Es hora del castigo (relato para el concurso de GaniFel)

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-Alexandros- el aludido giró la cabeza para atender su llamada y se sintió decepcionado al encontrarse con  el jefe de cardiología. El hombre no le interesaba, era el típico tipo de persona con la que no se relacionaba, pero a pesar de todo, era bueno en su campo, cosa que Alexandros tenía en cuenta para aumentar la popularidad del hospital.

-¿Si doctor Niniadis?- inquirió.

-Quería presentarle al nuevo enfermero de prácticas del hospital. Revisé su expediente y me permitió que le contratara, sobre todo teniendo en cuenta que necesitábamos un enfermero después de lo ocurrido con Darío- explicó. Alexandros asintió, evitando esbozar una sonrisa de satisfacción. Había sido demasiado fácil, y encima el chico había intentado suicidarse, suplicándole al ser salvado que no le dejara. Disfrutaba demasiado haciendo aquello.

-Muy bien ¿Dónde está?- preguntó. Detrás del médico surgió un cuerpo pequeño, aunque eso le pareció a Alexandros. Era un chico de rebelde pelo azulado, evidentemente teñido, y ojos del color de cielo que lo miraban de manera expectante. El médico sonrió. Era apuesto, aun para su canon de belleza masculina. Esbozo una sonrisa conciliadora- Bienvenido al Kyanous Stavros…- esperó a que se presentara, impaciente por conocer su nombre, para así poder abordarle y ver si sus sospechas eran ciertas.

-Kaligaris, señor. Giorgios Kaligaris- murmuró, con una voz demasiado aterciopelada para un hombre. Durante un instante quiso sonreír ante su buena suerte. El chico se había sonrojado y lo miraba con un deseo escondido, pero el nombre, el maldito nombre, lo estropeó todo. Su enderezó, mirando al chico por encima del hombro.

-Muy bien, empezarás ahora mismo. Doctor Niniadis, ocúpese de él- y sin más, se alejó de ambos hombres, dejando al médico confundido por el repentino cambio de actitud de su jefe

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-Doctor Afrodakis- Alexandros miró por encima de su hombro el origen de aquella voz. Se trataba del nuevo enfermero de prácticas, el cual lo miraba con una mezcla de temor y respeto.

-¿Si?- su voz sonó demasiado gélida. No quería ver a aquel chico. No sabiendo su nombre, sabiendo que se llamaba como aquél que le había negado algo por primera vez.

-Y-Yo…quería preguntarle exactamente qué debo hacer con los periodistas que hay fuera, en la puerta- murmuró, cohibido, bajando la mirada. Alenxadros gruño, por la incompetencia en ese tema del enfermero.

-Simplemente diles que se les atenderá más tarde. Y no me interrumpas mientras trabajo- ordenó. El chico tragó saliva, pero asintió y salió del despacho como alma que lleva el diablo. En cuanto la puerta se hubo cerrado, golpeó con fuerza la mesa, furioso con el joven, con el representante de su novia, y con el guardaespaldas de su infancia.

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Lo encontró despidiéndose de un par de enfermeras en el vestíbulo. Sonreía de manera ingenua, y vio como una de ellas le tendía un papel en el que seguro estaba su número de teléfono. El chico se retorció un mechón de pelo rubio, que destacaba en su melena azul, mientras lo aceptaba. En cuanto las chicas se fueron, se acercó.

-Tengo que hablar contigo…Giorgios- pronunció el nombre con dificultad, pero valió la pena al ver sonreír al chico ilusionado.

-Enseguida doctor Afrodakys- murmuró él, con evidente emoción. Alexandros sonrió ante la ingenuidad del joven, y lo condujo a través de los pasillos del hospital, hasta llegar al almacén donde Darío se había enfrentado aquella lejana tarde- ¿D-Doctor? ¿P-Pasa alg…?- sus palabras fueron calladas por un agresivo beso del médico, que lo pegó contra la pared.

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