(21) Pecados Capitales

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Nadie presentó una queja por su aparición en las Puertas del Infierno. Los ettin le permitieron el paso y los habitantes demoníacos la trataron como solían hacerlo antes de que se marchara del plano por primera vez. Supuso que era un buen inicio, considerando que planeaba mudarse allí.

Venecia anhelaba olvidar todo. No quería hacer nada respecto a lo ocurrido en las demás ciudades o pensar en lo que le hicieron las personas más importantes que tenía. Para ella, fue una traición. Les había dicho a los tres su historia con Mihael y que la destrozaría verla otra vez y no la echaron en cuanto la vieron, incluso si juraba ser inocente. Así que, que se jodieran los sentimientos ajenos.

Podía ser que estaba más sensible de lo usual por toparse con ella sumado a otros factores externos y que aquello causaba que reaccionara de esta manera. Aun así, necesitaba desconectarse de la realidad y qué mejor idea que ir con el individuo que representaba los vicios y la libertad.

Por lo tanto, ni siquiera se alarmó cuando ingresó en la residencia de Lucifer para finalmente encontrarlo en el corredor de la entrada con el torso desnudo y con salpicaduras de un líquido rojo y espeso. La escuchó entrar.

―¿Por qué cada vez que te veo estás cubierto de sangre fresca?

―Es que me recuerda a alguien ―respondió él, claramente refiriéndose al ritual del que participaron al acostarse por primera vez―. Bromeo. Estoy matando a unos posibles sospechosos en el robo de los grilletes para pasar el rato. ¿Te gustaría unirte a la diversión?

Negó con la cabeza, rechazando la oferta.

―Tal vez más tarde.

Lucifer la contempló con extrañeza, intrigada ante las posibilidades incluidas en la oración.

―¿Cuánto te quedarás esta ocasión?

―Para siempre ―afirmó la rubia con una seguridad falaz.

―¿En serio? ¿Por qué?

A pesar de que estaba cegada por el resentimiento, le dolió decir lo siguiente:

―Porque eres lo único que me queda.

―Solamente vienes cuando todo el mundo te da la espalda ―expuso Lucifer con naturalidad y sin que le doliera el hecho en absoluto.

―No, esta vez yo se la doy a ellos.

Si bien pronunció las palabras con una sencillez alarmante, no se sintieron correctas. Además de estar defraudando a sus amados, traicionaba a su corazón, no obstante, todos la decepcionaron una vez, ¿qué más daba si se engañaba a sí misma?

―Y soy tu opción de respaldo.

―No ―repitió Venecia con ligereza y procedió a depositar la palma en el brazo de él―. Por increíble que parezca estar contigo, el Diablo, es mi lugar seguro y te estoy eligiendo en ese momento.

―¿Te vas a quedar conmigo incluso si soy un psicópata sexy con severos problemas de posesividad? ―replicó, divirtiéndose con su habilidad para averiguar qué pensaba.

―Sí ―resopló de mala gana―. Ayer me pediste que viviera contigo. ¿Cambiaste de opinión?

―Tú eres la que tiene un historial de dejarme luego de jurar que eres mía, no yo.

―¿Y qué se necesita para que me creas?

―Simplemente que no te vayas ―expresó el Diablo como si se lo rogara.

―Bueno, ya estoy aquí, ¿cierto?

Ella bajó la ceja que había alzado al notar que él entreabrió la boca y buscaba la suya con la mirada.

Doncella de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora