14

71 7 51
                                    

Ya era oficial: había pasado un mes de la desaparición de Kaela. Tania y Edward no sabían qué más podían hacer, no obtuvieron ningún resultado después de haberle facilitado a la policía la foto de su hija. Empezaban a pensar que estaba muerta.

   —Cariño, es el inspector Piccoli —dijo ella, agarrando el teléfono fijo con las dos manos.

   —Dame el teléfono —demandó Edward haciendo señas para que ambos se sentarán en el sofá beige de su salón.

El marido de Tania Rousseau se llevó el dispositivo a su oreja, pegándolo a ella. Con la otra mano que le quedaba libre, sujetaba las manos de su mujer; quien se sentó al lado derecho, mirando fijamente a Edward.

   —Buenos días, agente Piccoli —saludó él por vía telefónica—... Sí, por supuesto... Gracias por todo, mi mujer y yo estaremos en su oficina lo antes posible.

En vista de no haber recibido noticias de su hija, el inspector Piccoli había optado por hacer una última reunión de urgencia para intentar atar cabos. También llamó a Tatiana, la amiga y compañera de Kaela, pensando que quizá el saber las relaciones laborales que mantenía la joven desaparecida podrían servir. La amiga, además, portaba consigo grabaciones de seguridad del supermercado del último mes. Habían interrogado a todo aquel que hubiese tenido contacto con ella en esos último meses. Nada.

El matrimonio se levantó del sofá al mismo tiempo, yendo ambos a por sus chaquetas para ir directamente a la comisaría.

Sentían que aquella sería la tarde decisiva: hallaban un indicio o cerraban el caso.






Por fin le daban el alta después de haber estado una semana hospitalizado. Aún así, el dolor abdominal seguía presente aunque en una menor intensidad. Perdió mucha sangre y eso le había hecho debilitarse y, para colmo, estaba inválido.

   «Nunca más volveré a caminar...» Pensaba mientras observaba en silencio cómo las enfermeras le vestían.

Tuvo una semana entera para asimilar lo que le había pasado. Le habían intentado matar. Y no cualquier desquiciado en un arrebato violento, era asesino y de eso no tenía la menor duda. Además, tenía a una chica secuestrada.

   «Kaela... A lo mejor ya estás muerta. Yo he tenido la suerte de escapar» Se decía a sí mismo.

Lo único que quería era que dejasen de toquetearle, le frustraba parecer un bebé; no poder valerse por sí mismo, depender de otra persona.

Tenía muy claro lo que haría al salir de allí: acudir a la policía.

Hacer que ese enfermo pagara por lo que había hecho. Por él, por Kaela y por todas aquellas personas que se hubiese llevado por delante.






Las miradas eran la vía por la que la tensión se palpaba y contagiaba. Edward, Tania, Tatiana, el inspector Piccoli y su cuerpo, investigadores, equipos de redacción de prensa... Todos reunidos con un solo fin: encontrar a Kaela.

Viva o muerta.

Toda aquella multitud reunida en una especie de salón se actos: una pequeña tarima al fondo; decenas de sillas de plástico que se amontonaban en dos áreas, dejando en el centro un hueco vacío a modo de pasillo.

   —Veo que ya estáis todos aquí —habló el inspector, subiéndose a la tarima—. Desde hace un mes, todos nosotros nos hemos unido con una meta. Desde hace un mes, una chica de tan solo veintiún años ha desaparecido y aún no sabemos que ha sido de ella.
   »¿La tiene alguien? ¿Está muerta? ¿Se encuentra en alguna parte del mundo o, por el contrario, permanece aquí en Francia? No tenemos ni idea, compañeros...

El inspector se calló unos breves instantes y, antes de continuar exponiendo, pudo ver las caras de los padres de aquella pobre chica. Recordaba exactamente cómo fue la primera vez que les vio aparecer por aquellas oficinas, al principio de aquel calvario. En comparación a ese momento, estaban destruidos. Habían perdido muchos kilos, sobretodo Edward; las ojeras de ambos que no se molestaban en ocultar y los ojos, la esperanza se iba con el pasar del tiempo. Y eso se notaba. Él lo hacía, y le llenaba de impotencia.

   —Yo mismo intenté convencer al matrimonio Rousseau de abandonar el caso —prosiguió—. Yo era el primero, agentes, dando por perdida e incluso muerta a Kaela Rousseau. Hasta hace media hora. Por favor, observen atentamente esta pared.

El agente Piccoli bajó de la tarima, dirigiéndose a la puerta para pulsar un interruptor que apagaría las luces de la sala. Volvió a la tarima mientras caminaba por el pasillito, observando en la semipenumbra las miradas de desconcierto de los allí presentes; en especial la de Tania y la joven Tatiana.

Como por arte de magia, la pared del fondo de la sala se iluminó. Por lo visto, había un proyector escondido en algún punto alto de la habitación. La imagen proyectada sorprendió a Tatiana, y no tanto porque ella misma els había proporcionado los vídeos que estaban a punto de ver.

   —Tatiana, hija —dijo Tania acercándose al oído de la chica para hablar en susurros—, ¿por qué estamos viendo un vídeo del supermercado?

Pero la joven se hacía la misma pregunta.

   —Este es el supermercado donde trabaja Kaela Rousseau —explicaba Piccoli, mirando el vídeo proyectado—. Ahora veremos una grabación del día en el que convocamos la rueda se prensa. Prestad mucha atención.

El hombre al frente del caso, se apartó quedando a un lateral en la tarima. Atrás del todo, una mujer racializada —con rasgos asiáticos— pulsaba botones de una especie de mando; la oscuridad de la sala no permitía que se apreciase del todo. Una vez hecho, en la pared salía la imagen de un pasillo con cereales en los estantes. Todo tranquilo hasta que, el hombre que cogía una caja, se detuvo al instante dándose la vuelta y quedando su rostro frente a la cámara. La sra. Urara congeló la imagen.

   —Este sujeto no está mirando la cámara se vigilancia, compañeros —el agente volvió al centro de la tarima—. Este señor que veis todos, está mirando la televisión que hay debajo de la cámara. La televisión que en ese momento transmite la rueda de prensa en la que la familia Rousseau hace pública la búsqueda de su hija.

Tatiana se acordaba de aquel señor, el mismo de la tienda. Frunció el ceño al no comprender qué tenía que ver con su amiga. Mientras, Tania y Edward se observaban el uno al otro tragando con dificultad, expectantes.

La señora Urara desde el fondo, proyectó una serie de vídeos donde aparecía el mismo hombre en días distintos. El inspector habló:

   —Todos estos vídeos corresponden a días alternos, donde podemos observar al mismo individuo. En ellos aparece comprando beicon, queso... Cereales... Los cereales preferidos de Kaela, según tengo entendido.
   »Este hombre lleva dos meses apareciendo en estas grabaciones, frecuentando ese supermercado. Nunca antes, según puedo leer, había hecho una compra tan a la medida de la joven Rousseau... Hasta su desaparición.

Los allí presentes comenzaron loa murmullos y cuchicheos. Los padres se la desaparecido miraban los vídeos que seguían sucediendo, viendo toda aquella escena inverosímil. Nunca habían visto a aquel individuo, no entendían el por qué el agente Piccoli le señalaba. En cambio, Tatiana lo empezó a ver todo claro. Por esa razón, se levantó del asiento y se dirigió a la tarima, sintiendo que el corazón se le salía por la boca.

   —Yo he visto a este hijo de puta —comenzó Tatiana en un tono elevado—. Sé que él tiene a Kaela, sé que él le ha hecho algo malo. ¡Por favor, encontrad a este mamón!

   —Es muy pronto para sacar conclusiones, pero mi intuición no suele fallar. Compañeros, quiero que averigüéis todo lo que podáis sobre este sujeto —dijo el agente finalizando—. Quiero su nombre.

Se hizo el silencio cuando todos miraron hacia la puerta y vieron que un hombre encendía la luz. Impulsó las ruedas de su silla para desplazarse hasta quedar en mitad de la sala, observando el rostro confuso de Piccoli.

   —Ese hijo de puta se llama Frédéric Eaton y ha intentado matarme.

   —¡Freddy! —gritó Tania llevándose las manos a la boca.

Ataraxia ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora