Sofía cerró el pequeño cuaderno y lo dejó sobre su ordenador, sus padres acababan de llegar.
—Ayúdanos a entrar esto —pidió su padre señalando, con la cabeza pues iba cargado, un grupo de bolsas en el ascensor. Sofía asintió sonriente.
Se puso las zapatillas y salió al portal, quedaban cuatro bolsas. La castaña dudó unos segundo pero después agarró tres de ellas y las entró para dentro pidiendo paso a sus padres que volvían hacia el ascensor.
—Que bestia eres hija mía, te vas hacer daño —comentó su padre intentando agarrar alguna de las bolsas que cargaba.
—Deja, deja, ayuda a mamá con la otra bolsa que está mal de las cervicales —dijo Sofía mientras dejaba las tres bolsas en la cocina y se colocaba bien la camiseta de tirantes.
—Nena que se te va a ver todo —se carcajeó su madre al entrar.
—Es que me va grande —contestó la aludida riendo— ¿Ya no queda ninguna bolsa, no?
—Ninguna —contestó su padre entrando y cerrando la puerta de casa tras de sí.
En diez minutos toda la compra estaba colocada por lo que Sofía fue al comedor y recogió su ordenador y esa libreta que, a partir de ese momento, llevaría siempre encima. Había pasado prácticamente una semana desde que había descubierto que Álex estaba conociendo a otra persona, ambos habían cortado el contacto y ella había decidido, tras leerse algunos artículos de psicología, que anotaría sus sentimientos y pensamientos en una libreta, así le daría una forma de escape a esa incansable y estresante máquina que era su cerebro.
Dejó las cosas sobre la cama y abrió de nuevo la libreta mientras se sentaba ante el escritorio.
«¿Qué necesitas?»
Esa era la última frase que Sophie había escrito, se quedó pensando un buen rato, observando como los rayos de luz que se filtraban por la ventana daban vida a pequeñas motas de polvo. Al final se decidió y apuntó;
«Leer, escribir e ir a la casa de la playa»
Sofía quería paz, necesitaba paz, alejarse de todo y de todos, ir algún lugar donde Álex no estuviera presente en todo lo que mirara. Ese lugar era la casa de su abuela en la playa, una idea empezó a tomar forma en su cabeza. Podía aprovechar los dos días de fiesta para ir allí, su abuela bajaría pronto y se alegraría de tener compañía algunos días. Ambas salían ganando, Sofía sonrió; al final el verano no sería solo trabajar.
—¡Mamá! —gritó Sofía.
—¡No grites! Si quieres algo ven a la cocina a decírmelo —contestó su madre con otro grito.
—Voy, voy —respondió la chica saliendo de su cuarto— ¿Sabes si bajaremos a la casa de la playa?
—Seguramente, tenemos que llevar a tu abuela —contestó la mujer a la vez que encendía el fuego— ¿Te apetece pavo? —la aludida asintió— ¿Por qué preguntas lo de la playa? ¿No trabajas?
—Quiero ir los dos días que tengo libres de cada semana. Como salgo del trabajo a las cinco a partir de la semana que viene puedo aprovechar y coger uno de los trenes rápidos hasta allí —explicó la castaña mientras abría una bolsa de patatas, su madre la miró de reojo— ¿Quieres? —preguntó la chica con la boca llena y un amago de sonrisa.
—No vas a comer si te hinchas a patatas —contestó la aludida mientras cogía un par.
Sofía salió de la cocina y se dirigió al comedor donde dejó las patatas, después volvió a la cocina a por lo necesario para preparar la mesa; vasos, cuchillos, tenedores, agua y servilletas.
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Nankurunaisa (Editando Parte1)
No FicciónSofía tuvo una relación; pero ya se acabó. Sofía confió en la gente; pero ya no es capaz. Sofía creía tener un futuro; pero ya no puede verlo. Sin embargo, Sofía García descubriría algo muy importante: y es que cuándo crees que todo ha acabado, e...