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Si de algo estaba muy seguro, era del hecho de que mi novia estando embarazada era lo más fascinante para mi

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Si de algo estaba muy seguro, era del hecho de que mi novia estando embarazada era lo más fascinante para mi.

Virginia. Mi hermosa niña británica estaba preciosa. Si bien los primeros cuatro meses ni siquiera se notaba que estaba en estado, al llegar al quinto mes su vientre había crecido un poco. Era extraño, había visto miles de mujeres embarazadas y estas solían verse enormes... Virginia no era el caso.

Se veía fantástica. Y a diferencia de como solía ser Sophie cuando estaba embarazada, que por cierto era una latosa, Vicky era un encanto. Las nauseas habían desaparecido, pero los antojos eran abismales, además de que sus hormonas disparadas me beneficiaban demasiado a mi.

-¿Fred?.-Me llamó. Estaba acostada en la cama mientras yo masajeaba sus pies. La miré.-Tengo hambre.-Se quejó.

Reí sin dejar mi trabajo de lado. Mis manos sobaban desde sus dedos hasta el talón, viendo como su piel se erizaba por el placer que seguro le provocaba. Solían hinchársele un poco.

-¿Y qué se le antoja a mi niña británica?

Lo pensó.

-¿Unos croissants?

-¿Croissants?-reí.-Mi amor, son las doce de la noche ¿En dónde se supone que los conseguiré?

-No lo sé.-hizo un puchero y enseguida se le llenaron sus ojitos de lágrimas.

La solté y me coloqué a su altura en la cama.

-¿Por qué lloras, mi niña?

-A veces siento que soy un fastidio.-Murmuró.

La abracé atrayendo su pequeño cuerpo al mio. Ella sabía perfectamente que no era así, pero estaba muy sensible.

-No es un fastidio atender a mi mujer embarazada.-le hice ver. Rosé mi nariz con la suya haciéndole cosquillas.

Mi Virginia. Jamás me cansaría de repetirme que ella se merecía lo mejor del puto mundo. Por esa razón siempre llegaba hasta el culo del cansancio de estar buscando algún otro empleo. Si bien mi salario lograba alcanzarnos para nosotros, sabía que tener un bebé era incluso más caro que tener que alimentarnos a mi y a Virginia juntos. Estaba el hecho de los pañales, la ropa, los utensilios básicos.

Y yo aún no podía ni siquiera creérmelo.

Iba a ser papá.

Definitivamente no era algo que tenía planeado, no era algo que yo deseaba, al menos no por el momento. Estaba cagandome del miedo de solo pensar que haría mal algo, pero me mantenía al margen, porque sabía que Vicky también lo estaba. Y ella no solo estaba con el pendiente de que sería madre y ya, era ella quien cargaba con él en el vientre, la que sufría todos los síntomas. No quería estresarla más demostrándole que ni yo sabía lo que se suponía sería de nuestra vida después de que el bebé naciera.

𝙹𝚞𝚗𝚝𝚘 𝚊 𝚎́𝚕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora