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El gotero que suministraba la anestesia estaba a mitad, ya había hecho efecto y Kaela estaría ahora inconsciente de forma intencionada.

Frédéric se dio cuenta de que no podría tener a su princesita en esas condiciones por mucho más tiempo, pero todavía no había conseguido doblegar a la joven. Estaba casi seguro de que ella conservaba el deseo de escapar de allí y que si decidía subirla a la primera planta, intentaría huir a toda costa. Por esa razón, necesitaba someterla y convertirla en su sumisa: el amo y el esclavo. Y más que eso, hacer que perdiera cualquier contacto con la realidad, crear dependencia emocional. Quería que Kaela no fuese nada sin él, así como él sentía que no era nada sin ella. Tal como él dependía emocionalmente de aquella chica. Los dos, solo Frédéric y Kaela. Contra el mundo. Contra sus demonios.

Porque si estaban juntos no podrían atacarle. Nunca más. Mientras ella siguiera a su lado, nunca.

Quitó la inyección del brazo de la pelinegra anestesiada que tenía frente él y, con cuidado, levantó su cuerpo dejado para empezar a desnudarla. Sus gruesas y brutas manos acariciando el algodón sucio y desgastado de su camisa, tirando de ella hacia arriba hasta llegar a sus hombros. No llevaba sujetador. El hombre de cincuenta y tres años abrió los ojos de par en par, mirando hipnóticamente los pezones de Kaela, tragando saliva con dificultad y con una respiración costosa. De repente, un impulso hizo que su mano derecha fuera directa a uno de sus senos, atrapando la pequeña masa con su mano entera; apretándola mientras él cerraba los ojos y cogía aire, estrujando el seno con más fuerza que antes y acompañado de suaves gemidos. Ella le excitaba. Y como no se negaba, no se reprimiría.

   —Eres tan guapa —dijo abriendo los ojos y quitando la mano de su teta.

El captor volvió a recostar a la joven raptada, dejando una de sus manos apoyada en el colchón, la cual usó para apoyarse mientras subía a éste quedando encima de Kaela. Ella seguí dormida y bajo los efectos de la anestesia que le tendrían sin conocimiento varias horas. Gracias a eso, él haría lo que quisiera con ella.

Una vez estaba ya encima de ella y arrodillado con las manos apoyadas a ambos lados, acarició su pelo malgastado sonriendo, sintiéndose el corazón acelerado a la vez que los ojos hacían locos recorridos por todo el rostro de Kaela: empezando por el pelo, luego los labios, más tarde el cuello. Y para acabar, bajando hasta el ombligo.

Le quitó por fin la camisa de tirantes y la desechó haciendo un movimiento brusco al aire, provocando que ésta cayera al suelo de la habitación. Nervioso, con la mano izquierda capturó el cuello de la chica mientras acercaba su rostro a él. Lamiéndolo mientras el camino de saliva se extendía hasta la clavícula y su mirada de refilón se fijaba en los ojos de ella aún cerrados. Después, el dedo índice de su mano derecha se posó en su cadera para ir bajando hasta llegar al ombligo donde comenzó a dibujar círculos, bajando hasta llegar al monte de Venus. Frenó.

   —Eres mía, Kaela —dijo levantando la cabeza y quedándose frente el rostro de ella mientras apretaba con fuerza su cuello y abría los ojos exageradamente.

Suavizó su agarre y, con la mirada puesta en la joven aún, desabrochó el botón de sus vaqueros y bajó la bragueta de los mismos. Se puso de rodillas -encima de ella- y arrugó la nariz al aspirar la combinación de fluidos vaginales y orina que salía de la zona íntima de su apresada: un olor intenso a pescado y a pis.

   —Después nos daremos un baño —pronunció bajando aquellos vaqueros junto a sus bragas—, guarra.

Observó su sexo detenidamente: ligeramente cubierto de vello y desprendiendo un hedor más intenso aún. Frédéric retrocedió el rostro por la impresión y luego, con un movimiento ágil, se abalanzó sobre ella besando sus pezones con desesperación mientras introducía dos de sus dedos dentro de ella, haciendo movimientos circulares y violentos. Pero había una barrera y no pasaban de la superficie.

Frédéric ahogó un grito y se apartó rápido de ella, dándose cuenta de que aquella adolescente que había secuestrado hace menos de un mes era casta. Virgen.

   —Virgen... —se repitió a sí mismo mientras una sonrisa de boca cerrada se formaba en la comisura de sus labios, con los ojos iluminados.

Otra señal más. El destino había puesto a esa muchacha que aún conservaba su pureza, en el camino del captor a propósito. Por esa misma razón no se lo pensaría dos veces. Creía firmemente que tenía derecho a arrebatarle la virginidad a aquella chica, a decidir por ella quién sería el primer hombre en hacerla suya. Él estaba convencido de que sería el primero y el último en asomarse a ese paraíso sin perpetrar.

Y, aquella tarde, Kaela dejó de ser una chica virgen. De la peor forma que ningún ser humano pudiese imaginarse.

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