3. Vacío

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Bao estaba cansado de caminar, sólo quería tumbarse por ahí y echarse su muy merecida siesta. Por los dioses, sí que lo necesitaba, caminaba como un condenado a muerte rumbo a la tarima donde lo colgarían, siguiendo a Qiang, Fan Tong y Xiao. Su hermana y Jing estaban atrás suyo. Al ver por encima de su hombro, las notó muy juntas, sólo que no haciendo el tonto, sino que ambas chicas estaban haciendo gestos duros y ágiles, alternados. Bao bufó y rodó los ojos: planes de contingencia.

No es que se quejara de que Nu Hai fuese una maniática de tenerlo todo previsto, eso le había salvado el trasero decenas de veces, ¿pero era necesario que fuese todo el tiempo? Rara vez veía a Nu Hai divertirse sin estar con Jing, era como que su cerebro no podía no hacerlo. Al pensar en ello, la cada vez más creciente capacidad de su hermana en planear y estar preparada, frunció el ceño.

Era el secreto de los cuatro. El que él no iba a revelarle a ninguno del grupo, del Palacio, de su familia. Tenían que seguir siendo útiles para ellos. Sacudió la cabeza. «No pienses en eso, Bao. No ahora».

Así, pues, se dejó llevar por la monótona y constante marcha. Cada tanto volvía en sí, cuando el Chi del Maestro Tortuga Negra, una Astilla de Genbu, latía dentro de sí. Últimamente sucedía por cualquier cosa. Por una rama mal vista en un costado, asemejando un arma; el sonido de los árboles, parecido a un silbido con los que los enemigos se comunicaban; una sombra a lo lejos de hojas arrastradas que se elevaban por la fuerza del aire, como cuando un ejército o batallón marchaba.

En parte, Bao estaba acostumbrado a los latidos de alerta de su Chi, que lo instaba a ponerse a cubierto y usar su Chi para proteger a los suyos, pero era muy complicado concentrarse en una tarea si su Chi latía cada rato. Por eso las misiones eran tan difíciles para él. Para centrar sus pensamientos, cosa en extremo difícil por la falta de sueño, se llevó las patas a la nuca, en aspecto despreocupado, entrelazando sus dedos y apretándolos lo más duro posible.

Todos estaban en su mundo, incluido Qiang. Bueno, Qiang siempre andaba en su mundo. En una línea que lo dividía en dos, preocupación y distancia. Conocía muy poco del panda, pese a ya estar cuatro años en el Palacio de Jade. Sabía cómo murieron los Furiosos, supo la muerte de Shifu, el conflicto con los Inmortales, y se enteró de cosas más complicadas, como que Ping mentía a sus clientes vendiendo sopa de ingrediente secreto cuando no existía dicho ingrediente. Sin embargo, de Qiang apenas sabía cosas.

Lo único que hacía el panda era estar en la biblioteca del palacio o meditando en el Estanque de Lágrimas Sagradas. Siempre disciplinado, siempre independiente. Siempre solo. Era como un ente que no necesitara de los demás. Ni sabía qué poder tenía. De hecho, jamás lo había visto usar Chi.

No se comportaba como los demás. Mientras Fan Tong y Xiao estaban juntos con una estabilidad increíble, cual pareja de ancianos, Hai y Jing experimentaban el amor en su nueva relación y Bao saltaba de una en otra, Qiang era solitario.

El Chi de Bao latió con fuerza, sacudiendo su cuerpo. Se puso en guardia, alerta. Los demás alzaron la guardia, preparados; Xiao sacó su espada de jade y Qiang alzó la mirada al cielo, anodino.

De pronto, con un zumbido muy fuerte, un leopardo de las nieves quedó flotando por encima de ellos, mirándolos con desdén. En sus brazos, desde los hombros hasta la punta de sus garras, corrientes de viento se revolvían con fuerza. Uno de los aéreos. «Seguro que se escapó de Po y la maestra Tigresa».

—¡Preparados! —gritó Hai, brillando de un Chi azul oscuro.

Fan Tong generó una espada de Chi rojo, la espada del fénix. Jing se recubrió de Chi blanco, al tiempo en que esparcía una gran cantidad por el suelo, creando una especie de laguna de Chi que los recubría a todos; un calor acogedor le embargó el cuerpo, señal de la protección de la panda. Si resultaban heridos, el Chi los curaría con una rapidez inusitada.

Equilibrio (Los Ocho Inmortales 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora