17. Sacrificios

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Lei-Lei jadeó, tambaleándose por el exceso del uso del Chi, sorprendida en parte por ello y por los sou tan abismales, que le había marcado Gao. Su control de las plantas era más estable, casi que más perfecto. Aunque como siempre que usaba su poder en exceso, su cuerpo lo resentía; el dolor de cabeza empezó a aumentar y sus músculos clamaban descanso.

Ella no se los dio, tenía que seguir moviéndose. Tenía que proteger a más de los suyos. El agotamiento no podría con ella, llevaba días viajando por el Mundo de la Mente, haberse infiltrado meses antes de ser descubierta, soportando mucha presión, y no se había quebrado.

«Un poco más —pensó, suspirando—. Sólo un poco más hasta que Khang muera. Ya no tiene ejércitos, sólo queda ella».

Miró hacia donde recordaba estaba su hermano, no sin antes atisbar de soslayo la zona donde sus padres peleaban. Una columna de luz dorada, Chi casi tangible, se elevaba perforando el cielo. Le recordó la lucha que observó desde el Palacio de Jade, cuando era joven, de sus padres contra los Inmortales.

Frente a ella, Gao la observó con detenimiento. Lei-Lei se concentró en sus ojos y sintió su pecho constreñirse, algo estaba ocurriendo dentro del león. De hecho, estaba pasando muy paulatinamente, pero su color estaba dejando de ser negro, gris o blanco, sino que tomaba el de un animal vivo: un pelaje amarillo oscuro. Lo cierto era que resultaba atractiva la combinación de pelaje oscuro y ojos marrones.

—¿Deberíamos ir con tus padres? —preguntó—. Parece que Tigresa accedió a su Potencia por completo. —Sonaba curioso—. Lei-Lei, ella quizá pueda detener a Khang y a quien la guía.

—No —dijo Lei-Lei. Había algo casi instintivo que tiraba de ella hacia donde Qiang—. Primero mi hermano. Está peleando solo, necesita ayuda.

Gao no dijo nada, sólo asintió en silencio. Lei-Lei inspiró profundo, chasqueó los dedos para hacer que unas raíces tomasen a Fan Tong y Xiao del suelo, y los llevasen a una zona segura. Antes de que salieran corriendo, Gao le tomó el brazo con fuerza y antes de que pudiera quejarse, con un movimiento diestro de los dedos, el león le trazó un sou rúnico que al mirarlo, le habló de sanación, de vida y de regeneración.

El dolor general aminoró sólo un poco, lo que la preocupó, porque ese mismo sou fue el que él le colocó para sanarle la fractura del brazo.

Entonces, sin pesarlo mucho y con decisión, salió corriendo hacia donde estaba Qiang.



Los ojos oscuros de Shin se volvieron blancos y el cuerpo sin vida se volvió flácido en la lanza de Yuo, el leopardo de las nieves. Semi-empalado, la sangre le oscureció el pelaje negro. Con una sonrisa arrogante, aunque cansada, Yuo arrojó el cadáver de Shin, apenas moviendo la lanza, y el cuerpo de su amigo cayó al suelo como un trapo.

Qiang lo sintió. Cómo el alma de su amigo abandonaba su cuerpo, cómo la vida lo dejaba y el Inframundo, el Más Allá lo reclamaba.

—Con esto no tendrás más seguros, hermano portador de muerte. —Su sonrisa se ensanchó, desquiciada. Cansada.

Algo dentro de Qiang se rompió.

La niebla púrpura a su alrededor se revolvió con violencia, como un lago al ser perturbado por una roca; empezó a vibrar y girar con fuerza a su alrededor, alzándose en picos con los latidos de su corazón. Un frío que paulatinamente se volvía más helado le envolvió, conforme su Chi emanaba de su cuerpo como volutas de humo. Negro y violáceo, combinados.

La niebla lo acariciaba, deseosa, mezclándose con su propio Chi. La niebla reaccionaba con él, lo sentía, lo complementaba. Se alimentaba de él.

Equilibrio (Los Ocho Inmortales 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora