Capítulo 3

1.9K 25 1
                                    

A partir de la lectura ocasional de un relato en internet y de la impresión que ese texto le provocara, Blanca había seguido buceando en el BDSM, interiorizándose de la amplia gama de posibilidades e intensos placeres que la dominación de una persona por parte de otra era capaz de brindar.
Fue adquiriendo un valioso conocimiento teórico y esto, unido a lo vocacional y a su pasión por el spanking, había hecho de ella una dominante con todas las letras.
Antes de empezar a azotar a Claudia siendo su mucama, se daba el gusto frecuentemente con dos sobrinos, hijos de su hermana, una nena y un varoncito muy malcriados a los que quería mucho, pero, a la vez, nalgueaba sin vacilar cuando le sacaban canas verdes siempre que los tenía a su cargo. Su hermana era una mujer de carácter débil a la que Blanca había convencido de lo efectiva que resultaba una buena paliza en la cola para persuadir a los niños de que debían portarse bien, de manera que así actuaba ante cada travesura de sus sobrinos cuando la madre se los dejaba en su casa.
Claudia había sido en aquel entonces "la frutilla del postre", pero ahora sería un manjar completo y apetitoso con el que ya había empezado a deleitarse.
La joven, por su parte, seguía impresionada por el giro imprevisto que habían tomado los acontecimientos. En el taxi que la llevaba a su casa después de haber estado con Blanca, pensó una vez más en terminar con la historia, en alejarse de ella, pero la imagen de esa mujer, el tono autoritario de su voz, la maestría con que la había azotado obraban como cadena indestructible que la mantenía sujeta a ella.
Lo primero que hizo al llegar a su casa fue ir hasta el espejo, bajarse la minifalda y la bombacha y mirarse las nalgas aún enrojecidas por los rebencazos. Ese espectáculo había constituido siempre para ella un factor de excitación extrema, desde los tiempos en que la azotaba su madre.
Comenzó a respirar con fuerza y los ojos clavados en ambas redondeces hasta que con ágiles movimientos de sus piernas dejó la bombacha y la pollerita en el piso y corrió al dormitorio donde se masturbó frenéticamente sobre la cama con la imagen de Blanca en su cabeza.
Más tarde, ya saciada, se dio una ducha y volvió al dormitorio dispuesta a acostarse, pero en ese momento su celular, que había dejado en la mesita de luz, le dio el aviso de que tenía un mensaje de texto.
"Te espero acá el viernes a la noche mi esposo se va a cazar con amigos y quiero tenerte todo el fin de semana".
Con dedos que temblaban sobre el teclado contestó: "allí estaré señora", y le costó mucho dormirse.
Al día siguiente, miércoles, estaba en una entrevista con un cliente cuando sonó su celular:
-¿Dónde estás, mocosa? –dijo la voz de Blanca.
-Perdón un momento, por favor... –se excusó Claudia ante el comerciante de artículos de iluminación que le hizo un gesto condescendiente y aprovechó la pausa para pedir a su secretaria que trajera dos pocillos de café.
-Estoy con un cliente. –contestó la joven procurando controlar sus nervios.
-Son las cinco, supongo que ya te vas para la radio.
-Sí...
-Bueno, y de ahí derechito para tu casa y en cuanto llegues me llamás. ¿Entendido?
-Sí, está bien, la llamo en cuanto llegue...
-Muy bien, mocosa, muy bien. –aprobó Blanca y dio por terminado el diálogo.
Claudia llegó a su casa satisfecha por haber logrado que el comerciante aceptara contratar una pauta publicitaria en la radio, pero en realidad eso le importaba menos que llamar a Blanca. Lo hizo inmediatamente después de arrojar su cartera sobre la mesa del comedor.
De entrada, la señora la preguntó dónde estaba.
-En casa, en el comedor.
-¿Estás sentada?
Sí, claro...
-Claro, nada. Te arrodillás ya mismo. – le ordenó Blanca y Claudia obedeció rápidamente sintiendo sobre todo su ser el peso de esa voluntad dominante a la cual estaba entregada.
-Estoy arrodillada, señora...
-¿Qué ropa llevás puesta? –quiso saber Blanca.
-Pollera y chaqueta azul, blusa blanca, zapatos negros...
-Sacate la chaqueta y la pollera. –le ordenó la señora, y Claudia lo hizo de inmediato.
-Ahora los zapatos.
-Ya me los quité, señora Blanca.
-Muy bien, ahora el corpiño y la bombacha. Te quiero desnuda como un animal.
-Pero... –se atrevió a decir Claudia.
-¿Qué pasa? ¿No fueron suficientes los rebencazos que te di? ¿Es que la próxima vez tengo que dejarte el culo echando humo? –la apuró Blanca.
-No.... por favor, señora...
-¡No hay favor que valga! ¡Hacé ya mismo lo que te digo o pagarás las consecuencias!
Y Claudia obedeció sintiendo que el llanto le humedecía los ojos.
-Ya estoy... ya estoy desnuda, señora... –dijo tratando de controlar los sollozos que atenaceaban su garganta.
Muy bien, ahora tocate. –fue la orden sorpresiva y brutal.
-¿Qué?... –preguntó la joven con la vana ilusión de haber escuchado mal.
-¿Qué pasa? ¿Además de estúpida sos sorda? –la humilló Blanca. -¡Que te toques, dije!
-Pero...
-¡¡¡TOCATE!!! –bramó Blanca y Claudia sintió que el muro de su resistencia se derrumbaba cual montaña de papel, y llevó su mano libre hacia el sitio sugerido por la señora.
Al cabo de unos segundos, dijo con voz apenas audible:
-Me... me estoy... me estoy tocando, señora... –y alucinó que no era su mano sino la de Blanca la que estaba allí, estimulando su clítoris, introduciendo dos dedos que avanzaban y retrocedían entre humedades una y otra vez arrancándole gemidos de placer que su perversa tirana escuchaba a través del teléfono.
-Aaaaahhhhh.... ahhhhhhh... –gimió poco después sintiendo que estaba a punto de alcanzar el orgasmo.
-¡Basta! –le ordenó Blanca.
-Ya... ya no puedo más...
-Me importa un comino lo que puedas o no puedas. Sacá la mano de ahí, no quiero que acabes.
-Por favor, señora.... por favor... aaahhhhh... –rogó la joven al borde de la desesperación.
-Sacate la mano de ahí, andá a la heladera y traé algunos cubitos.
-Por favor se lo ruego.
-Movete. –dijo fríamente Blanca.
A esa altura Claudia era como una marioneta inanimada movida por los hilos que manejaba su sádica dominante. Fue hasta la heladera y regreso con cuatro cubitos para reanudar el diálogo telefónico de rodillas.
-Tengo ya los cubitos, señora. –musitó.
-Bien, metételos uno detrás del otro. –y Claudia lo hizo sin poder controlar el llanto que era como una catarata sobre sus mejillas.
Segundos después anunció:
-Ya... ya, señora Blanca... ya me los metí.... –y su voz se ahogó en un sollozo.
-Muy bien, mocosa, muy bien. ¿Pensabas ir a algún lado?
-Había quedado en encontrarme con una amiga a tomar algo...
-Ya me vas a hablar de ella, pero ahora la llamás y le decís que te sentís mal. Te quiero ahí recluida en pelotas hasta mañana cuando vayas a trabajar, y además esta noche vas a dormir en el piso ¿entendido?
-Sí, señora Blanca...
-Y andá preparándote porque vas a tener un fin de semana muy movido. –le advirtió Blanca.
-Sí, señora Blanca. –repitió Claudia, y la otra, una vez terminada la comunicación, dejó el celular sobre el sofá con expresión satisfecha, fue hasta el dormitorio y tras desnudarse por completo se tendió en la cama con las pierna encogidas y abiertas y dejó que su mano, que imaginaba era la mano de Claudia, le diera el goce que todo su ser estaba reclamando ansiosamente.

La historia de Claudia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora