En camino hacia la casa de la señora, Laura iba repasando toda la conversación y a medida que recordaba cada palabra, cada frase, cada gesto o expresión de Paola, crecía en ella la certeza de que esa chica no miraba desde afuera la práctica de la dominación-sumisión. "Seguramente no tiene ninguna experiencia" –se dijo, -"pero apuesto a que sí tiene sentimientos, sensaciones, deseos. No es una simple lectora. Y seguro que no es Ama, no parece dominante sino sumisa y está muerta conmigo. Me lo dijo, se atrevió y me lo dijo. Hice muy bien en dejarla con la intriga sobre mi condición, porque la duda la va a volver loca hasta el miércoles. Va a pensar en mí todo el tiempo y si no me equivoco, si es una sumisa y me muevo con inteligencia, seguro que termino atrapándola y llevándosela a la señora. Y si es así mi dueña me va a premiar dejándome pasar una noche con ella, como hizo con Claudia cuando me llevó a mí."
De imaginarlo empezó a mojarse, y no sólo por el hecho de tener una noche de sexo con una hembra tan apetecible, sino además por todo lo que antecedería a esos momentos: el lento tejer de la tela de araña en torno de la presa, su previsible resistencia, su progresivo doblegamiento, su captura, la entrega a la señora.
"¿Claudia habrá sentido lo mismo cuando me cazó a mí?" –se preguntó. "Sí, seguro que sí... seguro que sintió esto tan fuerte que yo estoy sintiendo. Tengo que contarle a la señora. Hoy mismo le cuento."
Minutos después llegaba a destino y era recibida por Inés. La saludó besándole la mano y la peluquera, después de besarla en la boca, la tomó de un brazo y la condujo al comedor donde estaban la señora y Claudia, ésta con su vestido de sirvienta.
Laura se puso inmediatamente en cuatro patas y fue hasta su dueña.
-Buenas tardes, señora. –dijo y besó la mano que Blanca le extendía.
-Vos y esta otra van a estar aquí hasta el domingo a la noche. Inés también se va a quedar, así que van a tener dos días muy movidos.
-Lo que usted diga, señora. –dijo Laura e inmediatamente preguntó si podía contarle algo.
Cuando Blanca la autorizó narró con pelos y señales su encuentro con Paola, e incluyó su impresión de que se trataba de una sumisa.
-Si yo estuviera en lo cierto, ¿usted me autorizaría a que yo se la traiga, señora?
-¿Está buena esa perra? –quiso saber Blanca.
-Sí, señora, está muy buena, es muy linda de cara y tiene un cuerpo que...
-Jejejeje... –rió Blanca. -Por supuesto que te autorizo a que la caces para mí, cachorra. Pero te advierto algo: desplegá toda tu seducción para atraparla, pero pobre de vos si te permitís alguna libertad sexual con ella. ¿Está claro?
-Sí, señora, yo jamás haría eso.
-Muy bien, cachorrita, muy bien. Adelante entonces y si me la traés te voy a premiar dejándote pasar una noche con ella.
-Gracias, señora. –dijo Laura recordando cuánto había sufrido por los rechazos de Paola y deleitándose anticipadamente con el placer que la cacería iba a depararle.
Instantes después la señora las mandó a las dos al supermercado.
-Vos. –le dijo a Claudia. –Tomá la lista de la compra y el dinero.
Cuando salieron, una 4x4 con vidrios polarizados estacionada a pocos metros, se puso en marcha lentamente acompañando el andar de las dos sumisas. Cuando Claudia y Laura estaban por llegar a la esquina el vehículo se adelantó, se detuvo y de él bajaron tres mujeronas que se les fueron encima. Sin darles tiempo a otra cosa que gritar un poco, asustadísimas ante el sorpresivo ataque, las redujeron y a golpes y a empujones las metieron en la camioneta.
-¡No! ¡Nooooo! ¡¿Quiénes son ustedes?!
-¡Nooooooo! ¡Déjennos! ¡No!
-¡¿Qué quieren de nosotras!?
-¡Cállense y adentro, putas! –les ordenó una de las desconocidas, de unos cincuenta años, vestida con musculosa blanca y calzas negras.
Todo había ocurrido muy rápidamente y sin tropiezo alguno para las secuestradoras, favorecidas por el hecho de que nadie pasó por allí en ese momento. Una vez con las presas dentro de la camioneta, ésta arrancó a gran velocidad conducida por Leticia, la joven rubia que había estado noches atrás en casa de Inés compartiendo a la cachorra. La peladita la reconoció y cuando, asombrada, iba a dirigirse a ella, la chica la miró por el espejo retrovisor y le dijo sonriendo:
-Qué sorpresa, ¿cierto, bebé?
-Señorita Leticia... ¿qué...
-¿Sabés qué pasa, queridita? Me volví loca con vos la otra noche en casa de Inés. –empezó a decirle Leticia mientras dos de las mujeres la esposaban a ella y a Claudia con las manos en la espalda.
-Entonces les conté de vos a estas amigas y decidimos agarrarte junto con esa otra perra. Inés me comentó que hoy iban a estar en casa de Blanca y entonces nos pusimos a hacer guardia suponiendo que en algún momento iban a salir, y como verás, todo salió perfecto, jejeje.
-Pero... ¿hasta cuándo nos van a tener?
-¿Hasta cuándo?... Olvídense de volver a ver a esa señora y a Inés. Ahora son nuestras, bomboncito.
-¡¡¡Noooooooooooo!!! –gritó Claudia, desesperada. -¡¡¡Déjennos ir!!! ¡¡¡Por favor, por favor!!!
La respuesta fue una carcajada general que las aterrorizó aún más. Habían sido arrancadas de manos de su dueña por esas mujeres que quién sabe adónde las llevarían y cuál iba a ser su destino de allí en más. Apretadas una casi sobre la otra en el asiento trasero lloraban de miedo entre súplicas inútiles en tanto las secuestradoras intercambiaban comentarios inquietantes y las hacían víctimas de toqueteos lascivos.
-Buena cosecha, jejeje...
-Linda la sirvientita...
-Sí, lo primero que podríamos hacer es cogerla todas por el culo.
-¿Y de esta otra qué me dicen? Miren qué cara de santita que tiene.
-Yo así pelada le veo cara de chico bien guarro, jejeje, y mientras me la esté cogiendo por atrás voy a pensar que me estoy montando a un varoncito, jejeje...
-Y mientras tanto ese varoncito me va estar chupando la concha... ¡jajajajajajaja!...
-¿Y si el varoncito se porta mal y se nos resiste?
-Entonces lo castigamos en forma hasta que entienda que con nosotras no se juega, ¿verdad, chicas?
-De eso creo que ya se dieron cuenta. Miren cómo están temblando, jeje...
Y era cierto. Las sumisas temblaban de miedo y a Claudia, con el vestido abierto de arriba abajo, las tetas le bailaban una danza rítmica al compás de su respiración agitada. No llevaba corpiño ni bombacha y una de las secuestradoras, la que acaba de desprenderle todos los botones, llamó la atención a las demás sobre ese detalle.
-¿Así te tiene esa señora? ¿Sin ropa interior? -y todas rieron mientras la primera tomaba ambos pechos por debajo y los estiraba para exhibirlos:
-¡Miren qué buenas ubres!
Claudia intentó echarse hacia atrás, pero una cachetada la persuadió de que lo mejor era no ofrecer resistencia.
-¿Ella te ordena esto o lo hacés de puta que sos, nomás?
-No, yo... –empezó a balbucear, Claudia pero la que le mantenía los pechos sujetos la interrumpió:
-Bueno, ya nos vas a contar unas cuantas cosas, puta, vos y tu amiguita. Queremos saber a quiénes nos llevamos, aunque Leticia algo nos contó.
-Pero... ¿adónde nos llevan?... ¿qué nos van a hacer?... –se atrevió a preguntar Laura y esta vez fue ella quien recibió una cachetada tan fuerte que le hizo saltar las lágrimas:
-Sos demasiado preguntona... ¿no creen, chicas?
-Sí, habría que ponerle un broche en la lengua por charlatana.
Una de las desconocidas le tomó la cara entre las manos y le dijo desde muy cerca:
-¿Oíste, pendeja?... Cuando lleguemos te voy a pinzar esa lengüita, así no nos jodés con boludeces mientras te cogemos.
-Sí, y se la sacamos cuando tenga que chuparnos la concha.
-La concha y el culo, porque van a chuparnos por todos lados.
El miedo y la angustia de las sumisas crecía a medida que las secuestradoras se mostraban cada vez más crueles y al parecer dispuestas a maltratarlas mucho, además de someterlas sexualmente.
Por fin la camioneta se detuvo ante la verja de entrada de una casa ubicada en una zona residencial de la ciudad. Leticia accionó un control remoto para franquear la entrada y el vehículo avanzó por un sendero lateral que bordeaba un amplio jardín y se detuvo en la parte trasera de la casa. Las secuestradoras descendieron y a empujones y tironeos llevaron a ambas cautivas hasta una puerta de madera algo carcomida.
-¡Adentro, putas! ¡Vamos, muévanse! –les gritó Leticia mientras abría la puerta.
-¡Vamos! ¡Vamos!
Mareadas por la enorme tensión que estaban viviendo y cada vez con más temor, Claudia y Laura ingresaron entonces a un cuarto de paredes de ladrillo, con el suelo de tierra apisonada y el techo formado por listones de madera. Se respiraba un fuerte olor a humedad y contra la pared del fondo había algunos trastos como un par de sillas desvencijadas, cajas de cartón y un manequí sin su base, entre otros objetos en desuso.
-Bueno, putas –les dijo una de las desconocidas, -aquí se quedan hasta que vengamos a buscarlas para empezar la fiesta. –e inmediatamente todas se retiraron dejándolas encerradas con doble vuelta de llave.
La dueña de casa, una cincuentona llamada Nelly, rubia, vestida con un pantalón y remera de gimnasia, se dirigió seguida por Leticia y las otras dos hasta el living, dispuestas a hacer un paréntesis que serviría para aumentar la desesperación de ambas sumisas.
En el living bebieron café, charlaron un poco trazando planes respecto de lo que harían con sus presas y finalmente Leticia fue a buscarlas.
Laura la miró con ojos suplicantes:
-Así con miedo me excitás más, perrita. –le dijo la chica mientras la arrastraba de un brazo hacia la salida.
-Y vos, puta, seguime. ¡Vamos! –le ordenó a Claudia.
-Bueno, aquí tenemos a nuestras perras, así que vamos a empezar la diversión. –dijo Nelly yendo hacia ellas.
-No queremos retobamientos. –les advirtió. –Están para hacer y dejarse hacer todo lo que a nosotras se nos antoje. ¿Entendieron?
Ninguna de las dos respondió y en cambio, desbordadas por la desesperación, se largaron a llorar. Fue Rosario, una cuarentona de cabello castaño y algo gordota la primera en reaccionar seguida por Julia, rubia de pelo corto y algo mayor que la otra. A bofetadas echaron a las sumisas al piso y les quitaron las esposas, para luego desnudarlas rápidamente.
-Hay que darles una buena lección de entrada para que se dejen de boludeces. –dijo Rosario y entre todas alzaron a Claudia y a la cachorra y las inclinaron una frente a la otra sobre la mesa principal. Una vez en esa posición volvieron a esposarlas con las manos al frente y Nelly dijo:
-Voy a buscar unos cinturones. –y salió del living escuchando a sus espaldas el llanto y los ruegos de las sumisas.
Lo que las angustiaba en extremo era presumir que jamás volverían a manos de su dueña, esa mujer a la cual se sentían unidas por una cadena indisoluble, por haber sido ella quien las iniciara en la sumisión, quien les abriera la puerta a ese sentirse siervas, esclavas de una voluntad ajena que las trascendía.
Al cabo de un momento Nelly volvió con cuatro cinturones, tres de los cuales repartió entre sus compañeras de aventura.
-Elijamos las parejas. –dijo. –Yo me encargo de la morocha. ¿Quién conmigo?
-Yo. –contestó Rosario dejando a Leticia y a Julia la tarea de castigar a la cachorra. Y decidido esto comenzó la función con un primer cintarazo que Nelly descargó en el culo de Claudia.
-¡¡¡Aaaaaaaaayyy!!! –gritó la sumisa y Nelly, inclinándose sobre ella le dijo:
-Cuando dentro de un rato te cojamos por el culo lo vas a tener en llamas, puta, -y fue entonces cuando Rosario le dio el segundo golpe aún más fuerte que el anterior.
Por su parte, Leticia y Julia ya se estaban turnando en azotar a Laura, que bajo el rigor de la paliza mezclaba gritos con llanto y ruegos inútiles mientras pataleaba y movía sus caderas de un lado al otro tratando vanamente de librarse de los cintarazos que caían sin pausa sobre su culito.
El castigo se prolongó y los gritos de las martirizadas se fueron convirtiendo en verdaderos aullidos. Sus torturadoras las veían temblar de pies a cabeza, ya sin fuerzas para moverse en procura de esquivar los azotes. Finalmente, hasta les faltó energía para gritar y se limitaban a gemir débilmente a cada nuevo golpe cuando ya sus nalgas lucían extremadamente rojas y quemaban al tacto, como bien pudo comprobarlo Nelly al palparlas antes de dar por terminada la terrible azotaína.
Las perras cayeron al piso y allí quedaron, tendidas boca abajo, refregándose las nalgas en procura de aliviar el doloroso ardor que las atormentaba.
Nelly y Rosario se inclinaron sobre Claudia y la dueña de casa le dijo:
-Oíme, puta, ¿creés que te trajimos acá para que descanses?
-Por favor... –rogó la sumisa con voz casi inaudible, pero Rosario no estaba dispuesta a darle tregua. Le metió un dedo en el orificio anal mientras Nelly sofrenaba los corcovos de Claudia y dijo:
-Bueno, hablamos de cogerlas por el culo, ¿cierto?... Entonces, ¿qué estamos esperando?
-Llegó el momento. –acordó Julia llevando una mano a las nalguitas de la cachorra, que seguía gimiendo de dolor en el piso.
Inmediatamente las cuatro se colocadores arneses con consoladores y se abalanzaron sobre sus indefensas víctimas.
-¡Un momento! –exclamó Julia. –Dije que le iba a pinzar la lengua a esta putita y eso es lo que voy a hacer antes de darle.
-Muy bien. –le contestó Leticia. –Andá a buscar broches que te espero.
Nelly le indicó dónde podía encontrar los broches de colgar ropa y allí marchó Julia dejando a Laura en manos de Leticia.
En vano intentó la cachorra conmover a la rubia rogándole una piedad que no le iba a ser concedida.
-No es con piedad como voy a gozar de vos, bebé. –le dijo Leticia. –Al contrario, me gusta maltratarte, ¿sabés?... siento que me excito mucho.
Laura no pudo reprimir los sollozos que le atenaceaban la garganta y dijo con voz quebrada:
-Por favor, señorita Leticia... hagan... hágannos lo que quieran, pero... pero después déjennos ir... ¡por favor!...
Leticia se rio cruelmente:
-¡jajajajajajajaja!... ¿dejarlas ir?... je... Ni lo sueñes, bomboncito. Vos y esta otra son perras de raza, un botín muy valioso al que no vamos a renunciar hasta que nos hartemos, y te aseguro que va a pasar muuuuuucho tiempo hasta que ocurra eso. Y, además, cuando pase, ¿por qué dejarlas ir?... ¿Sabés lo que vamos a hacer?, vamos a venderlas, cachorrita, y claro que nos van dar muy buen dinero por ustedes.
-¡Nooooooooo!... –se desesperó Laura. -¡¡¡¡No, señorita Leticia!!!! ¡¡¡¡Por favor, eso no!!!! ¡¡¡¡Nooooooo!!!!
En ese momento volvió Julia y al escuchar los gritos de Laura se inclinó amenazadora sobre ella:
-¡¿Otra vez chillando, vos?!
La cachorra la miró aterrada:
-Por favor, señora... ¡por favor!
–Ponela de espaldas en el piso y abrile la boca. –pidió Julia y Leticia lo hizo rápidamente. Se sentó sobre el pecho de Laura con las piernas a ambos lados y le apretó la nariz con dos dedos obligándola a que en pocos segundos abriera la boca en busca de aire. Con precisión de cirujano Julia tiró de la lengua y cuando la tuvo afuera le colocó dos broches en forma perpendicular, uno en cada costado.
Laura tuvo la sensación de pinchazos e inmediatamente comenzó a sentir un dolor sordo y continuo ante el cual quiso expulsar los broches moviendo desesperadamente los labios y la lengua. Entonces Julia le dijo:
-Como llegues a quitártelos te juro que te meto este cinto en el culo hasta el último centímetro empezando por la hebilla. ¿Oíste, putita? –y Laura se estremeció de espanto al imaginarse esa tortura mientras oía gemir a Claudia que ya estaba siendo cogida por Nelly en tanto Rosario le estiraba y retorcía brutalmente los pezones entre carcajadas crueles.
ESTÁS LEYENDO
La historia de Claudia.
Ficção AdolescenteMamá, ¿no sabes qué hacer conmigo? Porque la mucama sí sabe.