🗡GLAVA XI🗡

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OMNISCIENTE
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—M-más...

Caym gruñó, él se encontraba en el asiento del conductor con su bonita labios de cereza encima, saltando sobre su jodida erección. Anette estaba apoyada en el volante, dándole la espalda a su hombre y con su rostro enterrado en medio de sus antebrazos mientras subía y bajaba con fuerza sobre la larga y gruesa erección de su doctor de ojos bonitos, dejando salir pequeños gemidos, deleitándose con los jadeos y gruñidos de su hombre. Caym la sujetaba con fuerza de sus delicadas caderas, ayudándola a subir y bajar, de vez en cuando impulsando sus propias caderas hacia arriba en una embestida corta y certera. Con un gruñido pasó una de sus manos por el abdomen de su mujer, subiendo su mano hasta sus pechos, dando un ligero apretón para luego subirla aún más, tomando su garganta con fuerza y lanzar su cabeza hacia atrás, pegando la espalda de su bonita mujer a su gran pecho. 

Anette jadeó fuerte, y pidió más.

Caym sonrió ladino, e inmediatamente dio otra fuerte y placentera embestida, dándole una fuerte nalgada mientras le sujetaba la garganta con fuerza y giraba su fino cuello para tomar posesión de sus labios, iniciando un beso demandante y sucio. Anette gimió fuerte y comenzó a mover sus caderas en círculos, torturándolo. Él rompió el beso y echó su cabeza hacia atrás, dejando salir una exclamación de placer y mordiendo sus labios, mientras volvía a tomar a su mujer por sus caderas, marcando un ritmo rápido y certero, dándole otra nalgada a su mujer, deleitándose como la blanca piel de ella se iba tiñendo de rojo. Anette gimió fuerte y se impulsó hacia arriba, dejándose caer con fuerza mientras su chico impulsaba sus propias caderas hacia arriba, corriendose fuerte dentro de ella.

Anette se dejó caer sobre él, pegando su espalda al gran pecho de Caym, tratando de recuperar el aliento.

Él la abrazó con ambos brazos, apoyando su frente en su larga cabellera y respirando agitadamente—. Eso fue... 

—Increíble —terminó por él—. ¿Ya te cansaste?

Caym sonrió ladino—. Jamás me cansaré de hacerte mía, Anette.

—¿Ah, sí?

Caym le dejó un beso en su cabeza—. Eres mía. Solo mía —susurró ronco posesivo.

Anette se mordió los labios—. Lo soy. Y tú eres mío.

Caym la tomó y la volteó para que ella quedara sentada a horcajadas sobre su regazo, la abrazó por su cintura y afirmó su barbilla sobre los pechos de su mujer—. Lo soy.

Anette lo miró embelesada—. Te amo, Caym.

Él suspiró—. Anette...

—Lo sé —lo miró con suavidad—. Pero algún día... Escucharé esas palabras.

Caym sonrió ladino—. ¿Crees que durará tanto?

—Seremos marido y mujer. Lo sé.

Caym se rió bajo—. Estás loca.

—Y te encanta.

—Me fascina.

Anette sonrió y lo besó—. ¿Crees que Lilith me quiera algún día?

LA FLOR DE LA MUERTE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora