"Los omegas puros están hechos para ser de la alta sociedad, hechos para casase y tener las crías de algún alfa... Pero eso no es algo que quieran tus nonnas, por ahora solo nosotras lo sabemos, así que aprende a controlar el aroma a durazno"
Baek N...
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Estaba llorando, no lo soportaba, las pesadillas eran cada vez más frecuente y la mordedura en su cuello había comenzado a picar, le ardía, ese rechazo silencioso le estaba matando tan lentamente que parecía tortura, una peor de la que le pudieron haber dado. El frío que había empezado a sentir incluso cuando tenía la bata del amo encima no ayudaba mucho.
Se fue a aquella esquina donde sentía que aquel no le podría encontrar, se hizo bolita allí apesar que era el punto más frío de la habitación. Allí donde sentía que se congelaba pero lo pensaba un poco y llegaba a la conclusión de que era mejor morir congelado a morir asesinado. De a poco empezó a sentir como sus dedos perdían movimiento y comenzó a sentir el hormigueo característico al que se había comenzado a acostumbrar. Su propio olor le empezó a marear. Era una mezcla entre quemado y su durazno como si se hubiera podrido. El problema era que así se sentía.
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El amo se había acercado corriendo al sentir como la vida del pequeño se esfumaba, no podía entrar allí a no ser que el joven se durmiera por su olor, pero ahora estaba allí, cada vez sentía como el corazón del pequeño omega se detenía más y más, la vida se esfumaba con rapidez pero su nariz le impedía entrar en aquel lugar donde le había encerrado. Su pecho comenzó a dolerle, la marca le estaba empezado a molestar a él también y abrió la puerta. El olor no llegó como pensó, no cómo había sucedido con anterioridad. No salió con fuerza como intentando escapar, fue débil, suave, como si se hubiera rendido y en el fondo estaba en pintor.
Se acercó con cuidado, temeroso de lo que sus ojos podrían encontrar, se agachó y cuando vio la apariencia del omega y su alfa aulló de rabia.
Los labios de Na-Kyum estaban tornados de un color azulado, su piel antes de color rojizo se había vuelto de un color pálido amarillo que no había notado por las horas en las que lo visitaba. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar y unas pocas lágrimas se habían congelado en las comisuras de sus ojos, dándole la imagen de unas lágrimas eternas que no se irían de allí. La marca de mordida estaba infectada, de color violáceo combinado con verde, todo el alrededor de ese lugar se estaba tornando de color rojo violento. La venda que hasta ayer se encontraba en su mano había ocultado la muñeca hinchada y morada.
