Clavel blanco

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Anne.

¿Qué se puede hacer un viernes por la tarde?

La respuesta es, supongo, muchas cosas. En este momento podría estar como cualquier adolescente normal yendo de compras con mis amigas, pensando en ir a cine, visitando mi heladería favorita o el plan más económico: quedarme en casa a disfrutar de la suscripción de Netflix que paga Diana.

Pero como hablamos de mí, Anne Shirley-Cuthbert, una jovencita de todo, menos normal, claramente no estoy haciendo ninguna de esas actividades. Ni siquiera están entre mis pensamientos.

La incertidumbre es la única que se está adueñando de mí en estos instantes, como si de la nada se hubiese transformado en un ser corpóreo y estuviese picándome con una rama mientras estoy acostada en mi cama.

¡Auch! ¡No tan fuerte, incertidumbre, soy sensible!

—¿Te están picando los mosquitos o por qué manoteas así al aire?— pregunta Cole, sentado en el suelo y viéndome con extrañeza.

Ante su intromisión, Diana y Roy —que se apropiaron de mi espejo de pared— voltean a verme, ambos frunciendo el ceño.

—¿Estás bien?— cuestiona ahora mi alma gemela, acercándose a mí y usando un tono de voz que usaría con Minnie May, cuando la encuentra hablando con sus amigos imaginarios.

Por inercia, hice un puchero.— Sí, estoy bien, solo con mil pensamientos estallando uno a uno en mi cabeza.

—Ah, como todos los días, nada nuevo.— dijo el más guapo de los Gardner, volviendo su vista hacia mi espejo, para seguir arreglando su cabello.

Previniendo que Diana no ignoraría mi extraño comportamiento, decidí cambiar el tema rápidamente, enfocando mi mirada en Cole.— Más bien, ¿cómo estás tú?

El rubio soltó un suspiro, abatido.— Pues, podría ser peor.

Aun acostada, me giré hasta él y le di un abrazo, acomodando mi cabeza en su hombro.— Todo va a mejorar, además, él se lo pierde.

Ya había pasado más de dos semanas desde que se había revelado su relación secreta con Mccarty y desde entonces, no había ni un segundo en que aquel bravucón no quisiera hacerle la vida imposible en la escuela, pero le seguía mandando mensajes para que se vieran a escondidas. Qué hipocresía.

—¿Sabes que deberías hacer?— exclama Diana, sosteniendo mi rizadora.— Bloquearlo de todas tus redes sociales y se acabó el asunto, no es por sonar como boba, pero Mccarty es más tóxico que Chernóbil.

Con Roy asentimos, dándole la razón.

—Ojalá ya con eso dejará de atormentarme en la escuela.

—No te preocupes por eso, papá ya dijo que está a un pie de su expulsión. El comité de padres ya no lo quieren en la escuela.— dijo Diana, empujando levemente a Roy con su codo, para que la deje verse en el espejo, en tanto se maquilla los párpados.

El castaño soltó un bostezo, sentándose al lado de mi amigo.— Sigo sin entender como pudiste salir con ese tipo, creí que tenías buen gusto.

El ojiazul sonrió por primera vez en el día.— Creo que me sentía demasiado solo y me conforme con lo primero que encontré.

El pequeño humor que había traído el de ojos verdes fue apagado al instante, dando paso a un silencio sepulcral. Excepto que no duró mucho.

—¡Nada de caras tristes!— advirtió la pelinegra.— Mejor ponte ya de pie, ¡vamos tarde!

Cole soltó un bufido.— ¿Por qué debo acompañarte a tu cita con Jerry?

Ella lo fulminó con la mirada mientras él se levanta, conmigo y Roy sentándonos uno al lado del otro en el colchón de mi cama.

Flowers[1] | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora