Prólogo

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Sofía García es esa chica que anda con paso apresurado y mirando al suelo. Esa que justo ahora se ha tropezado con su pie izquierdo, y que en el último momento ha recuperado el equilibrio, siguiendo su camino como si nada hubiera pasado. La que va cargando una bolsa con libros y un enorme bolso mientras las gafas de sol se le caen de la cabeza. Como podréis imaginar, Sofía es un poco torpe.

Las calles de la ciudad estaban abarrotadas de gente que volvía a casa tras el trabajo. En la parada de bus hacían fila unas cuantas mujeres y hombres con trajes, camisas, tacones o zapatos de vestir. En los parques había niños y niñas jugando al escondite, al pilla pilla o a la pelota; haciendo subir la tensión de sus abuelos y abuelas cada vez que se acercaban demasiado a la carretera. Mientras tanto por la acera circulaba también alguna que otra bicicleta, patinete eléctrico, e incluso alguna motocicleta de reparto ¿es que no conocían el carril bici? Pero nada de eso impedía que Sofía se abriera paso en esa extraña jungla como podía. No estaba muy lejos de casa, que ganas tenía ya de llegar.

Cuando cruzó el viejo portal de su casa, el ruido de la calle pasó a segundo plano. Allí dentro reinaba un hermoso silencio resguardado por las altas puertas de madera del portal, que lucían dos hermosos picaportes de hierro forjado. Al lado las escaleras que conducían hacia los pisos superiores, y al fondo, le esperaba el viejo ascensor. Hoy no iba a subir por las escaleras. Abrió la puerta de hierro del ascensor, después la doble puerta de madera, y entró rápidamente, dejando caer la bolsa y su bolso en el suelo, estirándose como si fuera una gata. El ascensor subió hasta el cuarto piso, parándose con un golpe seco provocando el temblor de la maquinaria que se encontraba justo encima. Algún día ese ascensor se caería, Sofía estaba segura de ello.

Salió del ascensor cargando la pesada bolsa y su enorme bolso, mientras buscaba las llaves. ¿Dónde las había metido? Rebuscó en el bolso palpando cada objeto; gafas de sol, agua, pintalabios de cacao, libreta, gafas de sol otra vez, pañuelos, crema de manos... Sofía zarandeó el bolso, un ruido metálico llegó a sus oídos. "Al menos están en el bolso" pensó aliviada. Dejó el bolso en el suelo y se agachó para buscarlas. ¿Dónde narices se habían escondido? Abrió el bolso de par en par y empezó a mover todas sus cosas. ¡Allí estaban! Agarró las llaves rápidamente, con temor a que volvieran a esconderse, y recogiendo todas sus pertenencias una vez más, abrió la puerta.

Hogar dulce hogar. Acto seguido, y en cuestión de segundos, un alegre yorkshire saltaba a su alrededor.

— ¡Hola, hola, Natsu! — dijo Sofía andando hacía la cocina, dejando las cosas sobre la encimera para luego dirigirse a su pequeña terraza— Hola chiquitín, ¿Quién es el más bonito?—dijo acariciando al pequeño perro, que empezó a lamerle las mejillas con alegría— ¡Ay! cómo te quiero, cosita mía— declaró la chica abrazando a su peludo amigo.

Tras recibir todo ese amor Sofía se levantó y observó la terraza. Ya no había cagadas de pájaro nuevas. El caso es que hacía unos días que su terraza amanecía pintada por los problemas de diarrea de un ave, por lo que harta de limpiar mierda había construido un perturbante espantapájaros casero. Se trataba de una vieja escoba con una máscara de payaso, una camisa vieja a cuadros y un sombrero de paja que consiguió en un concurso de cerveza.

— Gracias, Paco, por vigilar al pájaro— dijo Sofía para luego entrar a casa.

Sofía entró y, al fin se dejó caer en el sofá cerrando los ojos. Hoy había sido un día de locos en la editorial. El editor jefe no había podido ir, y todo el trabajo se había hundido en el caos más absoluto: los redactores y los becarios habían hecho todo lo que habían podido, pero más de un cliente había llamado molesto. 

Abrió los ojos y se quedó mirando al alto techo de su apartamento. Sonrío. Como le gustaba ese sitio.

Se trataba de un pequeño loft  situado en una antigua nave industrial de la ciudad, pero con una intimidad casi imposible de conseguir en una gran urbe, ya que la terraza mostraba ante ella únicamente los demás tejados, lo que significaba que Sofía no tenía que preocuparse de vecinos cotilleando tras las ventanas. Allí no le eran necesarias unas feas y molestas cortinas colgando; si quería podía bailar desnuda en el salón. Disponía también de una pequeña cocina abierta al comedor, donde gracias a Dios, entraba una mesa para cuatro o seis (bastante apretados), el sofá, una mesita, y una tele. Al fondo, se encontraba el lavabo, y al lado unas escaleras metálicas que conducían a su cuarto. Era un lugar pequeño, pero suficiente por el momento.

Sofía se incorporó y observó las cajas que se apilaban bajo las escaleras. Se había mudado hacía apenas una semana, y aún no había podido colocarlo todo. En las cajas había libros, fotos, ropa de invierno y algún que otro elemento decorativo.

La chica suspiró. Sabía que tenía que ponerse manos a la obra. Se levantó de un brinco sobresaltando al perro y se hizo un moño feo en la cabeza. Se dirigió a la cocina y empezó a prepararse un café. Observó las cajas que tenía por ordenar e inevitablemente pensó en cómo podía cambiar la vida en poco menos de un año.

¿Qué diría la Sofía de hace un año si le contara lo que se avecinaba? Sofía esbozó una sonrisa. No se lo creería.

Primero de todo ¡GRACIAS por leer lo que escribo!   Estaré encantada si decidís darme una estrella y/o comentar la historia ya sea para animarme, hacer alguna crítica constructiva o lo que os plazca :)

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En segundo lugar informar de que iré actualizando CADA VIERNES, así pues... !Cada semana tendremos capítulo nuevo!

Giulia Brigid

Nankurunaisa (Editando Parte1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora