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—¿Por qué no puedo contactarme? —Se desesperó.
Kerantos estaba sentado en el césped, o al menos eso parecía. Con todas las volutas de humo que se desprendían a su alrededor era difícil saber si estaba encogido, sentado o cagando.
—¿Otra vez con lo mismo? —La voz del ángel tenía un sutil tono de molestia—. Ya te lo dije, cuando la cabeza de tu novia está siendo ocupada por alguien más no puedes llamarla.
—¿Pero quién? ¿Quién diablos interfiere? ¿Cómo es que no se dan cuenta que necesitamos vernos?
Kerantos exhaló un resoplido de agotamiento.
—Mira, no te lo tomes a mal —se puso de pie, o flotó. Como haya sido parecía que se había levantado—. Pero hay cosas más importantes que el que ustedes dos se vean. Cuando se den las instancias, podrás hacerlo.
—¿Qué es más importante? Creí que nuestra relación mantenía al Kaos tranquilo —se exasperó.
Aún le costaba asumir aquella verdad. Su madre se la había contado después del encuentro con Robin, cuando se desestabilizó debido a la falta de energía.
Fue la cosa más extraña que había sentido en su vida. La energía del Dios le otorgaba una suerte de vitalidad que, al desanclarse de él, fue como si no se pudiera su propio cuerpo.
