Ríos de bourbon [Bryan Callaghan]

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La luz se filtraba a través de las persianas bajadas. El ambiente del bar era decadente, lleno de la angustiosa sensación de depresión sobre uno mismo.

La vieja gramola emitia una melacólica música que ahondaba en los corazones de los parroquianos, instándoles a beber cada vez más, para nublar sus penas en ese líquido afrodisiáco que les permitía olvidar aquello que atormentaba sus mentes.

En una esquina, sentado en la mesa más apartada del local, un hombre de pelo alborotado observa como los hielos danzan en una batalla sin par para ver quien ocupa la zona superior del vaso. El líquido ambarino refleja las luces titilantes del local, haciendo bailar los reflejos en sus ojos vidriosos.

Se llevó el cristal a los labios y sintió el familiar ardor en la garganta. Necesitaba aquello. Debía perderse en su memoria, ahogar los recuerdos en alcohol para evitar golpear todo lo que se cruzara en su camino.

-¿De verdad quieres pasar tus días así?- elevó la mirada, febril y húmeda, a su compañero. La sonrisa desdeñosa, torcida hacia un lado. Los mechones naranjas, revolucionados. Y los ojos castaños. Tan similares pero a la vez tan distintos a los de su hermana.

-¿Para que seguir?- murmuró. Sabía que nadie se acercaría a él. En aquél lugar hablar consigo mismo era lo más común.

-¿Para que amargarse y ahogarse en alcohol?- rebatió a su vez. Su voz era jovial, su aspecto el mismo que había mostrado cinco años atrás. Eternos veintiocho, nunca joven pero a la vez nunca viejo. Bryan dio otro trago, vaciando el vaso, y golpeó la mesa. Una joven de melena oscura recogida en un moño se acercó a él con una botella de whisky y vertió el licor en el vaso.

La miró alejarse mientras movia las caderas. La falda exageradamente corta, el gesto de resignación en su rostro en forma de corazón. Estaba ahí por el mismo motivo que él, porque no tenía más alternativa.

-¿Que hay de Monique?- suspiró, apoyándose en la mesa como cuando eran adolescentes.

-Me ha pedido el divorcio-

-Si te das al alcohol no te extrañe ¿Cómo está Morgan?-

-No nos hablamos desde el accidente- escucho su risa, divertida como siempre, mientras la camarera le miraba de reojo y apartaba los ojos azorada al haber sido descubierta observando. Volvió a beber, paladeando el ardor, el fuego que consumía su cordura.

-Es tan cabezota como siempre- ternura, añoranza. Bryan suspiró y siguió bebiendo, mientros los hielos bailaban contra el cristal. La joven se acercó a él y con las mejillas ruborizadas dejó un papel sobre la mesa. Se alejó a paso rápido, tambaleante con aquellos tacones imposibles. Lo miró y se permitió sonreír ante los números anotados- ¡El señor Callaghan tan ligón como siempre señores!- vociferó, haciendo altavoz con las manos. Aunque nadie salvo él podía escucharle. Miró a la joven, que esbozó una sonrisa tímida mientras desataba el delantal de su cintura y se colocaba una chaqueta larga, que cubría su espalda y parte de las piernas.

Bebio el ultimo trago de la copa, dejó sobre la mesa un billete de veinte, y se llevó la mano a la frente, saludando con dos dedos. Sentado, Arthur sonrió.

-A por ella tigre- se echó a reir. Bryan sonrió a la joven, que ladeó la cabeza en un ademán coqueto.

-Cameron Wilkinson- se presentó.

-Bryan Callaghan- contestó él. Tenía unas piernas largas y suaves, unos labios llenos y ojos almendrados de un bonito color celeste. Sonrió mientras salían juntos...

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Se deslizó fuera de la cama y las sábanas acariciaron su cuerpo desnudo. Cameron dormitaba plácidamente, su pelo esparcido por la almohada, desnuda como él. Encendió un cigarro y observó la ciudad despierta a traves de la ventana a pesar de ser de noche.

Aparentaba ser retraída, pero en cuanto el alcohol subió a su cabeza y cayeron sobre la cama demostró una fogosidad inusitada en un cuerpo tan pequeño. Lo habían hecho dos veces en la cama y otra más en la ducha mientras se bañaban. Le había dejado unas marcas de arañazos en la espalda que tardarían en cicatrizar.

Apoyó la cabeza en el frío cristal y cerró los ojos. Durante toda la velada veía a la chica frente a él, pero otra se interponía en sus pensamientos. Otra tiempo atrás enterrada, de ojos castaños y numerosas pecas. Sintió un roce en su espalda y se permitió abrirlos. Unas manos suaves le acariciaban el pecho y bajaban, dejando un rastro frío en su cuerpo. Se exitó enseguida y se giró para tomar en brazos a la chica para besarla y llevarla de nuevo a la cama, mientras los orbes castaños seguían flotando.

Morgan

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