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Todas las pantallas de los ordenadores de la comisaría tenían el nombre del captor en sus buscadores.

Frédéric Eaton.

Un hombre misterioso del que sabían muy poco, solo que de algún modo estaba relacionado con la desaparición de Kaela Rousseau.

   —¡Chicos, quiero todos los informes que tengáis de Frédéric Eaton encima de mi mesa en cinco minutos! —ordenaba el agente Piccoli rondando por la oficina de investigación criminal.

Llevaba consigo una taza de café porque presentía que la búsqueda sería extensa, pero no le importaba porque era la primera vez que tenían una pista real del caso de la joven. Su cabeza maquinaba miles de ideas acabando en una misma conclusión: aquel hombre tenía a Kaela.

El agente Poirier llamó la atención de su jefe, haciendo gestos para que le acompañase a la sala de interrogatorios donde se encontraba Matthew Dupont prestando su declaración de los hechos. En la sala colindante se encontraba Tania —la madre de Kaela— narrando una historia que dejaba al resto asombrados.

Una vez habían llegado al cuarto, Piccoli fue directo a sentarse en una de las sillas que quedaban frente el entrevistado, quedando así al lado izquiero de su compañera.

El inspector Piccoli se aclaró la garganta y capturó en sus manos el fichero que la agente le había pasado con todas las notas que hubo tomado durante el interrogatorio.

   —Matthew Dupont —habló—. ¿Dice que el sospechoso del secuestro de Kaela Rousseau intentó acabar con usted? Cuénteme y sea lo más explícito posible.

   —S-sí, señor agente... —el pelirrojo tragó saliva recordando de nuevo lo sucedido.

   —Estoy seguro de que mi compañera ha hecho un trabajo excelente —anunció inclinándose—, seré breve. ¿Sabe si Kaela está con Frédéric, si está aún con vida?

   —No sé si Kaela aún sigue con vida —agachó la cabeza cerrando los párpados.

Matthew preso de la rabia y la incertidumbre, levantó la mirada para conectarla con la del inspector Piccoli; el brillo de sus ojos delataba sus intenciones. Solo una. Hacer justicia.

   —Como ya le dije a la señorita, Frédéric es un psicópata. Un hombre que lleva meses o incluso años obsesionado con esa chica. ¡Yo mismo vi las fotos que guardaba de ella en su coche! ¡La habitación que tenía preparada para ella cuando entré en su casa!

El hombre negro sentado frente a Matthew se encontraba valorando la situación. Encajando mentalmente las piezas del rompecabezas. Enseguida mandó a su compañera a dar la orden de emitir un comunicado de máxima urgencia para informar de que el sospechoso Frédéric estaba en búsqueda. Por otro lado, varias patrullas se coordinaron para ir en camino a la detención del sujeto y al rescate de Kaela. Un operativo armado considerando que era un individuo peligroso.

Mientras tanto, en el compartimento continuo, estaba Tania Rousseau en shock contando la causa que le unía al secuestrador y posible asesino de su hija. Ella quería pensar que aún estaban a tiempo de salvarla.

La sala era pequeña y la iluminación era tenue, con una mesa de plástico rectangular y tres sillas.

   —Según lo que me está usted contando, el hombre que tiene a su hija estuvo con usted en un orfanato —apuntaba el joven rubio en un cuaderno de notas—, ¿correcto?

Tania asintió con la cabeza, recordando la imagen que había visto de su viejo amigo Freddy, comparándola con el recuerdo que conservaba ella de él: uno muy diferente.

La madre de Kaela Rousseau conoció a Frédéric en un orfanato, cuando ambos padres no podían hacerse cargo de ellos. A ella siempre le había parecido que Freddy era chico misterioso y especial, al que quería muchísimo. Pero para él, Tania era algo más que una simple amiga.

   —Correcto, agente... —respondió ella intentando fijarse en la plantilla que llevaba él colgada al cuello—. Sánchez...

Los dos eran víctimas de la soledad, eran dos niños que habían sido obligados por ciertas razones a vivir en un lugar desconocido con gente extraña. Infantes.

Frédéric por aquel entonces seguía poseído —como dirían sus padres—. Los demonios que rondaban su mente no le dejaban en paz y seguían atormentándole. Eso hasta que conoció a su compañera Tania; era una sensación extraña para él, una tranquilidad y una paz inmensas donde no podía ser perturbado. Cuando ella estaba con él, sus demonios desaparecían por completo.

Por aquella razón, sabía que no quería perder nunca a Tania. Sin embargo, para la mala suerte de Freddy, una familia decidió adoptarla y darle una vida alejada de ese lugar. A él se le rompió el corazón, a pesar de que Tania le prometió volver.

Nunca volvió. Nunca cumplió su promesa.

En Frédéric nació la ira de la traición.

   —¿Cree que el motivo de que Frédéric Eaton tenga a su hija es el de vengarse de usted? —interrogó el agente Sánchez.

   —Mire, estoy muy confusa... —contestó ella agitando la cabeza—. No entiendo nada, no sé qué hace Freddy metido en todo esto. Con mi hija... Yo...

Había pasado media hora.

Todos los allí presentes se hallaban juntos de nuevo, tenían noticias frescas sobre el captor. Noticias que no iban a gustar y que ponían aún más en peligro a Kaela. Suponiendo que estuviese viva.

El inspector Piccoli estaba sentado en su escritorio, alucinando con lo que habían descubierto sus compañeros: había más chicas. Estudiaban la relación que había entre los puntos en los que hubo vivido el captor a lo largo de su vida con las desapariciones que ocurrieron en esas zonas; eran chicas con unas características muy similares a las de Kaela, jóvenes y que nunca más aparecieron.

Ahora sabían que a quien intentó reemplazar era a Tania. Y en ese momento custodiaba a la hija.

   —Quiero que salga en todos los canales televisivos el rostro con nombre y características de Frédéric —anunció Piccoli—. ¡Preparad los coches, chicos! ¡Vamos a rescatar a Kaela!

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