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Vio su plato vacío y, acto seguido, agarró la servilleta que tenía al lado para limpiarse los restos de comida.

Levantó la mirada y le vio frente a ella. Tan tranquilo, tan concentrado en acabarse su plato... Se preguntó cómo era capaz de tener a una persona en esas condiciones y seguir con su vida como si nada. Pero, la única respuesta que se dio a sí misma fue "está loco".

Kaela Rousseau seguía sin tener ni pajotera idea de qué día era, de cuánto tiempo llevaba allí... y, sobretodo, de qué pretendía hacer con ella.

Estaba muy mal anímicamente, no tenía fuerzas para combatirle. La energía que tuvo los primeros días se había ido; ya no pegaba patadas a ninguna puerta, no gritaba ni intentaba fabricar estúpidas armas con las que luchar contra un hombre que hasta hace días no conocía. Todo aquello se había terminado. Pero, no se olvidaba... Frédéric necesitaba que ella estuviera con él. Viva.

«Voy a salir de aquí, hijo de perra. No sé cuándo... Pero saldré. Aunque muera en el intento» Pensaba Kaela observando como el captor alzaba la vista poco a poco.

Ella tenía un plan. Era tan desconocido que ni ella misma sabía qué haría, sin embargo, constaba de dos pasos muy sencillos: el primero lograr que Frédéric bajara la guardia, tenía que conseguir que él dejara de verla como un animal al que encarcelar para que no huyera; el segundo era ganarse su confianza, aprovechar cualquier despiste y salir de allí como fuera.

El captor llamó la atención de Kaela, quien una vez más, se encontraba frente a él agarrando una bandeja vacía.

   —Cielo —dijo levantándose poco a poco—... La policía te está buscando.

Kaela abrió los ojos como platos y ahogó un grito. Sin poder evitarlo, una sonrisa invadió su rostro mientras entrelazaba ambas manos, llevándolas a su pecho.

   —Por favor... —comenzó la pelinegra mientras lágrima brotaban de sus ojos—. Sé que no eres malo, lo sé... Sino hubieras acabado conmigo hace mucho tiempo... Yo solo quiero...

   —Háblame de tus padres. Empieza.

La joven secuestrada se quedó perpleja y un atisbo de confusión apareció en su rostro. No entendía nada.

   —Te he dicho que hables, bonita —dijo arrebatándole la bandeja y dejándola a un lado de una mesita—. Vamos a tener una pequeña charla...

Kaela seguía sin responder, no sabia que decir. Estaba descompuesta. Por una parte, el saber que la policía estaba intentando averiguar su paradero, le llenaba de felicidad. Sabía que sus padres no se habían rendido, seguro que pensaban que seguía viva. Un aura de fe y esperanza se posó sobre ella, quien rezó en su mente para que le encontraran lo antes posible.

Tenía que ganar tiempo.

   —Quiero que me hables de Edward y Tania —espetó con un hilo tenso en la voz—, parece que estás sorda.

Siba estaba encogida a un lado de una de las almohadas que había en la cama, durmiendo. Frédéric hizo señas para que Kaela recayera en su mascota, luego con el dedo pulgar marcó un pequeño recorrido por su propio cuello yendo de un extremo a otro.

Haz caso o Siba pagará.

Kaela se sobresaltó mirando hacia atrás unas cuantas veces. Cerró los ojos y respiro profundo, sin saber las palabras exactas con las que empezar.

   —Mis padres son mi vida —habló Kaela, mirando directamente a los ojos al captor—. Y yo soy la de ellos... No creo que sepas lo que es perder a alguien que quieres. Y ellos me han perdido a mí...

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