¿Seguirías al conejo al País de las Maravillas?

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Un paso. Dos pasos. Tres pasos. Los árboles se alzan majestuosos, sus copas invisibles, sus hojas casi vivas, sus ramas susurrantes. Privada del azul del cielo, adentrándome en la oscuridad que envuelve cada día de mi existencia. La estela del conejo aún podía sentirse en el ambiente. Aquél destello blanco era un salvavidas, o a lo mejor una losa que me hundiría más en aquella locura que se había asentado en mi mente.

Cuatro pasos. Cinco pasos. Seis pasos. El verdor oscurecía, el negro empezaba a dominar el paisaje. Y allí estaba, como esperando mi presencia, erguido sobre sus dos patas traseras, mirándome con unos ojos como el carbón. Sonreí y me agaché, acariciando su cabeza.

-¿Me esperabas? No hacía falta. Tarde o temprano habría caído contigo- murmuré, cogiéndole en brazos.

Observé el árbol, el más grande, antiguo y majestuoso de los extensos jardines. El hueco del tronco, la puerta a aquél mundo de ensueño.

Siete pasos. Ocho pasos. Nueve pasos. Y la oscuridad me envolvió por completo mientras caía...

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