Cap. 11.- La Alteza manchada de sangre

101 17 0
                                    

Bai WuXiang observó detrás de la barrera a los jóvenes cultivadores que iban de un lado a otro custodiando la frontera entre el reino humano y el inframundo. Por un momento temió ser descubierto por Shi QingXuan pero el dios se había alejado poco después y decidió no tentar a su suerte de modo que se alejó de allí. Mientras avanzaba hasta su escondite no pudo evitar pensar en aquel hombre, Su Alteza Xian Le, y en sus acompañantes, recordando las palabras de Jun Wu antes de que le entregara el conocimiento que tenía.

“En este mundo sigues siendo el mismo tonto”

Ya no soy ese tonto

Hubo un tiempo en que él, Bai WuXiang, era conocido como Xié Lian, Su Alteza Xian Le. Su ascensión había sido conocida por el gran alboroto que causó, en él reposaban las artes de su reino y todo era brillante en su camino. Pero entonces la guerra y la sequía terminaron con Xian Le y el reino fue arrasado, la casa real del antiguo Xian Le fue perseguida y él fue abandonado.

No importaban las razones ni los motivos, Feng Xin y Mu Qing lo habían abandonado. Nada cambiaba ese hecho.

Sin embargo, lo más difícil para él fue ver los cuerpos inertes de sus padres, colgando de una viga con su propia seda, y el saber que no iba a morir no ayudó en nada a su situación. A lo lejos pudo escuchar las celebraciones del nuevo reino y montó en cólera. ¿Paz en Yong An? ¡Por favor! Yong An no tendría paz mientras él viviera. Fue en ese momento que planeó su venganza.

El mundo que una vez intentó salvar sentiría toda su furia.

— ¿Odian? Yo saciaré su odio.

Xiè Lian, convertido en la calamidad vestida de blanco, conjuró a los espíritus resentidos caídos en batalla y los mantuvo en su espada, aquella que el Blanco sin rostro le había entregado, cultivando su resentimiento por años, hasta que Yong An alcanzara el esplendor que Xian Le había tenido. Con Wu Ming, su fiel sirviente, a su lado recorrió el territorio en busca de un sitio donde pudiera cultivar sin problemas, manteniéndose en relativo aislamiento; saliendo únicamente para ir en busca de más resentimiento que pudiera cultivar. Fue así como encontró a un joven fantasma que huía de un ente de mala fortuna al que ayudó a devorar y lo volvió su fiel aliado.

Nadie volvió a escuchar de él hasta que se convirtió en el sacerdote principal de Yong An y, más importante, se convirtió en el maestro del príncipe heredero Lang Qian Qiu. Usando su nueva posición corrompió la mente del príncipe hasta que el momento de atacar llegó: Xiè Lian liberó el resentimiento que había cultivado por siglos desarmando caos en aquel reino asentado en las cenizas y la sangre de Xian Le. Fue en ese momento, mientras la enfermedad del rostro humano atacaba a los ciudadanos y la realeza de Yong An moría bajo su mano, que se convirtió en Bai WuXiang, la calamidad vestida de blanco que iba a pintar de rojo la tierra. No fue hasta que el reino fue enteramente consumido por la destrucción que partió llevando consigo a Lang Qian Qiu, convertido en su sirviente.

— Mi señor, está todo listo— anunció Wu Ming sacándolo de sus pensamientos.

Bai WuXiang volteó, notando que estaba solo.

— ¿Dónde está Wu Lang?— preguntó.
— Preparando los últimos hechizos para romper la barrera— respondió Wu Ming.
— ¿Y el Reverendo?
— Aquí estoy, Su Alteza.

El ente de mala fortuna avanzana arrastrando a un hombre vestido de blanco con un sombrero de bambú y un velo que cubría su rostro. Todo rastro de voluntad se había ido de su espíritu, succionado por el ser que lo obligaba a avanzar.

— QingXuan, ¿qué hay de tus tesoros?
— ¿Qué con ellos?— preguntó el Reverendo de palabras vacías.
— Pensé que los querrías tener de vuelta.
— Mi señor, en realidad los traje para que sirvieran de sacrificio y así mantener la puerta abierta. Iba a matarlos de todos modos, ¿qué más da si no están aquí ahora?

Bai WuXiang sonrió debajo de su máscara, recordando el momento en que encontró a Shi QingXuan. En vida, había sufrido la persecución del Reverendo de palabras vacías hasta que murió, sin embargo dicho ente lo siguió persiguiendo aún después de muerto, por lo que decidió aprovechar la oportunidad de conseguir tener a alguien más de su lado y le dio a Shi QingXuan la energía necesaria para devorar y absorber al Reverendo de palabras vacías, con la sorpresa de que tomó su lugar. No podía haber ido mejor: tenía a alguien capaz de maldecir a otros bajo su ala, era hora de atacar el cielo.

Y eso hicieron. La capital celestial se llenó de sangre, los gritos de los dioses resonaron por doquier hasta que un silencio sepulcral reinó en el lugar. Solamente dos personas se salvaron de la masacre: el señor del Agua Shi WuDu y el dios de la literatura He Xuan. Shi QingXuan tenía un adeudo pendiente con ellos dos, por lo que Bai WuXiang dejó que arreglara sus asuntos antes de bajar al mundo humano para arrasar con todo lo que había. El mundo solo tendría dos opciones: reverenciarlo o morir.

— Maestro, todo está listo— dijo Wu Lang acercándose a ellos—. ¿Atacaremos de una vez?
— No, esperaremos al amanecer— dijo Bai WuXiang—. Estuve cerca de ser descubierto y no deseo tentar a mi suerte. Lo mejor es hacerles creer que tendrán tiempo para armar un plan.

Wu Lang asintió, comprendiendo. Wu Ming dirigió la mirada al hombre de blanco, que parecía más un muñeco manejado por alguien más, y preguntó:

— ¿Qué haremos con él?
— Deben tratarlo bien. Es mi invitado por este día. Su sangre hermosa servirá para nuestro propósito.

Viento celestial (3/4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora