El último prisionero murió sin proferir un grito, una acción loable por parte del panda rojo. Sin embargo, para Qiang aquello no era productivo. Su tío Tai-Lung era un animal demasiado despiadado con sus enemigos, pero eso les jugaba en contra. Aunque... tampoco podía quitarle méritos. Los prisioneros resistieron dos horas de interrogatorios intercalados con torturas a base de fuego del leopardo.
Qiang se despidió de Tai-Lung con una reverencia, dejándole la tarea de deshacerse de los cuerpos. La cremación siempre le daba asco a Qiang. Bufó despacio, cuando al subir las escaleras de la sala subterránea excavada bajo el Salón de los Héroes, usada como protección en casos de ataque, un dolor atroz le abrazó como un viejo amigo.
Cuadró la mandíbula, respirando con fuerza, apoyándose contra la pared de piedra. Las patas le empezaron a temblar, presas de uno de sus ataques. Se llevó una pata a la oreja derecha, donde tenía los dos pendientes de jade que le hacían de limitantes; estaban tan helados que le quemaban.
Se apretó el pecho, arrugando el qipao, concentrado en mantener la respiración estable, acompasada. Mientras intentaba apartar la mirada de su brazo, que brilló de un Chi negro como el carbón, haciendo que su pelaje envejeciera y la piel empezase a quedar fofa, sólo viéndose los huesos marcados. Y el frío, el endemoniado frío. Al rato, su Chi se estabilizó, se retiró y su cuerpo recuperó su constitución sana y joven.
Cuando se recuperó, aspiró aire con una gran bocanada y lo soltó despacio, para después salir a la luz. Disfrutó la caricia del sol en su rostro, en su pelaje. El sol debilitaba la acción del Chi que lo convertía en alto maestro, le traía de nuevo al mundo de los vivos. Sonrió apenas, cuando al tocarse los pendientes, seguían íntegros. El riesgo de fractura de los pendientes era cada vez más alto con cada ataque que sufría.
El brillo del sol en sus ojos cerrados le hacía ver una mancha rojiza bajo los párpados y el calor parecía desplazar sus preocupaciones. Le estaba costando cada vez más salir de los ataques, lo que aumentaba su preocupación. No podía sufrir uno en pleno combate y resultar una carga. Sacudió la cabeza, «ya encontraré la forma de superar esto. Espero...».
Pasado un largo rato de estar bajo la luz del sol, Qiang se encaminó hacia la segunda excavación a modo de sala de protección que su madre hizo usando su poder. Allí estaba el otro prisionero, el que le interesaba a Tigresa. Entró, bajó las escaleras y se detuvo antes de girar y entrar en la amplia recámara. Sus voces se sucedían una a la otra.
—¿Estás seguro de que no sabes nada de Khang? —preguntó Xiao, con el tono tan... diplomático y elegante que conservaba, incluso después de años de no estar en el Palacio Imperial.
Le llevó un momento comprender que el prisionero hablaba en su idioma. Uno que sonaba como susurros apurados y castañeo de dientes. Qiang lo hablaba, aunque con dificultad.
—...una diosa —terminó de decir el prisionero, con un acento demasiado marcado. Arrastraba las vocales.
—Eso son chismes, Shin. —Xiao parecía tranquila, por su voz. ¿Será que el prisionero no quería huir?
—No. No, princesa —dijo—. No sabré nada de la grande Khang, pero la he visto pelear. Eliminó a un contingente entero de enemigos, soldados comunes, con un gesto de la pa... —Se cortó cuando observó a Qiang entrar.
El prisionero frunció el ceño, desafiante. Sus ojos eran oscuros, como dos avellanas; su complexión se asimilaba más a la ágil de Xiao que la robusta de los lobos en general. Qiang le mantuvo la mirada, sin dudar, extendiendo el silencio un largo rato. El animal no se incómodo. Curioso. Por lo general con silencios prolongados los demás se apuraban en rellenarlo, diciendo cualquier cosa; con prisioneros funcionaba de maravilla.
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Equilibrio (Los Ocho Inmortales 2)
FanfictionAños después de la derrota de los Inmortales, el Chi ha cambiado, las Constelaciones a aparecido y se ha desatado una guerra que parece perderán. Po y Tigresa son los maestros que lideran el último bastión de China contra la inexpugnable conquista d...