4. La prueba

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Rourca se presentó puntual a la hora acordada

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Rourca se presentó puntual a la hora acordada. Tanto Shyrim como su padre le esperaban y también estaba presente Rolden, el instructor, un hombre rudo y con mal genio que se ganaba la vida entrenando a niños de buenas familias en las artes de la lucha.
—¿Es este el pipiolo? —Preguntó Rolden.
—Veamos qué tal se desenvuelve —contestó Aidam—. Shyrim, encárgate de que vista una armadura de su talla y provéele de espada y escudo.
—Sí, papá —dijo la niña sonriente. Tomó al muchacho del brazo y le guio hasta un almacén donde guardaban las armas y las armaduras.
—¿Queréis que sea duro con él? —Preguntó el instructor.
—No. Solo quiero ver de qué es capaz, aunque sí tiene que tragar un poco de polvo, que así sea.
Rourca regresó al cabo de unos minutos, lucía una armadura que le quedaba un poco grande y sujetaba a duras penas el pesado escudo y la espada de madera de los entrenamientos.
—Atácame —le ordenó el instructor—, si puedes.
Rourca alzó la espada, pero pesaba demasiado para él y no se sentía cómodo. Shyrim le vio dudar y se prestó a ayudarle.
—Está rellena de plomo, pesa bastante y es incómoda —dijo—, pero te acostumbrarás.
Rourca se mordió los labios y embistió con todas sus fuerzas contra el instructor. Este tan solo le golpeó con fuerza en el escudo y después le puso la zancadilla. El muchacho rodó por el suelo levantando una nube de polvo.
—Inténtalo de nuevo, gañan —dijo Rolden, mientras observaba al chico levantarse con mucho esfuerzo.
Rourca volvió a embestir, pero encontró en su trayectoria la espada del instructor. De un fuerte golpe en el estómago lo derribó de nuevo.
Rourca se quedó tendido en el suelo, preguntándose de qué servía todo eso, cuando vio acercarse a Shyrim.
—No puedes usar la fuerza bruta contra un oponente más fuerte y diestro que tú —le dijo.
—¿Qué harías tú? —Preguntó el chico.
—Utilizaría la astucia.
El muchacho asintió. Aidam observó cómo volvía a levantarse y cómo se desembarazaba de su pesada armadura. También arrojó la espada al suelo y se encaró contra el instructor.
—La armadura te protege de los golpes —dijo este último—. Es una insensatez deshacerse de ella.
—No la necesito —dijo Rourca. Aidam vio como cogía un bastón de madera y como se prestaba a la lucha. Aquel gesto le gustó, claro que también sabía que el instructor llevaba razón.
—Bien —dijo Rolden—. Veamos qué tal lo haces.
El muchacho, mucho más ligero sin la incómoda armadura, corrió hacia su oponente blandiendo el bastón. Rolden esperó el momento oportuno para atacar. Cuando estuvo seguro de que no erraría su estocada, lanzó un sesgo con su espada cortando el aire. Rourca lo vio venir y se agachó justo a tiempo. El filo romo de la espada rozó su cabello, sin llegarle a tocar. El muchacho se deslizó por el suelo llevado por su impulso y golpeó con su bastón las piernas de su enemigo, haciéndole caer de rodillas. Rourca se revolvió con ligereza y golpeó de nuevo, esta vez en el casco de su oponente, derribándolo. El estruendo del metal al golpear el suelo fue la señal de su victoria.
—No está mal —aplaudió Aidam. Shyrim estaba aún más exultante con la victoria del muchacho.
—Lo ha hecho bien, ¿verdad, papá?
—Sí —Aidam se acercó hasta el chico—. Eres temerario e irresponsable, testarudo y algo fanfarrón. Me recuerdas a alguien...
Shyrim sonrió porque sabía que se refería a él mismo.
—Entonces, ¿puede quedarse? —Preguntó la niña.
—Solo si él lo desea. ¿Quieres ser un guerrero, Rourca?
El muchacho no tuvo que pensárselo.
—Sí, señor. Me gustaría llegar a serlo.
—Entonces lo serás. Tú instrucción comenzará hoy mismo. Vivirás aquí, bajo nuestro techo. Serás nuestro invitado, o mejor dicho, el de Shyrim, pues la idea fue suya, y aprenderás a ser un hombre al tiempo que un guerrero. No creas que será fácil. Algunos días creerás desfallecer y otros estarás tan cansado que apenas podrás tenerte en pie, pero haremos de ti alguien de provecho.
—G-gracias, señor...
—No, aún no me las des. Dentro de poco me odiarás con toda tu alma.

Aidam no quiso reconocerlo delante de su esposa, ni de nosotros, sus amigos, pero estaba bastante preocupado con lo que el joven Rourca le había contado. La presencia de un asesino de ese tipo allí en Khorassym era una amenaza a tener en cuenta. Por eso había decidido actuar sin que nadie se enterase. Tan solo le explicó sus motivos de preocupación a Sheila. Confiaba en ella, tanto como en sí mismo.
—¿Lo sabe mi padre? ¿Y Acthea? —Preguntó la joven.
—No he querido preocuparles. Tan solo lo sabe Shyrim y ese amigo suyo. Fueron ellos quienes me pusieron en alerta.
—¿Cómo crees que puedo ayudarte yo, Aidam? Ya no poseo ningún poder.
—Tampoco los tenías cuando te presentaste a aquel torneo. ¿Lo recuerdas, Sheila? Resultaste vencedora gracias a tu coraje.
—Y gracias a tu instrucción, Aidam —dijo Sheila sonriendo—. Ha pasado mucho tiempo desde entonces.
—Para ti no. Pareces la misma que doce años atrás.
—Eso se debe a que estar muerta rejuvenece —Sheila trató de sonreír de nuevo sin conseguirlo.
—Lo siento tanto...
—Yo elegí mi destino, Aidam. Era consciente de ello cuando decidí luchar. Gracias a tu hija ahora estoy aquí y soy una persona nueva. Mis poderes han desaparecido y no estoy segura de lamentarlo.
Aidam no supo qué decir.
—Te ayudaré, Aidam —continuó Sheila—. Puedes contar conmigo para lo que sea, pero si es algo tan importante como crees, tal vez debería saberlo todo el mundo.
—La cuestión es que no sé si se trata de algo importante. Tan solo tengo una corazonada.
—Entonces lo averiguaremos.

Shyrim bajó la primera a la zona de entrenamiento que habían habilitado en el patio de la casa y se sorprendió de encontrar a Rourca allí. El muchacho practicaba solo con una de las pesadas espadas y no vio llegar a la niña. Esta le estuvo observando un momento antes de hablar.
—Mi padre dice que la perseverancia es el camino hacia el éxito.
Rourca se volvió hacia ella, aún con la espada en la mano.
—Creía estar solo —dijo.
—Acabo de llegar —mintió ella—. ¿Quieres practicar conmigo?
El muchacho asintió.
—Quería darte las gracias por...
—No tienes que dármelas —le interrumpió Shyrim—. Me gusta ayudar.
—Pero tú no me conoces. Hasta hace un par de días tan solo nos peleábamos y ahora...
—Ahora, ¿qué? ¿Somos amigos?
—Me gustaría serlo —dijo el chico con timidez.
—Y a mí también —Shyrim le tendió la mano como había visto hacer tantas veces a su padre. El muchacho se la estrechó—. Ahora ya somos amigos. Prepárate para recibir una buena paliza.
Shyrim cogió una espada de madera, de las que usaban durante los entrenamientos y se aprovisionó de un escudo. Luego cargó contra Rourca.
El sonido de las espadas de madera atrajo la atención de Rondel, que se detuvo a observar a ambos contendientes.
Shyrim acababa de bloquear un ataque de Rourca y contraatacó sin dilación. La espada golpeó en la muñeca del chico haciendo que soltase su arma. Después golpeó con su escudo y Rourca cayó al suelo como un fardo. Shyrim le tendió la mano para ayudarle a levantarse y él la aceptó con una sonrisa.
—Tienes que enseñarme ese golpe —dijo Rourca.
—Lo aprendí de mi padre —contestó la niña.
—Tienes suerte de tener unos padres como ellos. Todo el mundo conoce sus hazañas.
—Algún día seré tan famosa como ellos —dijo Shyrim—. Por eso me entreno todos los días. Ven, te enseñaré como realizar ese golpe.
Rolden salió de su escondite y se acercó hasta ellos.
—Maestro —saludó la niña, inclinando la cabeza. Rourca la imitó.
—Veo que tenéis ganas de aprender. Nunca antes ningún alumno había madrugado más que yo.
Shyrim sonrió.
—Pero las ganas no significan nada si no hay una disciplina. Poneros vuestras armaduras y pertrecharos y luego acudid a mí. Hoy tengo una lección diferente para vosotros dos.

El secreto del dragón. (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora