11. Sou

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Lei-Lei observó el puerto como si fuese una cachorra otra vez, maravillada. Y aterrada. El mundo era mucho, mucho más grande de lo que ella pensaba. Diez enormes embarcaderos con una torre propia cada uno, estaban alzados de tal forma que parecía un gran castillo con torres cercándolo: diez torres de un material que parecía metal, aunque con propiedades y colores distintos: verde, azul, morado, dorado.

La torre dorada daba la sensación de ser más colorida que las demás. Al preguntárselo a Gao, él rió como cuando un cachorro pregunta algo que no podrá entender.

—Porque esa torre es la de este mundo. —Y en efecto, no lo entendió.

Caminaron hasta el mercado en el centro de la circunferencia de las torres y Lei-Lei anduvo con cuidado detrás de su espíritu. Había decenas de espíritus como Gao, de todas las especies habidas y por haber; aunque no le daban confianza, pues parecían... diferentes. Gao era consistente en su constitución, aquellos no, cambiaban y se reformaban. Unos se desquebraban en fragmentos para recomponerse, otros parecían dividirse y sus partes flotar en un delicado orden para mantener la forma antropomórfica.

Gao le insistió lo siguiera con un gesto de la pata, mientras iba hacia uno de los animales que estaban recogiendo un amarre. Lo curioso para ella era que de verdad era un animal, un zorro entrado en años, vestido con ropajes extraños. No daba aire de chino. Gao lo saludó y después de un rato acordaron un trato porque el león le entregó unas esferitas de jade.

—Es un animal —hizo notar Lei-Lei, cuando el zorro se fue hacia su barco y comenzaba a revisarlo para zarpar. Ella tomó asiento junto a Gao en un banco de cristal, infundido a partir de una esferita de cristal negro, como el tocón de antes.

—Tú también lo eres.

—Me refiero a que es de verdad —aclaró—. No es un espíritu y da la sensación de que sabe moverse por aquí.

Gao asintió, mirándola a los ojos. Lei-Lei se encogió por reflejo al mantenerle la mirada; Gao parecía saber cosas, o bueno, haberlas sabido. Como un guerrero que llevase años en el oficio, muriera, y su alma recordase a fuego las peleas sufridas.

—Hay muchos saltaplanos, Lei-Lei —afirmó—. Animales que viajan entre... mundos. Algunos saltan entre los básicos para escapar y vivir en paz. Difícil, pero posible.

—¿Mundos? —La cabeza amenazó con dolerle al intentar pensar en lo que eso significaba. Alzó una pata cuando Gao intentó explicarle—. No, olvidalo. Quiero seguir ignorante en ese tema, por favor. Moriré de un ataque si intento procesar todo de golpe.

—Vale —bufó, burlón.

Al fondo, el zorro les hizo un gesto para que fueran con él. Gao y Lei-Lei se levantaron y caminaron hacia la embarcación. Era más compleja de lo que Lei-Lei estaba acostumbrada, definitivamente no china. Se trataba de al menos cuatro cuerpos de altura con la proa y popa en forma de cuña, sin mástiles para las velas, pero en el nivel inferior fuera del mar de cristales, salían decenas de remos por pequeños cuadros a modo de ventanas.

—Un buen trimerre —dijo Gao—. Siento que me deben recordar algo. Una pelea marítima por... alguien importante.

—¿Quién?

—Si supiera te lo dijera, ¿no crees? —dijo—. Sólo siento que es importante, como ¿familia, quizá? —Meneó la cabeza—. No lo sé. Aunque no tan importante como parece ser Tigresa.

—¿Y qué tiene que ver mamá en todo esto? —inquirió ella.

Gao se tomó su tiempo para responder. Llegaron al barco y Gao se volvió a verla cuando afincó un pie sobre la plancha del muelle al barco.

Equilibrio (Los Ocho Inmortales 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora