Capítulo 2

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Llegamos a un castillo, es enorme. El cielo es oscuro, pero sus estrellas luminosas y de distintos colores hacen el lugar hermoso. Al entrar, el sitio es igual de impresionante que afuera, una edificación rústica y bonita, aunque hay espectros que vuelan por los techos.

¿Serán demonios?

He leído mucho como para entender, pero leer y verlo son dos cosas totalmente diferentes.

—Espérenme aquí —dice Isela cuando nos detenemos en una habitación, luego señala un armario—. Allí hay ropa y calzado bonito, pueden cambiarse si lo desean, pero no olviden ponerse algún zapato, no las quiero descalzas.

Ella se retira, entonces hacemos lo que nos ordenó. Todas nos ponemos algún calzado. Desierto y Cielo se cambian, pero como no es obligatorio, yo me dejo el vestido que tengo puesto.

Isela se tarda en volver, así que decido salir a averiguar, aunque las otras estén reacias a mi curiosidad y se queden.

Camino por los largos pasillos, me detengo al ver un hombre parado en frente de una ventana, observa hacia afuera con la mirada triste. Me oculto detrás de una columna, cuando visualizo venir a Isela con otro hombre, el cual tiene cabello celeste.

—Morket —dice la diosa—. Ya están listos tus regalos.

—¿Sabes? —responde el hombre de cabellos negros, y con esos iris rojizos no para de mirar al cielo—. Ustedes no vienen nunca aquí, nada de lo que me regalen me hará feliz.

—No sé ni para qué nos gastamos —se queja el de cabellos celestes—. Vives con demonios, no estás tan solo.

—Blus —lo reprende Isela.

—Está bien, no le digas nada, hermana. —El tal Morket se da la vuelta y se gira a mirarlos—. La mayoría de los demonios no tienen emociones, ni me hablan, no son como tus ninfas —le explica—. La verdad es que ni siquiera sienten empatía, pero supongo que tú tampoco la tienes. —Fuerza una sonrisa aunque se burló de él.

—Eres el Dios de las Tinieblas —El tal Blus rueda los ojos.

—Vamos a ver mis regalos. —Ignora su comentario para no entrar en discusión—. ¿Qué es esta vez? ¿Otro infierno? Qué sepan que este mundo ya es bastante grande, no necesito más espacio para mi soledad.

—Maldición —murmuro cuando comienzan a caminar en mi dirección.

Corro a esconderme en otro pasillo, cuando los pierdo de vista, me detengo y comienzo a respirar agitada.

Eso estuvo cerca.

Alzo la vista y veo a alguien limpiando el piso con un trapeador.

Ese objeto no combina con el lugar, pero lo que más me confunde es que no me asusta, sino que voy directo hacia él.

—Tú...

Deja de trapear.

—Hola, soy el conserje —se presenta el pelirrojo.

—¿Conserje? —digo confundida.

¿Esa palabra se usa aquí?

Hasta su ropa es extraña. No es ni siquiera una yukata, es una camisa y un pantalón, son grises. Su vestimenta es distinta, como si perteneciera a otro lado.

—¿Debí haber dicho siervo? —expresa curioso.

—Eres...

—Mil disculpas, mi nombre es Askar.

—¿Eres un demonio? —insisto.

—No, soy el conserje. —Vuelve a trapear.

Siento que lo conozco, pero no sé de qué.

—Disculpa, no quiero molestarte, pero ¿Te conozco de algo?

Se detiene de mover el trapeador otra vez y me hace una gran sonrisa.

—No, pero me encantaría, aunque no deberían vernos juntos, eso estaría muy mal, mejor regresa antes de que te reprendan.

—Oh, sí, claro. —Reacciono—. Por cierto, soy Océano, espero verte pronto. —Empiezo a retirarme.

—Nos vemos, Rebecca.

Belleza de los Sueños #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora