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Abrió los ojos por cuarta vez, ilusa de creer que ya amanecería.

Un cuarto oscuro, cuatro pareces aladrilladas y un agujero que hacía función de ventana por donde pasaba algo de luz. No se oía ningún ruido ni sonido que no fueran los latidos de su abatido corazón, el pitido de su sistema nervioso o las pisadas de su captor visitándole con algo de comida.

Kaela se volvió a tumbar para ver si conseguía dormirse. El suelo estaba frío, gélido y polvoriento. Se preguntaba cuántos días llevaría sin ducharse, sin peinarse y sin darle de comer a su gata Siba.

Estarás arañando todas las almohadas, traviesa》Pensó acariciando el suelo, llenándose la yema de los dedos de polvo y mugre.

El tacto áspero llevó su mente al primer día que se vio allí atrapada.

Todo era tan distinto entonces... Mi vida, yo... Y ahora solo —se dijo limpiándose los dedos con las mejillas—... mierda y soledad, lo que me merezco》

Y sumida una vez más en los vagos recuerdos de su vida pasada, antes de que pudiera darse cuenta, ya había caído en sueño profundo.




Las pisadas eran distintas esta vez.

《¿Es él? —Kaela se puso de rodillas y gateó lo más que pudo hasta la puerta candada, poniendo la oreja para saber qué pasaba— ¡Está arrastrando algo!》

Se centró en aquel sonido metálico cada vez más próximo. Cerró los ojos dejando caer una catarata de lágrimas por su demacrado rostro, soltando un largo suspiro a la vez que se sujetaba el pecho con ambas manos aún incrédula. Apoyó la espalda contra la puerta y se agarró el estropicio de pelo que todavía conservaba; sonriendo y llorando a la vez.

Su salvación.

Su captor traería a otra víctima y ya no estaría sola. Siendo dos podrían combatirle y escapar de ese infierno. O al menos eso pensaba ella.

El corazón le dio un vuelco al oir el metal golpear en seco y clavarse en el suelo cementado. No se oían lágrimas ni sollozos y la respiración de Kaela se volvía por momentos más taquicárdica. De nuevo pegó la oreja derecha a la madera intentando interpretar algo de lo que hubiera más allá, pero no escuchó nada. Supuso que entraría a ponerle el desayuno, o que incluso su nuevo compañero ya habría muerto desangrado por el camino. Le dieron escalofríos solo de pensarlo.

  —Buenos días, Kaela —habló por fin una voz masculina al otro lado de la puerta—. Espero que hayas dormido bien.

La pelinegra se quedó petrificada después de haber escuchado esa voz pronunciar su nombre. Nunca antes había hablado, nunca antes había oído esa voz que al parecer se sabía su nombre.

En ese instante, miles de preguntas comenzaron a invadir su mente. Múltiples ideas inundaban de forma invisible las cuatro paredes. ¿Por qué estaba allí? ¿Quién era? ¿Que quería? ¿Por qué hacía eso? ¿Dejaría que se fuera algún día? ¿Acabaría con ella?

  —Me he traído una silla que tenía tirada por el trastero —empezó—, es vieja pero aún puedo sentarme sin que se rompa. La he cogido para quedarme aquí y hablar contigo, Kaela.

La joven se echó hacia atrás y retrocedió arrastrándose sin poder apenas tragar saliva. Observó fijamente la puerta, temblando e impotente. Frustrada. Una vez más había fallado, no saldría nunca de aquel sitio y estaba tan desesperada que cualquier ruido —incluso el de una silla arrastrándose por el suelo—, le haría pensar que todavía podría huir de allí.

  —Kaela, hace mucho que no escucho tu voz —habló sereno para luego tensar el registro —. Habla.

Ella continuaba nerviosa, al borde de un ataque de ansiedad y sin apartar la vista de la puerta cerrada. Estaba perpleja. No pensaba decir ni una palabra.





Pasó media hora. Silencio.

Ya se ha ido》Se dijo así misma ya más tranquila.

Entonces, pudo oir perfectamente la silla metálica plegarse con un espantoso chirrido que le obligó a poner muecas.

Había estado allí durante todo ese tiempo, sin decir nada y... ¿esperando a que hablara? Empezaba a pensar que era una especie de psicópata, y se sorprendió de no haberlo pensado desde un primer momento.

Dos pasos. Pausa. Otros dos pasos.

  —Veo que no tienes ganas de hablar, bonita —soltó una pequeña carcajada—. Supongo que tampoco tendrás ganas de comer algo. Me voy.

Iba a dejarle sin comer y ese sería su final. Sucia, hambrienta y sola.

Y por fin lo entendió todo. Esa era la única oportunidad que tendría para salir de allí; aprovechar que por primera vez sabía algo más del tipo que había hecho de ella su prisionera e intentar que la soltara.

O morir en el intento.

  —No, espera...

Al otro lado de la puerta, una sonrisa pícara se formaba en el rostro del captor acompañada de una cuadrada mandíbula.

  —Tengo que irme a hacer unas cosas —dijo acercándose a la puerta—. Pero me alegra saber que deseas hablar conmigo. Otro día será. Suficiente por hoy.

Sacó una llave plateada de su bolsillo y se agachó para abrir una especie de gatera fabricada torpemente. Una vez se abrió, hizo deslizar un plato cubierto por otro encima, junto a dos cubiertos de plástico y una botella de agua a la mitad.

Volvió a cerrar la gatera.

Kaela se abalanzó hacia la comida, parecía que no hubiese comida en años. Y al quitar el primer plato de encima, un destello inundó sus ojos.

Dos sándwiches de...》Se dijo.

  —Dos sándwiches de queso y bacon, tu favorito...

De nuevo pasos. Cada vez más lejanos...


Ataraxia ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora