Ocho meses han transcurrido desde que el tiempo comenzó a tejer un nuevo relato en la vida de Camille. Vivir su «cuento de hadas» junto a Gabriel, mientras aguardan con anhelo la llegada de su bebé, parece un sueño encantado, pero bajo la superficie...
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—Hola Ella.
—Hola. —respondí con timidez.
Estoy parada junto a la puerta, me siento muy nerviosa y no sé cómo actuar, él se acercó.
—Estás preciosa. —declaró sonriendo después de tomar mi mano. —¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó acariciando suavemente mi mejilla.
—Adrien, necesito hablar contigo por favor.
—Está bien, vamos a sentarnos ¿quieres algo de beber? —preguntó con naturalidad y como si estuviéramos en una situación normal y no escondiéndonos del mundo.
—No, gracias. —nos sentamos en el sofá y él me mira expectante.
—Ella ¿qué pasa? Estás muy nerviosa, ¿es por Camille? ¿todavía se siente realmente mal? —preguntó, tomando mis manos.
—Le pedí que venga conmigo a Nueva York, quiero llevarla a ella y a Miguel a un lugar donde puedan superar toda esta pesadilla.
—Entiendo ¿y qué te dijo?
—Quiere quedarse aquí. Ya habló con sus jefes esta mañana y están de acuerdo en que vuelva a trabajar, a pesar de toda la situación.
—Vaya, eso es totalmente inesperado. Pensé que ella querría irse, aunque la verdad me tranquiliza saber que no todo está perdido para Gabriel.
—No entiendo a qué te refieres. —repliqué muy confundida.
—Quiero decir que Gabriel volverá a sus sentidos en algún momento y es mejor que Camille esté aquí. Ella, este es un malentendido que pronto se resolverá y por eso debemos ayudarlos.
—Eso es exactamente lo que quiero hacer y no encuentro el camino. Honestamente estoy desesperada porque ella está muy triste.
—Cariño, ellos necesitan espacio ahora mismo y no lograremos nada si perdemos el control. —susurró secando las lágrimas que caen por mis mejillas. —¿Dónde vivirá Camille? Si no tiene casa aquí. —preguntó.
