Prefacio

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Sebastian miró el firmamento con aburrimiento. Echó la cabeza hacia atrás. El eterno atardecer lo comenzaba a fastidiar.

Solo treinta días. Tenía que aguantar solo treinta días.

Y esperaba que lo que tenía pensado hacer funcionara. De lo contrario se moriría de aburrimiento. Y los recuerdos tampoco lo dejaban tranquilo.

Cada vivencia se había arraigado al interior de su memoria con tanta fuerza que se cruzaban unas con otras. La infancia de Melkan se confundía con la de Prassimo, y a veces se descubría recordando una etapa de Arion que creía haber vivido siendo Sebastian.

Afortunadamente sabía cómo controlar aquella cantidad de información que de golpe había despertado a su alma. Ya había recordado antes, y cada vez era más fácil separar el pasado de su presente, pero eso no quería decir que no le causara dolores de cabeza o alteraciones de la realidad.

Por lo menos hasta que lo tuviera totalmente controlado debía soportar el malestar. Y Ramaya no hacía nada por ayudarlo. Ni siquiera sabía dónde estaba ella. ¿Era la isla? ¿Estaba en los árboles? ¿En el mar? ¿En el puente de almas?

¿Dónde estaba Ramaya físicamente? Si ese era su reino, ¿dónde se había metido? ¿Cómo lucía?

Habían pasado tres días desde que llegara a ese lugar y si bien aún le quedaba mucho por explorar ya conocía el punto exacto dónde hacer contacto con Robin. Era una especie de laguna rodeada de montes y cascadas luminosas donde el puente de almas alcanzaba su punto más álgido. Justo al medio de la laguna, había una pequeña península que conectaba con la isla. Ese era el punto. Ahí debía buscarla. Llamarla.

A su madre no la veía desde hacía varias horas. Era extraño tenerla cerca, hablar con ella, poder tocarla. A su padre, sin embargo, al parecer lo habían dejado custodiando algo y por eso no podía verlo, y tampoco sabía si lo conseguiría antes de salir de ahí. Todavía no comprendía cómo funcionaba aquella dimensión, pero saber que una vez fallecidas las personas sus almas siguieran trabajando en Varún o donde fuera, era hilarante, especialmente cuando la humanidad completa creía que llegados al paraíso tendrían vacaciones.

Estaba sentado en el césped, con las piernas dobladas y los brazos sobre las rodillas, total y completamente aburrido.

Sostenía la vista en la laguna luminosa, con el corazón palpitándole rápido. Solo unas horas y podría hablar con Robin. Pero cuando alzó la mirada y vio que desde el puente una figura enfundada de negro bajaba volando y aterrizaba delante de sus ojos, supo que los planes cambiarían drásticamente.

—Sebastian —saludó.

Él se puso de pie de forma estrepitosa. Jamás había visto una criatura como tal, y eso que en los días que llevaba en la isla había conocido hadas, algo parecido a los gnomos que su padre tenía en el jardín, y unas cosas que se suponía que eran sirenas pero que no se asemejaban para nada a los cuentos de Peter Pan.

Crossroads • A Través del Mundo {Libro 2}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora