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Una vez más, volviendo a abrir los ojos. Recordando que seguía atrapada y cautiva por culpa de Frédéric. Sabiendo con certeza que no la soltaría jamás.

Kaela estaba triste. Pensar en su familia, sus amigos, su vida... El pasado. El antes del que tendría que olvidarse para siempre. Su nuevo presente y su desconocido futuro, en el que le acompañaría su preciosa gata Siba. Y por detrás aquel hombre, acechándole a donde quiera que fuese. Porque él no se iría, nunca permitiría que ella regresara a su vida anterior.

   «Todos creerán que estoy muerta a estas alturas. Mamá, papá, Tatiana...» Se decía a sí misma tumbada en su cama.

No tenía fuerza física y mentalmente estaba agotada. Cansada de aquella situación, asumiendo que la única escapatoria que había era la muerte.

   «Morir es la única manera de huir y de que Frédéric me deje» Se decía a sí misma, autoconvenciéndose de que así se acabaría su infierno.

Ya estaba decidido.

Impotente y llorando. Esperaba que sus padres pudiesen perdonarla, que no dudasen jamás que ella les quería y nada de lo iba a hacer era ni sería culpa suya. De sus ojos brotaban lágrimas como manantiales mientras observaba sus huesudas muñecas, comprobando los moratones y las marcas que había acumulado durante su secuestro.

  «Esta no soy yo...» Pensaba mirando de forma borrosa el temblor de sus manos.

Kaela. Kaela muerta. Kaela Rousseau, una joven de ventiún años es hallada sin vida. Todo indica que se trata de un suicidio.

   —Siba, tú vendrás conmigo...

La joven se giró buscando la esquina del cuarto en la que se encontraba su gata blanca, comiendo.







   «Voy a por ti, Kaela» Pensaba una y otra vez la señora Rousseau.

Tania estaba completamente confundida. Lo único que tenía claro era que rescataría a su hija de las garras de aquel enfermo. De ese enfermo. De su enfermo. Porque era Frédéric, su Freddy. Aquel chico encantador que conoció en un orfanato cuando era pequeña, el mismo al que le hizo la promesa de volver después de que le hubiese adoptado una familia.

La promesa que nunca cumplió...

   «Su venganza» Se decía ella.

Tania había fijado en su mente la idea de que todo lo que estaba pasando era culpa suya. Frédéric Eaton tenía a su hija porque ella le dejó tirado en aquel lugar hace tantísimos años, fallando como amiga.

Pero no como madre. Por esa razón, caminaba ahora por los pasillos del cuartel fisgoneando y poniendo la oreja para descubrir cuál era la dirección de la casa del captor para ir antes que nadie.

Ataraxia ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora