cargando su mochila y dos maletas donde había ropa y elementos de estudio, besó a sus padres y al dirigirse hacia la puerta dijo:
—Nos hablamos... –sabiendo que eso no ocurriría.
Ya otra vez en el auto su Ama le preguntó mientras ponía en marcha el vehículo:
—¿Llamaste a la veterinaria?
—Sí, Ama, el señor ya sabe que renuncio y ahora tengo que mandarle el telegrama y después pasar por el negocio a cobrar.
—Muy bien... ¿Te das cuenta que ya estás en mis manos por completo y definitivamente, cachorrita?
—Sí, Ama... ¿Puedo preguntarle algo, Ama?
Inés la miró intrigada.
—Sí, preguntame.
—Yo... ¿Yo le intereso, Ama?
—¡Por supuesto, perrita mía! ¡Claro que me interesás!... ¿Creés que te hubiera robado a Blanca si no fuera así? –respondió Inés conociendo la carencia afectiva que Laura experimentaba respecto de sus padres. Sabía, en su creciente perversidad, que ése era el arma que le permitiría apoderarse totalmente de la jovencita, desarmar en ella toda posible resistencia, hacerla de su propiedad y prostituirla en su beneficio.
—Gracias, Ama... –murmuró Laura sintiendo que en la esclavitud había encontrado su lugar, ese lugar que nunca había tenido junto a sus padres.
Inés emitió una risita y ya no dijo nada hasta que llegaron a su casa, donde Claudia, después de la paliza recibida, se había deslomado durante varias horas haciendo una limpieza a fondo y ocupándose también de lavar y planchar una buena cantidad de ropa.
Cuando Inés entró al living llevando de un brazo a la cachorra que cargaba sus dos maletas, Amalia se adelantó a saludarla con la mirada puesta en la sumisita.
—Ésta es la otra, Amalia, ¿qué te parece? –y soltó a la cachorra alejándola un poco.
La vieja dio una vuelta lenta y completa alrededor de la jovencita, con mirada apreciativa que detuvo especialmente en el culo, y dijo:
—Es muy bonita, señora Inés, hacen un buen dúo con Claudia.
—Sí, ¿verdad? Además de mucho placer estas perras van a darme muy buenos beneficios. Y a propósito, Amalia, ahora vamos a hablar un poco más sobre eso.
—Cuando usted quiera, señora Inés. –contestó la mujerona y a pedido de la peluquera llevó a Laura a la habitación de servicio para que acomodara sus cosas, con la instrucción de que después la hiciera desnudar y la trajera de regreso.
Claudia, que había permanecido junto a la mesa principal con la cabeza gacha y las manos atrás, se acercó a Inés, se arrodilló y le besó la mano:
—Buenas noches, Ama. –dijo.
—¿Cómo te portaste, esclava?
La joven le contó entonces que Amalia la había castigado por haber roto un plato.
—Hizo muy bien. –fue la fría respuesta de su Ama.
Mientras tanto, en la habitación de servicio, la cachorra ponía su ropa, los libros y los materiales de estudio en el placard, urgida por la vieja que se impacientaba por verle el culito al aire.
—Ahora desvestite. –ordenó cuando por fin Laura terminó de vaciar sus maletas y la mochila.
La sumisita vaciló un poco, por la vergüenza que sentía de quedar sin nada ante esa mujerona de aspecto intimidante a la que acababa de conocer. Amalia quiso imponerle su autoridad de entrada y entonces le pegó un bofetón.
—¡A mí se me obedece, nena! ¡¿Entendiste?! ¡Vamos, desnudate de una buena vez!
Laura, con los ojos llenos de lágrimas por la fuerza del golpe, que le había dejado marcados los dedos de la vieja en la mejilla izquierda, se quitó las zapatillas, el jean y la remera en ese orden, manteniendo los ojos clavados en el piso.
Amalia la miró de arriba abajo y después le ordenó que se diera vuelta:
Cuando la cachorra lo hizo, la vieja estuvo un largo momento mirando y admirando esas nalguitas tan apetecibles mientras se pasaba la lengua por los labios.
"Perfecto... un culito perfecto para darle unos buenos chirlos..." –se dijo y adelantó su mano para palpar tan tentadoras redondeces.
Sobresaltada por el inesperado contacto, Laura salió lanzada hacia delante y dio de frente contra una de las puertas del placard. Amalia entonces se adelantó y tomándola con fuerza de un brazo con la boca pegada al oído de la sumisita le dijo amenazante:
—No vuelvas a hacer eso, nena estúpida... No vuelvas a ponerte arisca conmigo porque te vas a arrepentir, ¿me oíste?
Laura, asustada, pidió perdón y siguió a Amalia camino del living, donde Inés tenía a Claudia abrazada por la cintura y estaba besándola en la boca.
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La historia de Claudia.
Roman pour AdolescentsMamá, ¿no sabes qué hacer conmigo? Porque la mucama sí sabe.