30. Hasta el final

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Tenía muchos defectos, miles. Vaya que los tenía. Era exageradamente curiosa, incluso entrometida y solía ocultar cosas que podían dañar a los demás, tal vez por eso comprendí un poco a V. Tal vez por eso entendía la forma de proteger de Saeyoung, aunque no estuviera de acuerdo con ella.

—Tienes un minuto para darme una buena explicación o te juro que tomaré el primer avión que me lleve lejos de aquí.

Saeyoung asintió al instante.

—¡Sí! ¡La tengo! ¡De verdad! —contestó—. ¡Nunca pensé que Saeran me engañaría! Era la única oportunidad de reunirme con él, estaba desesperado...

Mi expresión se suavizó un poco. Admitía sentir un alivio al escuchar que no sabía que esos hombres irían a la cabaña.

—Continúa —hablé, aún con la mirada fija en él—. Quedan cincuenta segundos.

—Tomé el teléfono que rompiste, lo reconstruí y pude comunicarme con Saeran. Se suponía que íbamos a hablar solos y escuchar la explicación de Rutherford, pero él no llegaba.

A medida que empezaba a contarme lo sucedido, todo comenzaba a encajar.

Solté un gran suspiro al saber que no nos había traicionado como pensé. Que, en su desesperación, vio una oportunidad reencontrarse con su hermano y trató de usarla.

—Saeran me traicionó. Ya no es el mismo. Por eso quería huir. ¡Tienes que creerme, por favor! ¡Jamás pensé que...!

—Por eso pediste que nos quedáramos en la cabaña un poco más —respondí—. Por eso no querías que te acompañáramos, por eso lucías tan pensativo...

—No —negó—. Leonor, no fue sólo por eso. Cuando te fuiste de mi casa, la RFA, las palabras de Rutherford, todo cayó como una bola de nieve sobre mí y exploté... por fortuna tú estuviste ahí para que pudiera controlarme.

—Y no huir... —La ira contra Saeyoung empezaba a convertirse en una hacia mí misma—. Pero... ¿quienes eran esos hombres? No parecían ser del culto del que nos habló V.

—He visto sus caras en algún lado, no recuerdo dónde, pero mi ubicación vale oro si alguna agencia quiere mi cabeza. —Saeyoung pasó una mano por su cuello como si lo degollaran—. Literalmente, valgo mi peso en oro.

—Te traicionó como Judas... —susurré mientras trataba de encajar las piezas.

—Pero yo no soy Jesús, ni Dios. Soy todo lo contrario —contestó—. Mírame, soy Luciel. No puedo culpar a mi hermano. No puedo odiarlo a pesar de que él me odie a mí.

—Pero... el dispositivo de Vanderwood había desaparecido, ¿recuerdas? Rutherford no negó haberlo tomado, pero tampoco lo aceptó. —Por más que intentara armar el rompecabezas, sólo conseguía mezclarlo más.

—¡Nunca quise ponerlos en peligro! El plan inicial era que yo llegara allí solo...

—Y nosotros te seguimos —interrumpí—. Mierda.

Allí estaba otra vez ese sentimiento de inutilidad invadiéndome. Sólo era un estorbo, alguien que empeoraba las cosas. La pequeña voz volvió a mi mente y me ordenaba alejarme para no causarle más problemas a nadie. Al igual que Saeyoung, sentía que dañaba a los que estaban a mi alrededor.

Yo fui la que pidió que los siguieran. Yo fui la que insistió en no dejarlo ir solo.

Él quería protegernos. Nunca quiso ponernos en riesgo.

Entonces, era mi culpa. No la de Saeyoung.

La muerte de Jace y Vanderwood era mi responsabilidad.

Represión «Mystic Messenger» [Saeyoung]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora