(25) El monstruo al que le temen los monstruos

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Aleksandar no podía parar de contar los minutos. Se suponía que el tiempo no pasaba más lento o más rápido, pero en esos momentos aquello le parecía una mera teoría.

A su lado tenía a Mihael, quien estaba sentada en el sofá junto a él, abrazando un cojín a la vez que veía uno de los episodios de Maleficaes y Tronos. Se encontraban en la sala del apartamento de Venecia. Amaranta les había dicho que aguardaran allí mientras practicaba las apariciones con Darka en la terraza porque el entrenamiento podía ser un poco desastroso. Si necesitaba refuerzos en caso de fuga, los llamaría.

Por otro lado, Pavel se había quedado con ella para entrenar, sin embargo, hacía un rato se marchó para visitar a su padre en el hospital. Aleksandar lo habría acompañado si confiara en Mihael, cosa que no hacía completamente. Había algo que no le inspiraba confianza a plena vista, como si fuera un misterio que ni siquiera ella resolvió.

Sin embargo, aquella noción lo culpabilizaba cada vez que la castaña cerraba los ojos durante las escenas de la serie de televisión en las que aparecían dragones. Él la observaba de reojo, pensando en lo ridículo que era que se espantara así, cuando Mihael tiró para apoyarse en su hombro. Él tensó los músculos sin saber qué hacer.

―¿Qué haces? ―inquirió, espantado, moviéndose para apartarse.

―Me asusté ―confesó ella, tirando la cabeza para atrás en busca de mirarlo y su expresión la molestó―. ¿Qué?

―¿De verdad te asustas por eso? Literalmente eres un serafín.

Mihael alzó ambas cejas ante el ceño fruncido de Aleksandar.

―¿Eso significa que no puedo tener miedo?

―Bueno...

―Es diferente si sabes que son reales. Los humanos tienen aviones, supongo que no te molestaría estar en uno que cae en picada, siendo mortal.

Detestó admitir que se equivocaba.

―Si tengo un paracaídas, no ―contestó con tal de no darle la razón―. Entonces, ¿crees que los dragones son monstruos?

―Para nada ―aseguró Mihael rápidamente―. Que algo pueda matarme, no lo convierte en un monstruo. Por ejemplo, si un león hambriento te comiera vivo, no sería un monstruo.

Claro que daría un ejemplo tan gráfico, pensó él.

―¿No? ―suspiró Aleksandar en un hilo de voz.

―No, sería un animal queriendo sobrevivir. No lo hace meramente por deporte, sino porque el hambre le quitaría la vida y necesita alimentarse.

Si bien la conversación era peculiar, presintió que había algo oculto en sus palabras. Fue como si ella tratara de interrogar al detective. En consecuencia, se dispuso a seguirle la corriente.

―¿Y qué haría uno?

―Matar por diversión. Jugar con la presa antes de cazarla. Cosas así ―explicó Mihael con un destello en los ojos que sugería que esperaba una reacción―. Ser un monstruo es una elección. Tú lo sabes bien.

Aleksandar no tardó un segundo en responder.

―Sí, lo hago. Los asesinatos son mi especialidad. Incluso si no lo parezca.

Estaba tardando tanto en encontrar al culpable de aquellos crímenes paranormales que consideraba abandonar la policía para convertirse en un detective privado que eligiera casos fáciles. Aunque no lo hacía en serio, solamente se trataba de una posibilidad remota.

―No te preocupes. Todos cometen errores y los monstruos no son la excepción. Alguien los atrapará tarde o temprano ―sostuvo el serafín, acomodándose en el sofá para devolver la vista a la televisión―. Es probable que sea tarde, teniendo en cuenta lo que está demorando Darka.

Doncella de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora