«Un enemigo venido de muy lejos destruirá el mundo.
Un dragón resurgirá del caos.
Una joven recuperará la sabiduría perdida.
Una niña unirá luz y oscuridad y ambas partes lucharán contra el mal.
Revela el secreto del dragón y las tinieblas serán der...
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Me deslicé como pude por el suelo, hasta llegar a una de las cómodas y traté de incorporarme, pero el dolor era tan atroz que las fuerzas me fallaron. Con un sonoro estrépito el mueble se volcó y yo di gracias a los dioses por ello. El ruido debería haber despertado a alguien. Al cabo de un rato escuché unos pasos que se precipitaban por la escalera y luego un grito cuando Sheila me descubrió en el suelo. —¡Quieren a Shyrim! —Exclamé—. Debes protegerla... —¡Estás herido! Aparté a Sheila de un manotazo y la obligué a reaccionar. —¡Ayuda a Shyrim...! —Dije, señalando la escalera por donde había subido el asaltante. Sheila comprendió y entonces gritó con todas sus fuerzas, acto seguido subió la escalera a toda prisa. El grito de Sheila había despertado a todos. Aidam y Acthea corrieron hacia mí y me ayudaron a sentarme en el suelo. —Es una fea herida, viejo amigo —dijo el guerrero. —Lo sé, pero lo principal es proteger a Shyrim... Quieren llevársela. Mientras Acthea corría a proveerse de vendas, Aidam subió la escalera, espada en mano. Un segundo después llegaron Dragnark y Hugh. El gigante se puso pálido al observar la herida que tenía en el abdomen. Dragnark por su parte, se arrodilló junto a mí, justo cuando Acthea regresaba con el botiquín y con ella, Milay, que traía varias mantas y cuyas manos temblaban. —¡Apartaos! —Les gritó, mientras rasgaba el camisón para saber a qué atenerse y sus ojos se desorbitaban. —¡Mira que dejarte hacer esto a tu edad! —Exclamó, tratando de parecer tranquila. Yo tan solo traté de sonreír. Mientras tanto, en los dormitorios de la planta superior, se libraba una desesperada batalla. Sheila llegó junto a la habitación de Shyrim, encontrando la puerta abierta de par en par. Su instinto le avisó de que alguien se agazapaba en las sombras y tuvo el reflejo de echarse hacia atrás, justo cuando un afilado cuchillo se incrustaba en el marco de la puerta. El intruso se abalanzó sobre ella, armado con la misma daga con la que me había herido a mí y trató de asestar un golpe a Sheila. Esta esquivó el primer embate, sin embargo el filo del arma la hirió en el antebrazo. El asesino se movía con una agilidad pasmosa, sus movimientos eran fluidos y letales y Sheila se vio de repente en apuros. —¡Sheila, apártate! —Gritó Aidam, entrando en el cuarto como una tromba. El asesino no pudo impedir que Aidam se le echase encima y ambos rodaron por el suelo, hasta golpear contra la pared. El golpe fue tan tremendo, que el guerrero quedó momentáneamente aturdido, cuando trató de levantarse, una patada en la cabeza lo derribó de nuevo. El asesino se cebó en Aidam, pateándole una y otra vez, hasta que el guerrero no pudo hacer otra cosa que cubrir su cabeza y encajar los golpes. Sheila, sin saber cómo actuar, notó que alguien más entraba en la habitación. Al principio creyó que se trataba de Shyrim, quien, por extraño que pudiera parecer, no se encontraba en su cuarto, pero un segundo después se dio cuenta de quién era. Runa corrió hacia nuestro agresor y saltó sobre la cama, golpeando al asesino con sus rodillas. El impacto arrojó al intruso contra la ventana y está reventó en una lluvia de cristales. El golpe hubiera acabado con cualquiera, pero Abdon —más tarde supe su nombre— no era un guerrero cualquiera. Se rehizo casi al instante y atacó a Runa con ferocidad. El brillo metálico de su cuchillo resplandeció en la penumbra del cuarto, pasando a escasos milímetros del rostro de Runa. Esta no se dejó asustar y de un golpe seco, desarmó a su oponente. —Vendrás conmigo, aunque tenga que llevarte a rastras —dijo Abdon entre dientes. El asesino había confundido a Runa con Shyrim e iba a pagar caro su error. Runa atacó de nuevo y su pierna impactó en la rodilla de Abdon, destrozando su rótula. Su grito de dolor se confundió con el grito que profirió Runa al golpear de nuevo. Su puño alcanzó a Abdon en la garganta y este cayó al suelo entre dolorosos espasmos, mientras trataba inútilmente de respirar. El golpe había hundido su tráquea. Unos segundos después, expiraba.
La herida era fea. Un enorme desgarrón por el que se escapaba mi vida. Había cerrado los ojos, cuando sentí de repente un intenso calor. Al abrirlos pude ver a mi hija Sheila, inclinada sobre mí. Su mano estaba a escasos centímetros de mi herida y de ella provenía el ardor que sentía. —Te pondrás bien, papá —me dijo, mientras trataba de sonreír. —Veo que ya has recuperado tus dones —dije. Sabía que Sheila llevaba varios días trabajando en ello. —No del todo, pero será suficiente para curarte. —Es una bendición tenerte a mi lado. Sheila sonrió y noté como el rubor subía a sus mejillas. Aidam reposaba a mi lado, mientras Acthea curaba los golpes y moratones que tenía por todo su cuerpo. —Me hubiera gustado apresarlo con vida —dijo el guerrero—. Podríamos haberle interrogado y... —Nunca se hubiera dejado —dijo Runa—. Para él era preferible la muerte antes que verse cautivo. —¿Le conocías? —Así es. Su nombre era Abdon el sigiloso. De la raza de los Sígilos. Todos nos volvimos a mirar a Milay, aunque ella ya había negado conocerle. Un momento antes, cuando retiramos la capucha de cuero con la que se cubría el asesino, para saber de quién se trataba, nos quedamos de piedra al comprobar sus facciones felinas. —¡Pues vaya si era sigiloso! —Exclamó Aidam—. Además de un feroz luchador. Era un secuaz de Akheronte, ¿verdad? —Abdon era un mercenario. Se vendía al mejor postor. Esta vez eligió mal el empleo. —En mi pueblo, quien no supera la prueba del Skark, o la prueba de la mayoría de edad, es expulsado de la tribu —explicó Milay—. Muchos jóvenes guerreros se ven obligados a buscarse la vida como mercenarios. —Todavía no sé cómo has podido derrotarle con tanta facilidad. Era un tipo muy peligroso... —Yo también soy muy peligrosa —dijo Runa. Lo era. De eso no cabía duda. Pero había salvado nuestras vidas y debíamos estar agradecidos. —Me confundió con Shyrim —explicó Runa—. Si ella hubiera estado durmiendo en su habitación la cosa habría sido distinta, pero por suerte Shyrim había acudido a mi cuarto para dormir conmigo, como hacen las hermanas. Shyrim sonrió a Runa y esta le devolvió la sonrisa. Yo todavía me preguntaba quién o qué era Runa. Había aparecido de la nada, o del interior de ese maldito orbe. Sabía pelear como una experta luchadora y además parecía conocer las respuestas a todas nuestras preguntas, aunque era remisa a contestarlas. Su misión, según decía, era derrotar a Akheronte y yo me seguía preguntando qué ayuda podría necesitar de nosotros, si ella sola se bastaba. —El tiempo apremia —continuó diciendo Runa—. Ahora es nuestro turno. No podemos dejar que Akheronte mande a otros esbirros. Debemos actuar de inmediato. —Tienes razón —afirmó Aidam—. La próxima vez, Akheronte podría mandar a alguien a quien no seamos capaces de detener. Hemos de viajar a su mundo y acabar con él. —Entonces, Hagámoslo.