PARTE 1- Capítulo 11

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Las gaviotas graznaban sobre su cabeza mientras Sofía se quitaba las bambas y los calcetines para entrar a la arena. El mar estaba tranquilo y al ser entre semana no había nadie por la playa por lo que la castaña podía disfrutar de todo el lugar para ella sola. Sophie empezó a andar pisando donde la arena se había mojado y dejando que el agua fría y el calor de la arena acariciaran sus pies descalzos. Le encantaba estar allí, ese lugar le daba paz.

«Te echo de menos, ¿sabes?...» pensó mientras levantaba la arena con una suave patada que provocaba un pequeño agujero en la tierra. «No sé qué hice mal... No sé dejar de quererte...» rabió por dentro la castaña apretando sus puños mientras unas lágrimas traicioneras bajaban por su rostro. «Está conociendo a otra» se auto recordó relajando su rabia y saboreando el dulce sabor a sal de sus lágrimas, el viento acarició su rostro con dulzura haciendo revolotear la rebelde melena castaña.

«Está conociendo a otra... No ha tardado nada en hacerlo... Y no tengo derecho a quejarme de nada por ello... Tengo que dejar que lo haga» reflexionó mientras notaba como el dolor se acumulaba en su pecho, la castaña aminoró el paso y se agachó frente a la orilla observando como el agua llegaba a rozarle la punta de los dedos. «Soy una hipócrita... No estábamos bien... Yo misma me había planteado dejarle... Pero mi cabezonería no me dejó y confié en que nos esforzaríamos los dos... La culpa es mía» razonó Sofía jugando con la arena. «Debo espabilar o la abuela se enfadará» se dijo, Sophie se levantó de un salto y se secó las lágrimas, después estiró los brazos y respiro hondo para luego ensayar una enorme sonrisa.

No tardó más de quince minutos en llegar a un pequeño grupo de piedras que daban paso a una diminuta playa con un bar y dos duchas, Sofía cruzó el lugar hasta llegar a una pasarela de madera donde se colocó de nuevo sus zapatos, a lo lejos observó el antiguo búnker de guerra que allí se alzaba, ese lugar tenía algo que le erizaba la piel. Dio media vuelta sobre sus talones y empezó a subir por el pequeño sendero que conducía a la pequeña urbanización, estaba vacío y en el camping que lo bordeaba no parecía haber mucha gente de momento, en menos de cinco minutos pudo distinguir la entrada de la pequeña casa de su abuela, Sofía sonrió al verla esperando y barriendo en el patio delantero, que quedaba cada día repleto de pétalos rosas, la castaña levantó la vista para admirar a la causante del sufrir de su abuela, una buganvilla que cruzaba el arco de la entrada de lado a lado.

—¡Abuela! —saludó Sofía, una mujer de mediana estatura y pelo blanco y corto la saludó con la mano.

—Hola niña —dijo la mujer cuando la castaña se acercó a darle dos besos— ¿Si que has tardado, no?

—He cruzado por la playa —se excusó Sophie mientras dejaba su bolsa encima de una mesa de jardín blanca.

—Coge, coge la bolsa que yo ya estoy de aquí. Vamos dentro —dijo la mujer dejando la escoba colgada de un viejo clavo en la desgastada pared de ladrillo rojo. Sophie asintió y entró en la casa.

El indescriptible olor de ese lugar la relajó de golpe, le encantaba el aroma de esa casa, cruzó un largo pasillo y llegó a una pequeña habitación con dos camas individuales y una litera, sobre la cama de abajo había unas sábanas plegadas cuidadosamente.

—¿Duermo en la cama de Iris? —preguntó nuestra chica al ver las sábanas sobre la cama de su prima.

—Sí, duerme donde quieras, eres la única que parece que vaya a venir —contestó la mujer— hazte la cama que yo empiezo a preparar la cena, ¿vale?

—Ya les diré que vengan —se limitó a decir Sofía mientras deshacía un poco su mochila.

«La verdad es que agradezco usar la cama de Iris...» pensó Sophie mientras dejaba las cosas sobre su verdadera cama, que era vieja y con un colchón que le destrozaba los riñones, dormir ahí era un acto de valentía. Se hizo la cama con rapidez y, aún más velozmente, se cambió el look; unas chanclas, unos shorts claros y una camiseta gris con cuello en forma de pico. Salió de la habitación y entró a la cocina —que no se encontraba a más de dos pasos— donde su abuela estaba descongelando carne y preparando lo necesario para hacer una ensalada.

Nankurunaisa (Editando Parte1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora