◉ 7 ◉

195 44 1
                                    

–¡No tienen nada con proteína
light! –oí decir a una de las chicas.

–Te lo dije, Hana. Deberías haberte comido un rollito de lechuga cuando has tenido oportunidad.

–¡Creí que al menos tendrían pechuga de pollo!

Para mi desesperación, me di cuenta de que las dos chicas que mantenían esa conversación se llamaban Hana. Peor aún: tres de las demás componentes del grupito se llamaban Hana. Me sentí atrapado en un experimento social de resultados nefastos. Tal vez fuera un experimento relacionado con replicantes.

Unas cuantas fueron por nosotros. Quiero decir, se fijaron en nosotros.
Se fijaron en Jin y en mí. En realidad solo se fijaron en Jin.

–¡Oh, Dios mío! –exclamó una de las Hanas–. ¿Verdad que este es el peor viaje de tu vida? ¿Has visto como nieva?

Qué inteligente la tal Hana. ¿De qué se percataría a continuación? ¿Del tren? ¿De la luna? ¿De las caprichosas vicisitudes de la existencia humana? ¿De que tenía la cabeza sobre los hombros?

No dije nada de eso, porque no quería dejar este mundo asesinado por unas animadoras. De todas formas, Hana no estaba diciéndomelo a mí.
Hana no tenía idea de que yo estaba allí. Le había echado el ojo a Jin.

Casi se le veía el núcleo robótico de más córneas desplazándose para enfocar su imagen a la perfección y ponerlo en su punto de mira.

–Es bastante horrible –respondió él, educadamente.

—Vamos a GangWon-do, ¿sabes? –la chica lo alargó así, en plan pregunta.

–Allí estará mejor –contesto él.

–Sí, si es que llegamos... Vamos todas a la convocatoria regional de animadoras, ¿sabes? Y es un palo, porque estamos de vacaciones, ¿sabes? Pero ya hemos celebrado la Navidad antes de viajar, ¿sabes? Porque la celebramos ayer, ¿sabes?

Entonces me di cuenta de que todas llevaban objetos y dispositivos realmente nuevos. Celulares relucientes, llamativos collares y pulseras con los que jugueteaban, la manicura recién hecha y iPods que jamás había visto.

Hana uno se sentó con nosotros, adoptando una postura estudiada:
las rodillas juntas y los talones hacia afuera. Una pose desenfadada para una chica acostumbrada a ser la más adorable y recatada del vecindario.

–Él es Seok –dijo Jin, quien tuvo la amabilidad de presentarme a su nueva amiga.

Hana me dijo que se llamaba Hana, y luego empezó a parlotear sobre las demás Hanas y las Dongjus. Pensarlo así era una apuesta segura, de esa forma tenía alguna oportunidad de acertar con el nombre. Hana no paraba de hablar y nos comentó lo de la competencia. Hizo eso tan alucinante de incluirme en la conversación al mismo tiempo que me obviaba. Además iba enviándome un mensaje telepático profundamente subliminal: quería que me levantara y cediera mi asiento a su clan.

Tal como estaban dispuestas, ya ocupaban hasta el último rincón del espacio disponible en el vagón. La mitad de ellas estaba hablando por teléfono; la otra mitad, terminaba con el suministro de agua, café y Coca-Cola light.

Decidí que aquella experiencia no me ayudaría a sentirme realizado en la vida.

–Voy a volver a mi asiento –dije.

Sin embargo, en cuanto me levanté, el tren frenó en seco y nos lanzó a todos hacia adelante bajo una copiosa lluvia de líquidos calientes y fríos.

Las ruedas chirriaron como protestando mientras se arrastraban por la vía durante más o menos un minuto. Cuando por fin nos detuvimos, con un frenazo brusco. Oí el ruido del equipaje al caer a lo largo de todo el tren, las maletas que salían volando desde las repisas de barrotes metálicos y los golpes de las personas que se desplomaban. Personas como yo. Aterricé sobre una Dongju y me golpeé el mentón y la mejilla contra algo.

No estoy seguro de qué fue, porque justo en ese instante se apagó la luz, lo que provocó un grito generalizado de consternación. Unas manos me ayudaron a levantarme, y no necesité el sentido de la vista para saber que se trataba de Jin.

–¿Estás bien? –me preguntó.

–Estoy bien. Creo.

Las luces parpadearon y al final volvieron a encenderse, una a una.
Varias Hana se aferraban a la barra de la cafetería como si les fuera la vida en ello. El suelo estaba alfombrado de comida. Jin se agachó y recogió lo que había sido su teléfono hasta entonces y que en ese momento era un objeto partido limpiamente en dos. Lo acunó entre sus manos como a un pañuelo herido.

Se oyó un crujido por el altavoz, y la persona que habló parecía muy afectada, no usó el tono frío e imperativo con el que nos habían comunicado las paradas a lo largo de todo el recorrido.

–Damas y caballeros, por favor, mantengan la calma. Un auxiliar del servicio a bordo pasará por todos los vagones para comprobar si hay algún herido.





EL EXPRESO DE HOSEOK • VhopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora