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Tania intentaba que, la camiseta que se había comprado hacía un mes en las rebajas, le entrara. Pero no fue así. Quizá era culpa suya por haber escogido dos tallas menos, pensando que el plan de reducción de peso que sacó de una revista de belleza haría efecto. Sin embargo, ella y su marido tenían una cita con el inspector del caso de su hija Kaela al que no podían llegar tarde. Desechó la prenda tan rápido como pudo y se abalanzó al armario. Optó por un jersey de punto de color gris con el cuello alto y unos vaqueros azules, salió del cuarto de baño que había en su habitación y bajó las escaleras para encontrarse con su marido.

   «Por Dios, Kaela... ¿Dónde puede haberte llevado? ¿Dónde estás?» Pensaba Edward mientras observba a su esposa bajar.

Los nervios que sentía el señor Rousseau se hicieron visibles con el temblor de sus manos entrelazadas y la costosa respiración en la que el pecho se le encogía y se le ensanchaba de una manera exagerada. Sentía mucho miedo.

Tania se paró justo enfrente y le plantó un beso, capturando sus manos para tranquilizarle.

No hubieron palabras. Solo miradas y un inmenso silencio.

Se dirigieron al coche.

Una vez dentro, ambos se pusieron el cinturón de seguridad. Tania arrancó el coche y se dispuso a conducir, mientras Edward encendía la radio.

El marido de Tania miraba la ventanilla soltando un largo soplido, intentando calmar los nervios. Los últimos días había estado barajando opciones junto a su señora esposa, llegando a la conclusión de que su hija había sido secuestrada. Y eso por ahí por donde empezaría la verdadera investigación. ¿Quién tenía a Kaela apresada?

Era mediodía y hacía un tiempo un poco fresco, aun estando en primavera. La mujer de Edward recordó las veces que le había regañado a su hija por ir demasiado fresca a la calle; que no sabía cómo no tenía frío y, que cuando volviese acatarrada, ella no se haría responsable. También pudo visualizar la ropa que llevaba cuando fue vista por última vez, estrenaba las sneakers de Bob y ella las odiaba. Tania sonrió de manera inconsciente, centrándose en lo que tenía delante para conducir bien.

Los dos tenían fe en que alguna persona de los alrededores hubiera aportado información sobre dónde podía estar Kaela. Todos estaban a la espera: familiares, amigos, sus compañeras y compañeros de trabajo...

Sus vidas dieron un giro impresionante en comparación con hacía dos semanas. Cinco de los primeros días se estuvieron comunicando a menudo con Tatiana, pensando que ya habría llamado o habría vuelto al piso que compartían ambas. Pero no fue así, y entonces, metieron aún más presión a la policía para que se tomara enserio su desaparición. Luego, comenzaron a patrullar preguntando por la joven sin resultado alguno. Así hasta ese día.

Edward tenía la foto que usarían para mostrar en televisión en un sobre. No sabía por qué, pero algo le decía que gracias a aquella foto, todo cambiaría por completo y al final darían con ella.

Tania aparcó el coche. Miró al frente y vio el edificio de la policía.

   —Vamos, cariño —dijo girándose y mirando a su marido.

Los dos bajaron, contemplando a su vez el imponente edificio se nueve plantas que había ante ellos. Caminaron con paso firme, dejando el vehículo estacionado cerca de un semáforo.

Una vez dentro, subieron al tercer piso que es donde estaba el encargado de la búsqueda de Kaela. Edward llevaba el sobre con la foto en la mano izquierda.

Ya estaban allí. Todos los que estaban involucrados en el caso tambien, reunidos.

El inspector dio pie a que el matrimonio pasara a la sala.

   —Sr. Rousseau —dijo acercándose para estrecharle la mano.

Ambos asintieron.

   —Sr. Rousseau —se acercó para darle dos besos.

El inspector Piccoli les invitó a tomar asiento.

Era un hombre esbelto y fibrado. Estaba en la treintena. Era de tez negra y lo que llamaba la atención de él era un enorme mostacho.

Piccoli observó a todos los integrantes del habitáculo para luego hablar:

   —Comenzaremos recapitulando —espetó mirando al frente—. Joven de veintiún años desaparece cerca del establecimiento donde trabaja. No tenemos noticias de ella y ya han pasado más de dos semanas. No se han hallado sus restos, por lo que no podemos concluir que Kaela Rousseau esté muerta. Sin cadáver no hay muerto...

Algunos agentes que habían —en total eran quince—, tomaron nota de lo que decía el inspector.

   —Gutiérrez, avisa a la redactora de prensa —ordenó Piccoli con su conocida voz grave—. El sr. Rousseau nos ha facilitado una foto de la desaparecida.

El chico rubio de ojos verdes del fondo asintió, saliendo de la sala. Los demás continuaron hablando y especulando.

   —A mi hija se la han llevado, inspector —empezó Tania acercándose a Piccoli—. ¡Investigue quién cojones se ha llevado a mi hija!

Siguieron allí tres horas más. Y la conclusión fue que, si con la foto no conseguían más información de la que ya tenían, darían por cerrado el caso. Y todo lo que hicieran tendría que correr a cargo de algún detective privado.

La foto de Kaela difundida por todas las televisiones del país y los periódicos sería la última oportunidad que tendrían para encontrarla. Viva o muerta...

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