(15) Caer de la gracia

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Un par de siglos atrás

Para Sereda el mundo era un lugar maravilloso.

Cada vez que salía de la Ciudad Dorada e ingresaba al plano mortal sentía que visitaba un paraíso distinto. A pesar de contar con milenios de memorias, no le dejaba de fascinar una cosa que le pertenecía en específico a los humanos: amor. Si bien ella fabricaba el sentimiento al igual que una tela, ellos se encargaban de sentirlo, de usarlo como un vestido. Le encantaba la manera en que podían convertir su materia prima en tantas prendas diferentes para múltiples ocasiones. Era una modista que creaba cientos de modelos que nunca vestiría, sin embargo, trataba de no entristecerse por eso. Simplemente, no fue hecha para amar o ser amada.

Había pasado sus iniciales cinco siglos recluida en la Catedral Suprema, donde los ángeles entrenaban, vivían y trabajaban sin parar. Se llenó del conocimiento básico, luego estudió más allá de lo habitual y estaba a unas décadas de subir de jerarquía.

En una de sus misiones, bajó a un territorio que en esa época se proclamaba el Reino de Croacia. Adriel, el serafín que dirigía la legión a la que pertenecía, le dijo que no se molestara en memorizar los títulos y nombres mortales porque sería una pérdida de tiempo. Trataba de hacerlo, mas había algo de allí que la atraía. Juraba en vano que el trabajo se había complicado tan solo para quedarse un poco más y aprender de la cultura mundana.

Esa noche empleaba un recipiente que no tuvo la oportunidad de testear. Guarnecía el cuerpo de una mujer corpulenta de unos veintitantos que gozaba de una cabellera negra y ojos verdes similares a un día soleado en la pradera. Todavía no se acostumbraba a la experiencia corpórea. A veces miraba incrédula sus pies al caminar, sus dedos moverse o controlaba el ritmo de sus latidos.

Se ajustó nerviosa el atuendo acorde a la civilización que obtuvo mientras observaba a Engla, la vendedora del mercado pueblerino de la zona, acomodar las frutas que pretendía vender la mañana siguiente, desde un rincón. Debía aguardar a que la persona con la que uniría con sus poderes se aproximara.

La mayoría de los puestos cerraron hacía un rato largo, por lo que la calle de tierra yacía medio vacía. Los compradores se marcharon horas atrás, pero la chica siempre se quedaba hasta último minuto porque era una viuda que necesitaba sustentarse sola en unos tiempos en los que los hombres se llevaban todo. Así que, Sereda también iba a congelarse los huesos en la soledad de aquel otoño.

Seguía disfrutando de la sensación del algodón que rozaba su piel con cada movimiento en el instante en que vislumbró a la indicada. Astrid, una dama unos años menor que acababa de heredar la pequeña fortuna de su tía a la que le gustaba en demasía el ambiente nocturno y las peras frescas, apareció corriendo hasta el puesto, sujetando sus faldas para no tropezarse.

Ahí fue cuando su instinto se activó. Pudo percibir la conexión latente en las almas de las dos mujeres, rogando que creara un puente que uniera sus corazones. En consecuencia, se enderezó, manteniendo su atención fija en ellas. Era su parte favorita. El primer y más crucial de los encuentros que definiría el futuro.

Con una sonrisa en el rostro, se puso manos a la obra. Podía apreciar los hilos del amor brotando de ella como una telaraña para entrelazar aquellos destinos. Entretejió las hebras y las dirigió lentamente en simultáneo que expulsaba la magia angelical que corría por sus venas. Las líneas invisibles del destino parecían flotar y dibujarse en el aire en una especie de danza sin música. En ese momento se sentía más etérea y más sensible que nunca en la perfecta mezcla de su parte celestial y su parte humana.

Hubiera salido de maravilla de no ser porque al parpadear visualizó a un ángel al que no reconoció. La desconocida estaba parada en el extremo opuesto del camino, entrometiéndose en lo que hacía al originar otro vínculo con una compradora de una tienda distante que no tenía nada que ver con el encargo que le dieron a Sereda.

Doncella de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora