Prólogo

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Anne.

Las flores son parte de mi vida desde mucho antes de que mi cuerpo terrenal contemplase este mundo por completo.

Cuando recién estaba en la panza de mi madre, la bellísima Bertha Shirley, mi padre le obsequió un libro que ella atesoró con el alma hasta el día de su muerte, un libro que tenía por título 'El lenguaje de las flores', el cual, fue uno de los pocos objetos que me quedaron de ellos.

Luego de que ambos murieran, fui dejada en un orfanato en Nueva Escocia. El periodo de tiempo que viví en aquel espantoso lugar prefiero dejarlo bien guardado o, mejor dicho, enterrado en el pantano del olvido, sitio donde arrojó todos los recuerdos que me hacen mal.

A diferencia de los recuerdos buenos, los cuales son almacenados en mi santuario de memorias, donde son apreciados cada vez que mi mente decide traer alguno de ellos a colisión.

Como, por ejemplo, el día en que conocí a Gilbert Blythe.

Lo recuerdo tal y como si hubiese sido ayer, era un día esplendido y bastante soleado, mi ánimo estaba en la cima porque recientemente había sido adoptada por un buen par de hermanos como lo eran Matthew y Marilla Cuthbert, comenzando finalmente a tener una familia.

Esa mañana en especial había madrugado más de lo habitual porque sería mi primer día de clases en la Escuela pública de Avonlea, y como claramente sería vista como la chica nueva, debía de dar una buena impresión.

Así que, sin perder tiempo, decidí vestirme con un suéter verde limón y un short de jean, me hice dos trenzas campesinas, amarrándolas con dos cintas arcoíris y como último detalle, un sombrerito de paja que decoré con algunas flores que le robé a Marilla del jardín.

—¡Niña, baja ya, se te hará tarde!— gritó la mayor de los hermanos desde la cocina.

Bajé los escalones de dos en dos hasta llegar al comedor, donde un tímido Matthew me sonrió al ver mi entusiasmo.

Ese hombre es tan adorable que quiero guardarlo en una cajita de cristal para protegerlo de todos los males del mundo.

—Buen día, Anne, veo que amaneciste muy feliz.— comentó él, dejando a un lado su periódico y bebiendo un sorbo de su café.

Antes de que pueda responderle, Marilla se acerca a la mesa, dejando un plato de huevos revueltos y un jugo de naranja en frente mío.— Más vale que te comas todo, con lo hiperactiva que eres, no quiero que nos llame tu maestro a decirnos que te has desmayado.

Sonreí ampliamente.— No te preocupes, Marilla, hoy daré la mejor impresión de todas en mi escuela, te lo prometo.

Y bueno, puedo decir que, en efecto, di una gran impresión.

No, no fue la mejor. En realidad, fue la peor impresión que he dado en mi vida, no solo porque varias de las amigas de Diana —mi ya predilecta mejor amiga/alma gemela/espíritu afín— les había parecido ridículo mi sombrero de paja, sino porque en mi primera clase, golpeé con mi cuaderno de poemas a un fastidioso Gilbert que no paraba de llamarme zanahoria.

—Aún no puedo creer que hayas golpeado a Gilbert.— vocifero una Diana de once años —luciendo como toda una princesa—, cuando estábamos en el receso.

Las dos estábamos sentadas en una banca, solo ella y yo, ya que las demás niñas decidieron darme la ley del hielo, por según ellas, golpear al futuro esposo de Ruby.

—Se lo merecía.— respondí, aun furiosa.— Me estaba diciendo zanahoria a cada rato.

La pequeña Barry me intercambió su sándwich de mantequilla de maní en tanto yo le brinde un trozo de mi tarta de fresa.— Creo que lo hizo para llamar tu atención.

Flowers[1] | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora