25. El secreto del dragón

77 12 4
                                    

—Venid conmigo, os mostraré lo que habéis venido a buscar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Venid conmigo, os mostraré lo que habéis venido a buscar.
Thanassos les guió por un escarpado sendero que ascendía hacia la montaña en la más completa oscuridad, ya que había anochecido, sin embargo el anciano no precisaba de luz alguna. Caminaron en silencio un buen trecho, en dirección a lo que parecía ser una atalaya de piedra suspendida sobre un profundo acantilado.
—¿Te has dado cuenta de que es de noche? —Le preguntó Rourca a Shyrim en voz baja.
—Sí —contestó la niña—. ¿Qué tiene de especial?
—Pues que si el tiempo no pasa en este lugar, ¿cómo es posible que anochezca?
Shyrim lo pensó detenidamente y llegó a la conclusión de que, ciertamente era muy extraño.
—No me había dado cuenta —dijo, sintiéndose orgullosa del muchacho.
—No creo que nadie lo haya hecho.
Thanassos, a pesar de estar muy alejado de ellos, rio para sí mismo por el comentario del niño, pues podía escucharlo todo. Era muy perspicaz el joven Rourca.
Llegaron junto a la torre unos minutos más tarde y pudieron comprobar que se encontraba en un estado deplorable. Casi ruinoso, podría decirse.
No parece haber nadie que se ocupe del mantenimiento de aquel lugar, pensó Aidam.
Thanassos le miró y asintió.
—Así es, amigo mío. Este lugar está abandonado de la mano de Dios —se echó a reír por el chiste y no se detuvo hasta que todos estuvieron reunidos en torno a él.
Thanassos hizo pasar a todos los compañeros al interior de la torre y después entró tras ellos. El interior del edificio no tenía nada que ver con su ruinoso exterior. Allí dentro el orden y la limpieza eran visibles en cada rincón. El suelo relucía como un espejo y los estantes que había apilados contra las paredes estaban limpios y sin una sola mota de polvo.
—Los tesoros deben ser mimados, ¿no creéis? —Dijo el anciano en un tono burlón.
Thanassos rebuscó en una reluciente alacena y extrajo algo de uno de sus cajones. El objeto que sujetaba en su mano era tan diminuto que nadie logró distinguirlo.
—Aquí lo tenéis —dijo el anciano de la montaña, abriendo la palma de su mano y montrándoles su más preciado tesoro—. El secreto del dragón.
Todos se inclinaron sobre aquel pequeño objeto y ninguno supo qué decir. No era algo que llamase la atención por su espectacularidad, pues se trataba de una diminuta canica del color del plomo y sin marcas aparentes, ni dibujos, ni incisiones. Totalmente lisa y falta de interés.
—¿Eso es el secreto del dragón? —Preguntó Shyrim, algo defraudada—. Es bastante feo.
—¡A que sí! —Chilló Thanassos con alegría—. Parece mentira que algo tan sencillo sea asimismo tan poderoso.
—¿Cómo se usa? —Preguntó Ashmon y todos se volvieron a mirarle—. Solo es curiosidad.
—Se requiere una meticulosa ceremonia para que este objeto despliegue todo su poder —informó el anciano—. Una vez realizada, aquel que la posea adquirirá uno de los más preciados dones de los dioses: la inmortalidad.
—Resultaría bastante útil —subrayó el antiguo nigromante.
—Dependiendo de quién lo tomase —indicó Aidam y por la mente de todos pasó fugazmente la imagen del ente oscuro Akheronte.
—¡Bien! —Exclamó Thanassos en voz alta y todos se sobresaltaron—. Hasta aquí la lección de hoy, niños. Mañana es fiesta, así que no habrá clase...
Rourca y Shyrim se miraron a los ojos y se echaron a reír. Aquel anciano les caía muy bien.
—¿Qué hacemos ahora? —Preguntó Sheila.
—Regresaremos a casa —dijo Aidam y los demás asintieron.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora