(22) Lucifer

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Cuando despertó, Aleksandar ni siquiera se molestó en adivinar qué hora era. Los portales al Infierno del rosetón no le servían para distinguir si amaneció o no, por lo que se apartó del lío en el que se convirtió la manta prestada y se levantó del sofá. Aunque todavía yacía en la casa de Jure, no vio a su dueño por ningún sitio. Raro.

Tuvo que adivinar en dónde se encontraba el baño y se aseó como pudo. Aún estaba algo cansado, no obstante, no tenía ganas de seguir durmiendo. En eso pensaba en el momento en que atravesó la sala y vislumbró la puerta del apartamento abierta.

Frunció el ceño, sospechando de aquel acontecimiento inesperado. No había nadie a la vista y a pesar de que se despabilaba, su instinto de detective nunca dormía. Empezó a desconfiar hasta del propio aire que lo rodeaba. El mundo sobrenatural no era precisamente uno en el que confiar.

Llevó la mano hacia atrás para meterla en su bolsillo y buscar su teléfono, sin embargo, se topó con algo más o la mano de alguien más. Con el suspiro que tomó en aquel segundo de sorpresa, su corazón se detuvo y sus pulmones se vaciaron. No llegó ni a voltear antes de que esa persona le susurrara lo siguiente a sus espaldas:

―Buenos días, Aleksandar.

Le fue imposible no reconocer la voz.

Apretó la mandíbula previo a agarrarle la muñeca al serafín para quitársela de encima y voltear para contemplarla de frente. Vestía los mismos colores que el día anterior, solo que su blusa ahora era negra y sus pantalones blancos. Ella sonreía como si le encantara que él no se molestara en ocultar el hecho de que no le agradaba.

―Querrás decir malos, Mihael.

―Yo vine a cambiar eso. Solamente tenemos que esperar a que aparezca Juriel.

Aleksandar tragó grueso, sintiéndose desprotegido por un breve instante. Luego se dio cuenta de que mostrarse inseguro no le salvaría la vida en caso de emergencia, así que la enfrentó igual que a todos los horribles criminales a los que tuvo que interrogar cara a cara.

―¿Cómo es que siquiera estás aquí?

―Es una historia graciosa que no te diré.

―¿Y qué es lo que puedes decirme? ―inquirió él y cruzó los brazos, ahíto.

―Te ves bien para alguien que recién despertó. ―Mihael incrementó el tamaño de su sonrisa.

―Algo serio.

―Yo no dije ningún chiste ―aseguró Mihael, alejándose unos pasos con sus botas, y Aleksandar la siguió con la mirada―. ¿Cierto?

Jure se presentó en la entrada con algunas bolsas del mercado. Había salido a comprar comida personalmente. La apariencia humana que simuló se apagó en cuanto desapareció por un segundo, sus compras aparecieron en una de las cómodas cerca de la puerta, y el demonio se teletransportó para estar delante de Mihael.

―Sí, como yo no estoy bromeando a la hora de decirte que te arrancaré pedazo por pedazo si no me dices qué ángeles haces aquí ―demandó Jure sin que le temblara la voz.

Después de haber oído su historia, Aleksandar sabía que sus palabras no eran meras palabras. El príncipe infernal era perfectamente capaz de llevar a cabo su advertencia.

―Tus amenazas son tan buenas que me están empezando a gustar, ¿es extraño? ―consultó Mihael sin sentirse intimidada.

―¡Sí! ―expuso Aleksandar con obviedad.

―Si continúan hablándome así, tal vez no les diré lo que pasó con el interrogatorio en la Ciudad Dorada.

Jure y Aleksandar intercambiaron miradas. El detective asintió, resignado, y el demonio puso los ojos en negro, hastiado.

Doncella de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora