«Un enemigo venido de muy lejos destruirá el mundo.
Un dragón resurgirá del caos.
Una joven recuperará la sabiduría perdida.
Una niña unirá luz y oscuridad y ambas partes lucharán contra el mal.
Revela el secreto del dragón y las tinieblas serán der...
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Los soles seguían en el mismo lugar que la tarde anterior, cuando despertamos, fijos y estáticos en el mismo punto del cielo. El fenómeno era tan extraño que llegó a sobrecogerme. ¿Qué otras peculiaridades íbamos a encontrar en este nuevo mundo? ¿Qué peligros entrañarían? Me levanté, tratando de no albergar esos pensamientos tan pesimistas para comprobar que todos mis compañeros estaban despiertos y en pie. Sheila llegó hasta mí con el desayuno que habían preparado. El desayuno de los campeones, como yo lo llamaba. Carne seca y café frío. Muy apetitoso. —No debisteis dejarme dormir tanto —protesté—. No quiero ser una carga para nadie. Puedo seguir vuestro ritmo. —Necesitabas descansar —contestó mi hija, volviéndose mirar a Aidam—. Todos lo necesitábamos en realidad. Miré a nuestro compañero y líder y le vi trajinando de aquí para allá. Lo mismo se encargaba de ajustar la armadura de Shyrim, que de escuchar las sugerencias de Ashmon o recoger el improvisado campamento. —¿Hasta cuándo crees que aguantará a ese ritmo? —Pregunté. Sheila, que parecía haber estado pensando lo mismo que yo, se encogió de hombros. —Trata de no pensar... Imagino que aguantará más que nosotros. —Eso seguro. Yo ya no estoy para estos trotes. —No digas eso, papá. Tú aún eres fuerte. Me da mucho más miedo Shyrim. Temo que se derrumbe. Ha sufrido mucho. Yo sé lo que es perder a una madre. —Ella también es fuerte, como tú lo fuiste —dije y vi a Sheila sonreír, aunque se trataba de una sonrisa triste. Reanudamos la marcha media hora después. Hugh se había encargado de reconocer el terreno, mientras los demás desayunábamos y dijo haber encontrado un sendero natural, que algún tipo de animal había abierto entre la espesa maleza del bosque. El sendero estaba lleno de extrañas huellas de pisadas. —Por las huellas parecen animales bípedos —explicó Milay—. Con tres dedos en cada una de sus garras. Calculo que medirán cerca de los dos metros de altura y su peso es de unos noventa kilos. Avanzan en fila, uno tras otro, como hacen los depredadores para ocultar su número. —¿Todo eso lo has averiguado solo por sus huellas? —Le pregunté a mi esposa, gratamente sorprendido. —No solo eso. También puedo decirte el color de su piel: Parda con manchas claras—contestó ella, muy seria. —Eso sí que no me lo creo —dije, negando con la cabeza—. ¿Cómo diantres puedes saber eso? —Porque los estoy viendo, cariño —sonrió ella. Luego señaló un claro del bosque donde había cinco de aquellos grandes animales. Eran tal y como Milay los había descrito, aunque no llegó a sospechar que estaban dotados de una gran inteligencia, que vestían unas rudimentarias pieles y portaban afiladas lanzas y que se trataba, en definitiva, de una partida de caza. —¿Los reconoces? —Preguntó Aidam a Ashmon y este negó con la cabeza. —Los animales de los que escuché hablar no poseían ese nivel de inteligencia. Creo que puede tratarse de algún tipo de mutación. —O tan solo de la evolución de una especie —me atreví a señalar—. Quizá con el tiempo se volvieron inteligentes. —Puede que lleves razón, hermano. Según los antiguos el hombre provenía del mono, aunque lo cierto es que estaban totalmente equivocados. —¿Del mono? —Dije sorprendido—. Todos sabemos que el origen del hombre proviene de los dioses. —Lo sé. Pero en la antigüedad no conocían ese pequeño detalle. No fue hasta mucho más tarde cuando una minoría de personas averiguó el origen celestial del hombre y lo proclamó. Claro que ese conocimiento llegó un poco tarde, pues su sociedad ya estaba corrompida y su final muy próximo. —¿Creéis que podríamos hablar con ellos? —Nos preguntó Aidam, cansado de nuestras hipótesis. —Tal vez —dije—, aunque también cabe la posibilidad de que traten de devorarnos. —Me encanta tu optimismo, Sargon —sonrió Aidam—. Me parece que solo hay una forma de averiguarlo. Hugh y Aidam dialogaron entre ellos y tomaron la decisión de acercarse hasta el pequeño grupo de caza. —Estad preparados para cualquier eventualidad. No sabemos cómo reaccionarán. —Quizá lo más sensato fuera dejarles en paz —apunté yo. —Si son inteligentes es muy posible que conozcan el lugar donde se esconde Akheronte —dijo Aidam. También podría ser que fueran aliados suyos, pensé, pero no dije nada. —Tendré preparada mi magia, por si acaso. Aidam y Hugh abandonaron el sendero y se internaron en el bosque para llegar al claro donde se encontraban aquellos seres, pero mucho antes de alcanzarlos ellos ya se dieron cuenta de su presencia. En escasos segundos estaban rodeados. —Khalys Ahgard serivan —dijo uno de esos seres, alzando su rudimentaria lanza. Aidam alzó sus manos desnudas, tratando de tranquilizarles. —No queremos haceros daño —dijo con voz sosegada. Yo, por mi parte, no les quitaba la vista de encima, preparado para actuar en cualquier momento. Dragnark también me secundó. —Humanos no aquí... No querer —dijo, chapurreando nuestro lenguaje, el que parecía el líder del grupo—. Marcharos o morir. —Solo queremos hablar con vosotros. Necesitamos información. —¡Marchad! —Aulló el líder, levantando su lanza con agresividad. Me fijé en él. Por su complexión era tan fuerte como Aidam, quizá más. Vestía la piel de algún animal acorazado, a modo de armadura y se erguía sobre sus dos poderosas patas traseras, equilibrándose con una robusta cola. Su rostro era reptilesco, pero sus ojos poseían la chispa de la inteligencia y pude observar el temor en ellos. Esos seres estaban terriblemente asustados. —Espera, Aidam —dije, acercándome al grupo. Al verme aparecer aquel ser dio un respingo y reconocí claramente sus intenciones de huir —. Tienen miedo, están muy asustados y podrían llegar a volverse agresivos. Déjame hablar con ellos. Aidam asintió y retrocedió un par de pasos, dejándome a mí al frente. —No queremos haceros ningún daño —dije, mientras les observaba fijamente —. Nosotros no servimos a Akheronte. Al pronunciar el nombre del semidiós, el temor dio lugar al pánico y esos seres soltaron sus armas, hincándose de rodillas ante nosotros. Conocían el nombre y también lo que significaba. Su miedo lo dejaba bien claro. —Necesitamos vuestra ayuda —dije de nuevo—. Vosotros podéis ayudarnos a derrotar a Akheronte. El líder del grupo alzó su cabeza y me observó. Algo parecido a una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Dice llamarse Akhrys y ser el jefe de la tribu—traduje lo mejor que pude las palabras del reptiliano. Nos habían llevado a su campamento. Un montón de ruinosas cabañas de paja y barro, construidas en un claro del bosque y nos presentaron a aquel que ostentaba el rango de Sejhan, o líder de la tribu. Este era mucho más anciano que el resto de sus congéneres y su correosa piel estaba ajada y se desprendía en largos jirones, pero a pesar de su aparente debilidad y de su vejez, noté en él el peso de la responsabilidad y el coraje de su carácter. —¿Cómo puedes entenderles? —Me preguntó Aidam, sin llegar a comprenderlo. —Porque hablan un dialecto que aprendí mucho tiempo atrás, cuando estudiaba para convertirme en un mago. El lenguaje de la magia etérica. —¿Son magos, entonces? —No. No siento la magia en ellos. —Rejkard solentys aguris— dijo Akhrys, alzando su cetro. Un bastón adornado con el cráneo de algún animal desconocido para mí. —¿Qué ha dicho? —Dice que va a ayudarnos, si nosotros les ayudamos a ellos, o eso creo. —Pregúntale qué quiere a cambio de su ayuda. Así lo hice. Me dirigí al jefe de la tribu y le hablé en su propio idioma. —Querer cabeza de titán —dijo Akhrys en nuestro idioma. —No hace falta que me lo traduzcas —dijo Aidam con un gesto—. Lo he entendido perfectamente. —Sí, creo que tenemos unos nuevos aliados.