Capítulo 11

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Claudia esperaba ansiosa el regreso de Laura del baño con el arnés listo para que la señora la sometiera. El haber lamido el culo de su dueña había fortalecido aún más sus sentimientos de sumisión hacia ella y el deseo de complacerla en todo lo que pretendiera.
En ese momento vio aparecer a Laura que con uno de los dildos del arnés en su boca se dirigió en cuatro patas hacia el sofá. La señora se puso de pie, le quitó el dildo de entre los dientes y le ordenó que le colocara el arnés. Laura comenzó por introducirle el dildo posterior en la concha, después de lubricarlo con su propia saliva, y luego ajustó el correaje sujetándolo con la hebilla.
Desnuda y así armada, erguida sobre los zapatos negros de altos tacones, la señora lucía con aire majestuoso toda la proporcionada opulencia de sus formas. Hizo ir a Laura junto a Claudia y a rebencazos en las nalgas las fue arreando a las dos en cuatro patas hacia el dormitorio. Una vez allí les ordenó que treparan a la cama y a Claudia que se tendiera de espaldas con las piernas flexionadas y bien abiertas.
-Vos -le dijo a Laura -tocala un poco para ponérmela en clima. -pero Claudia ya estaba caliente y muy mojada cuando la rubiecita le apoyó sus manos temblorosas en las tetas. Al sentir el contacto Claudia juntó las piernas agitada por un fuerte estremecimiento, pero volvió a separarlas cuando la señora le cruzó el vientre de un rebencazo. Cerró los ojos y sintió cómo una mano de Laura se deslizaba suave y lenta por su cuerpo hacia abajo.
-Metele los dedos en la concha y decime si está mojada. –ordenó la señora.
Laura introdujo dos dedos, primero tímidamente y después con decisión, sintiendo la profusa humedad que bañaba ese nidio tibio.
-Sí, señora, está... está muy mojada... -dijo mientras movía un poco los dedos provocándole a Claudia un largo gemido.
La señora la apartó entonces tomándola del pelo, la echó al piso y blandiendo el dildo se ubicó entre las piernas de Claudia. La penetró despacio por la concha, haciendo avanzar el dildo y enseguida retirándolo, gozando perversamente con la desesperación de la joven, que suplicaba entre jadeos:
-Por favor, señora... ¡¡¡por favor!!!...
-Yo no hago favores, perra... –fue la fría respuesta que hizo sollozar a Claudia. La señora se inclinó un poco hacia delante, aprisionó entre sus dedos los pezones de la joven y se puso a estirarlos y retorcerlos hasta arrancarle gritos de dolor y súplicas que lejos de conmoverla le dibujaron en la cara una expresión de sádico placer. Le metió el dildo en la concha hasta el fondo y le preguntó:
-¿Duele, mocosa?
-Aaayyyyyyyy, sí... sí, señoraaaaayyyyyyyy... ¡¡¡sí!!!... ¡¡¡me duele, sí!!!
-Ofrendame ese dolor. –le dijo.
Claudia, con el rostro crispado por el sufrimiento, dijo entonces:
-Le... ay... le... le ofrendo este dolor que... que siento, señora... aaahhhhh...
La señora sonrió satisfecha, le soltó los pezones y comenzó a mover sus caderas. La expresión de Claudia fue cambiando del dolor al goce y éste se acentuó cuando la señora se puso a estimularle el clítoris, primero trazando círculos cada vez más estrechos alrededor con uno de sus dedos y después frotándolo cuando el pequeño órgano emergió eréctil. Claudia jadeaba en el paroxismo del placer. Entonces la señora le sacó el dildo de la concha, le levantó las nalgas sosteniéndolas por debajo con ambas manos y la penetró por el culo hasta el fondo, sin miramientos, renovando los embates de sus caderas hasta que la joven, así empalada y con el clítoris otra vez estimulado tuvo un largo orgasmo entre gritos y convulsiones.
Más tarde la señora manguereó a las dos sumisas en la bañera, las hizo vestir y al despedirlas le preguntó a Laura:
Mañana vos tenés facultad ¿cierto?
-Sí, señora.
Entonces le indicó a Claudia que la fuera a buscar y se la llevara a la casa para pasar la noche con ella:
-Es el premio que te doy por haberla cazado para mí. -le dijo, y Claudia agradeció relamiéndose al imaginar todo el placer que la esperaba con la linda rubiecita.
Al día siguiente, en la veterinaria, las horas transcurrieron con lentitud exasperante para Laura y más tarde, ya en la facultad, le fue imposible concentrarse en la clase. En su mente sólo había lugar para Claudia y la noche que pasaría con ella.
Eran las 22,30 cuando Claudia llegó a la facultad vestida como le había ordenado la señora: minifalda marrón y blusa color patito de mangas largas. Su ansiedad la había llevado a presentarse media hora antes de la salida de Laura. Ocupó una mesa en el buffet, pidió un café y se dispuso a esperar a la rubiecita, con quien previamente había convenido encontrarse allí.
El corazón le dio un vuelco cuando la vio aparecer. Pagó la consumición y se adelantó a su encuentro, la besó en la comisura de los labios y tomándola de un brazo la llevó hacia la salida. Una vez en el taxi comenzaron a prodigarse apasionados besos y caricias sin importarles el conductor, que a través del espejo las miraba con ojos desorbitados.
Laura vestía pollera y Claudia metió una mano por debajo de la tela y comenzó a deslizarla por los muslos hasta llegar a destino. Sus dedos encontraron humedad y entonces apartó su boca de los labios de la rubiecita y le dijo al oído:
-Sacate la bombacha y guardala en la cartera.
Laura vaciló, pero luego terminó haciéndolo y no pudo contener un gemido cuando sintió que dos dedos de Claudia se introducían en su concha.
A esa altura el conductor del taxi tenía una fuerte erección y luchaba por no perderse detalle del espectáculo que esas dos pasajeras le ofrecían y, a la vez, mantener el automóvil en línea recta y no estrellarse contra algún otro vehículo o un árbol.
Cuando llegaron a la casa, Claudia tomó la iniciativa. Esa rubiecita la tenía tan caliente que no quiso perder tiempo. Se la llevó al dormitorio y empezó a desnudarla cubriendo de besos afiebrados cada parte del cuerpo que iba quedando al descubierto. La echó en la cama, se quitó toda la ropa, se tendió junto a ella y la recorrió toda, lentamente, con sus labios, su lengua y sus manos, excitándose al contacto con esa piel de increíble tersura mientras Laura se deshacía en gemidos y jadeos. Claudia le besaba y lamía sus tetitas y de pronto le apoyó una mano en la concha y sus dedos entreabrieron los labios, capturaron el clítoris e iniciaron una estimulación suave al principio y más intensa después. La rubiecita se mojaba más y más y era un río de flujos cuando dijo en un ronroneo caliente:
-Penetrame, Claudia... ¡penetraaaaaaameeeeeeeee!...
Claudia le buscó los labios con los suyos, se estremeció al contacto de ambas lenguas en el beso apasionadamente respondido, le metió primero un dedo y luego otro y comenzó a moverlos hacia atrás y hacia delante mientras volvía al clítoris con la yema del pulgar.
-Sí, Claudia... sí... así... así... –murmuró Laura y Claudia, sin interrumpir la penetración y tendiéndose sobre ella, le pidió:
-Haceme gozar por atrás...
Laura llevó su mano a las nalgas de Claudia, buscó el centro y le introdujo un dedo arrancándole una larga exclamación de placer. Jadeaba como una perra mientras penetraba y era penetrada y gritó cuando Laura le metió otro dedo y siguió moviendo la mano acompasadamente. Con su mano libre Claudia se buscó el clítoris y poco después ambas sumisas acababan en medio de gritos, gemidos y corcovos que trasuntaban la culminación de ese mutuo e intenso deseo ahora satisfecho. Pasaron horas sumergiéndose en el goce una y otra vez hasta que, por fin, sudorosas, saciadas y exhaustas, se quedaron dormidas abrazadas una a la otra.
Pero eran tales las ganas que sentían una por la otra que la noche no les resultó suficiente. Por la mañana Claudia propuso bañarse juntas y Laura aceptó entusiasmada. Desnudas bajo la ducha se enjabonaron mutuamente, con lentitud, demorándose en cada zona de los bellos cuerpos, los pechos, las nalgas, los muslos, el vientre, hasta que abrasadas de pasión se derrumbaron bajo el agua caliente para volver a poseerse hasta el orgasmo. Más tarde, cuando se despedían en la calle para ir a sus respectivos trabajos, Laura se abandonó al largo y ardiente beso de Claudia y después, sofocada, le dijo:
-Fue hermoso, Claudia... ¡Fue hermoso!... ¿Pensás que la señora nos va a dejar que lo hagamos otra vez?
-Yo no pienso nada. –le respondió Claudia. -Yo soy sumisa de la señora y ella piensa por mí.
Laura, dolida, le dijo:
-Bueno, sí, pero... ¿pero no te gustaría que estuviéramos juntas otra vez?
-Te deseo, pero eso no es pensar. Vos sentí todo lo que quieras, pero no pienses, limitate a obedecer. –contestó Claudia desde lo más profundo de su ser sumisa.
-Nos vemos. –le dijo y se alejó dejando a la rubiecita algo apenada, pero a la vez con la certeza de que Claudia tenía razón. Debía abandonar toda pretensión de pensar por su cuenta, debía hacer de la obediencia a la señora el motor de toda su conducta.

La historia de Claudia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora