La Parca de San Petersburgo [Tekken]

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La neblina se arremolinaba a ras de suelo. La luna, pendida en el oscuro manto del cielo, era lo único que parecía iluminar las calles de Moscú, compitiendo con la magnificencia del Kremlin. Solo unos pocos transeúntes se podían dejar ver en la Plaza Roja, admirando aquella construcción con vehemencia.

Entre los callejones desiertos, una figura masculina se desliza en una carrera frenética, sintiendo como su corazón se desborda con cada paso que da. Sabe que está tras él, que sus minutos están contados teniéndola a sus espaldas. Solo quiere escapar, escapar y así librarse de aquél destino incierto que esperaba, agazapado, tras cualquier esquina.

Sigue corriendo, acercándose a la plaza, sintiendo que solo así estaría a salvo de sus garras. Siente que lo conseguirá, que podrá librarse de ella y de lo que representa.

Pero entonces se percata del ambiente gélido, y lo último que ve antes de sentir aquellas manos heladas, son las luces que iluminaban la obra maestra del corazón de la ciudad...

La Parca de San Petersburgo...Así la llamaban desde su entrada en el cuerpo por ser una asesina fría y despiadada.

Siempre permitía que sus víctimas escaparan, que en sus corazones floreciera una pequeña esperanza de sobrevivir. Y cuando se alejaban lo suficiente, se lanzaba a por ellas, jugaba con su mente, y poco a poco los destrozaba, hasta que los atrapaba entre sus gélidas manos y acababa veloz con su vida.

Solo Dragunov, aquél que era su superior, conocía aquella faceta suya, la cara que disfrutaba matando a sus víctimas, todas culpables de algún crimen contra su nación.

Dariya esbozó una sonrisa de suficiencia mientras el cuerpo, inerte, caía a sus pies. Se sacudió las manos, se ajustó los guantes, y sacó un pequeño teléfono del bolsillo de su chaqueta. Marcó un número, apoyándose en la pared, y tras dos timbres, lo descolgaron.

-¿Sí?-

-Está hecho. Cerca de la Plaza Roja, en un callejón. Estará metido en un contenedor, cubierto. Se que conseguirás deshacerte del cuerpo antes de que pasen los camiones de la basura- murmuró- Estaré en la base en unas horas- y sin permitir que el interlocutor dijera nada más, colgó.

Volvió a mirar el cadáver, se sacudió nuevamente las manos, y desapareció entre la niebla...

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