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No hay mala situación que catorce super animadoras no puedan empeorar.

Hicieron falta solo tres minutos para que la modesta Waffle House se convierta en la nueva sede del bufete de Dongju, Dongju, Dongju y Hana. 

Levantaron su campamento en uno de los asientos compartimentados del rincón situado justo frente a nosotros. Un par de ellas me lanzó una mirada en plan «¡Ah, bueno, sigues vivo!», y la acompañaron de un gesto de asentimiento, pero, en su mayoría, no les interesaba nadie que no fueran ellas mismas. Sin embargo, eso no quería decir que los demás no se interesaran en ellas.

Park kyung se había transformado en otro chico.

–¿Qué desean señoritas? –preguntó alegremente.

–¿Podemos practicar nuestras piruetas aquí? –preguntó Hana uno.

Supuse que ya tenía mejor la muñeca con la que sujetaba a sus compañeras durante el salto de lanzamiento de canasta. Esas animadoras eran tipas duras. Duras y tontas. ¿Quién se arriesga a ir caminando en plena tormenta de nieve hasta una Waffle House para practicar piruetas? Yo solo lo había hecho para alejarme de ellas.

–Señoritas –dijo él–, pueden hacer lo que les plazca.

A Hana uno le gustó la respuesta.

–¿Podrías... no sé... limpiar el suelo? ¿Solo esta parte de aquí? ¿Solo para que no se nos peguen porquerías en las manos? ¿Y podrías quedarte a ver cómo lo hacemos?

El chico estuvo a punto de romperse los tobillos solo para llegar hasta el armario de las fregonas.

Taehyung había estado contemplando todo sin pronunciar palabra. No tenía la misma mirada devota de Park kyung ni de sus amigos, aunque no cabía duda de que estaba pendiente de lo que ocurría. Inclinó su cabeza, como si intentara resolver un problema matemático.

–Lo que está sucediendo no es muy habitual por aquí –comentó.

–Sí –dije–, eso parece. ¿Se puede ir a otro lugar? ¿Algún Starbucks o algo por el estilo?

Hizo una especie de mueca cuando pronuncié el nombre de Starbucks.

–Está cerrado –respondió–. Está casi todo cerrado. Aunque también está el Duque y Duquesa. A lo mejor sigue abierto, pero es solo un almacén. Es nochebuena, y con esta tormenta.

Taehyung debió de percatarse de mi grado de desesperación por la forma en que empecé a golpearme la frente contra la mesa.

–Voy a volver a mi casa –dijo al tiempo que deslizaba una mano sobre la mesa hacia mí, para amortiguar los golpes que estaba dándome–. ¿Por qué no me acompañas? Al menos allí no nieva. Mi madre no me perdonaría que no te invitara.

Lo pensé. El tren congelado y parado en el que viajaba se encontraba al otro lado de la autopista.

Mi única alternativa era una Waffle House colmada de animadoras y un tipo vestido con papel de aluminio. Mis padres eran huéspedes de instituciones penitenciarias a kilómetros de distancia. Y la tormenta de nieve más intensa de los últimos cincuenta años estaba desplomándose justo encima de nosotros.

Sí, necesitaba una escapatoria. Con todo, era difícil desoír la voz de alerta de «peligro, desconocido» que resonaba en mi cabeza... Sin embargo, a decir verdad, era el desconocido el que más se arriesgaba. Porque, dadas las circunstancias, esa noche el que parecía un loco de remate era yo. Ni yo mismo me hubiera invitado a ir a mi casa.

–Toma –dijo–. Una pequeña prueba de identidad. Es mi tarjeta oficial de empleado de Target. No cualquiera puede trabajar en Target. Y mi carnet de conducir... No te fijes en el corte de cabello, por favor... Verás mi nombre, dirrección, número de seguridad social... Está todo.

Sacó las tarjetas de la billetera para rematar la bromita. Me fijé en que llevaba una foto suya con un chico en la solapa para fotos, sin duda era una imagen de la fiesta de graduación. Eso me hizo sentir más seguro.

Era un chico normal y corriente, con novio y todo. Tenía incluso apellido: Kim.

–¿Está muy lejos? –pregunté.





EL EXPRESO DE HOSEOK • VhopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora