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Frédéric dormía junto a Kaela. Más bien, ella se encontraba amarrada y él tumbado al costado.

Una velada de sexo salvaje, como le gustaba al captor: gritos, embestidas, rabia, súplicas...

   —Bonita, mañana volveré a follarte después de comer —anunció Eaton observando el techo de la habitación—. Quiero un hijo.

El sonido del teléfono fijo del salón, alertó al captor quien acto seguido fue en busca del aparatejo. Ya hacía bastante que tenía aquella antigualla, se negaba en rotundo a adquirir una versión más actual del dispositivo.

   «Moderneces absurdas»

Cuando hubo llegado, descolgó de manera ágil el aparato contestando al mismo tiempo.

   —¿Diga? —habló él—... ¿Mamá?... No, no... ¡Sólo he hecho lo que tu me has pedido, zorra!... ¿Televisión?... No, no, no...

Impacto seco contra el suelo: el teléfono se acababa de romper. Frédéric se encontraba estático, inerte en el sitio. Le habían descubierto.

   «Vienen a por mí... Vienen a por Kaela» Pensó sin poder apartar la vista de la nada, sin poder si quiera pestañear y con un temblor que de forma progresiva se apoderaba de él.

Frédéric Eaton tenía miedo. Mucho miedo.

Despertando de aquella especie de trance, regresó fugaz a la habitación de su querida Kaela. Se irían de allí, no tenía muy claro a dónde se marcharían pero lo único seguro era que en cualquier momento llegaría la policía; no permitiría que le alejasen de ella como tampoco dejaría que le encarcelasen.

Todo estaba saliendo mal, de un momento a otro el mundo que construyó, en el que sólo estaban él y Kaela, se desmoronaba por momentos. Y el final era inminente.

   —¡NO TE VAS A IR, KAELA! ¡NO ME ALEJARÁN DE TI! —gritó el captor hecho una auténtica furia.

Corrió a la habitación con tal brusquedad que las féminas, Siba y Kaela, se sobresaltaron ambas por igual. Se acercó a la cama donde estaba la joven postrada y, con una violencia sobrehumana, la levantó.

   —Por favor... Otra vez no... —intentó articular la pelinegra temblando y con la voz entrecortada.

   —Nos vamos de aquí, bonita —adelantó ensimismado y calmando el temple—. La policía nos está buscando... ¡NOS ESTÁN BUSCANDO!

Kaela intentaba sostenerse en pie, pero su cuerpo seguía débil y era inevitable que se desplomara cayendo al colchón. Atada de pies y manos, sin embargo, suspirando y sonriendo discreta.

Esperanza.

No podía creerse que después de todo aquel calvario —desconociendo el tiempo que llevaba secuestrada— fuera a ser libre al fin. Cerró los ojos y recordó el día anterior en el que estaba a punto de quitarse la vida, arrastrando a su gata con ella. Razón por la que hoy aparecía sujeta por todas partes.

   «Van a venir a salvarme, no puede ser...» Se decía a sí misma, dejando que finas gotas salieran de ella.

En cambio Frédéric parecía a disgusto. ¿Quién le diría que después de tanto esfuerzo todo acabaría saliendo de la peor manera, con el peor final para sus planes? En definitiva, había fracasado.

   —Nos vamos de aquí, nos vamos de aquí... —repetía el captor de manera robótica una y otra vez.

Se dispuso a coger la ropa que había por los cajones y en los armarios sin reparar en qué tipo de prendas se llevaría para su huida con Kaela. Pero, esa llamada de la doctora Kareem no dejaba de manifestarse en su cabeza. Una y otra vez...

   «'Las autoridades han informado de que esta tarde saldrá un operativo de rescate, han difundido tus datos adjuntos a una imagen tuya en televisión. No sé qué has hecho Frédéric. Deja a esa chica marcharse, si es que aún sigue viva'» Reproducía el señor Eaton mentalmente.

Cuando ya hubo reunido toda la ropa que llevarían ambos, levantó de nuevo a Kaela. La agarró con la mano izquierda, sujetando las cuerdas que apresaban sus manos por las muñecas y tirando de ellas para que caminase. El plan era tan sencillo que había que ser verdaderamente tonto para que saliese mal: subirse al coche y pisar el acelerador. Fin.

La joven daba paso con dificultad, las piernas le tambaleaban y su postura encorvada propiciaba aún más su tendencia a una caída. Observaba la habitación donde había pasado la mayor parte de su cautiverio: las paredes, el tocador, los peluches, cada esquina, la almohada... Todo le repugnaba. Y, a pesar de que el captor pensase en huir, ella albergaba la esperanza de que la encontrarían.

Ahora sí.

   —La gata se queda aquí.

   —No, Frédéric... —suplicaba ella casi sin aliento.

   —Abriré la puerta. Despídete de la gata, bonita —dijo soltando a la chica—. Cuando salgamos no quiero gritos. Te mataré.

Sin perder más tiempo, el captor se encaminó al recibidor para entreabrir la puerta y así coger la ropa, aguantando a Kaela sin necesidad de soltarla hasta que llegaran a su coche.

Al escuchar el clic del pomo, abrió muy poco la puerta y, colocando el ojo derecho en el vacío, comprobó que no hubiese nadie.

Vía libre.

Volvió sobre sus pasos para entrar de nuevo a la habitación de su presa, agarrarla e irse. Desde el umbral de la puerta observó a Kaela tumbada en el suelo tocando a Siba con las manos aún atadas: llorando.

   —Nos vamos, bonita —sentenció Frédéric rompiendo la escena—. No nos dejan ser felices, vámonos.

Se adentró a la habitación y se inclinó, aupando a la joven y preparado para embarcar un nuevo destino: huyendo de la justicia y escondiendo su mayor tesoro de las garras que tanto daño querían hacerle, quitando a sus demonios.

De repente, la sorpresa se hizo sobre el rostro del señor Eaton. Un sobresalto, una alerta.

Pasos.

El primer impulso que tuvo fue correr hacia la puerta, dejando allí a Kaela —en su cuarto— y arrojando la ropa al suelo.

Corrió asustado, asumiendo que la policía había sido más rápida que él.

Le iban a quitar a Kaela.

Su ataraxia...

Sin embargo, el shock que recibió al quedar frente a esa persona, le hizo olvidarse de aquel temor.

   —Tania.
 
   —Freddy... —pronunció la señora Rousseau—. ¿Dónde está mi hija?

Frédéric tragó saliva.






Ataraxia ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora