(8) Hilo negro

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Esperó en el auto hasta el final del breve velorio de Biserka. Cuando los primeros invitados comenzaron a salir de la iglesia, Aleksandar abandonó su puesto. Los padres y el esposo de la víctima se despedían, mostrándose inexpresivos para no dejarse vencer ante la posible lluvia de lágrimas. A pesar de ver fantasmas durante toda su vida, nunca tuvo una relación cercana con la muerte, pues la mayoría de sus conocidos y familiares seguían vivos. No sabía manejar esa clase de situaciones. Se fue acercando a ellos, cuidando sus pasos.

―Buenos días, soy Aleksandar Neven, el detective a cargo de la investigación del asesinato de... ―empezó a decir.

―De mi hija ―interrumpió la madre de la fallecida, una mujer de edad avanzada con más arrugas de las que podía contar, el pelo libre de color y los ojos grisáceos por la vejez.

―Sí, así es. Lamento su pérdida. ―Asintió y procedió a enseñarles su placa―. Quería informarles del procedimiento que vamos a realizar a continuación.

―¿Ya saben quién mató a mi esposa? ―interrogó Rob, el marido que ahora era viudo.

―Me temo que no. Creemos que el asesinato está relacionado con otros que han ocurrido en el último mes, es decir, estamos tratando con un asesino serial.

―¿Me está diciendo que hay un asesino suelto? ¿Qué el hijo de puta que la mató a sangre fría sigue por ahí y ustedes se quedaron sentados, aguardando a que se presente por su voluntad? ―gritó el padre de manera violenta.

―Señor, tanto yo como mi equipo hacemos lo imposible por resolver el caso. Por lo que le pedimos su cooperación y paciencia, además de que estén presentes mañana en la estación de policía para conversar más tranquilos y sentar unas bases ―informó Aleksandar, calmado, y les cedió la citación personalmente.

―No se preocupe que iremos ―se adelantó a pronunciar la anciana.

―Aprecio el esfuerzo.

Descendió por los dos escalones y estuvo a punto de marchar de vuelta a la estación cuando vislumbró a Venecia portando un vestido negro que brillaba como si sus lentejuelas fueran diamantes oscuros y un maquillaje profundo que le agrandaba la mirada. Lucía como si hubiera escapado de una fiesta y no de un funeral, caminando con unas botas largas que le cubrían las piernas hasta por encima de las rodillas.

Se encontraba sola, sin Jure ni Amaranta, como él, sin Pavel ni otro compañero. No la había visto en dos días porque, sinceramente, la evitó. La última noche recordó lo que hizo estando bajo los efectos de las drogas sobrenaturales y le avergonzaba su comportamiento. Sin embargo, no existía una salida de emergencia. La rubia ya lo estaba saludando con entusiasmo.

―Hola, corazón. ¿Dónde has estado? ―consultó con una amplia sonrisa.

Él no paró de caminar.

―Trabajando.

―No me sorprende y, para tu información, yo también le he estado agarrando el gusto a esto de ser investigadora.

―Detective ―corrigió Aleksandar, metiéndose en su vehículo policial.

―Excelente. Esta es mi tercera vez en una patrulla ―comentó ella, copiándolo sin consultarle. Algún día se acostumbraría a los modales del ángel, o a la falta de los mismos.

―¿Quieres decir la segunda? ―vaciló, consternado.

―Claro, Como te decía, esta labor es fascinante, aunque algo frustrante. No he hallado ninguna pista por mi cuenta. ¿Y tú tienes alguna?

―Estoy en la misma situación. Hemos estado ocupados con los destrozos en el motel. El forense no puede poner "destripado por un sabueso infernal" en su informe, incluso si supiera que son reales. Se lo adjudicamos a un ataque animal, pese a que está conectado con el Asesino Descorazonado.

Doncella de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora