—¿Qué mosca le ha picado? —Nos preguntó Aidam, confuso.
—No tengo ni idea —dije yo. Aunque creía tenerla.
En ese momento un grupo de mujeres nos rodeó y nos invitó a participar en la ceremonia. Milay fue literalmente arrastrada hasta el estrado de madera, donde la situación había pasado de tibia a caliente, caliente.
—¡No, dejadme! —Gritaba inútilmente mi mujer, sin poder evitar que la arrastrasen hasta una piedra que hacía las veces de altar.
—Yo de ti iría en su rescate —dijo Aidam—. Antes de que algún varón soltero se fije en ella.
Me levanté en el acto y acudí en ayuda de mi esposa. Esta se rio al verme tan azorado.
—Ven aquí, mi caballero andante—Milay me rodeó con sus brazos, agradecida de que hubiera acudido a rescatarla —. ¿Sabes? Llevo puesto el vestido debajo de este otro. Quizá deberíamos...
—¿Lo dices en serio? —Pregunté alarmado.
Ella me miró con picardía.
—Tal vez... —Me sonrió, cómplice—. Claro que no aquí. No delante de toda esta gente... Vayamos a nuestra cabaña.
Sonreí. Eso era otra cosa.
Hasta aquí he de contar, amigos míos, por que lo que a continuación ocurrió es algo que no estoy dispuesto a relatar, aunque eso sí, he de deciros que estuvo muy bien. Magníficamente bien... Ya me entendéis.
A la mañana siguiente no fui el primero en despertar, aunque tampoco el último. Dos de nosotros ni siquiera durmieron en absoluto. El primero de ellos fue Hugh. Ahí donde le veis, pasó la noche rodeado de bellas féminas que hicieron realidad todos sus deseos. Fue divertido y se divirtió e hizo que ellas también se divirtiesen. Un toma y daca en toda regla.
El otro insomne fue Aidam, pero sus motivos fueron totalmente opuestos a los de nuestro querido gigante verde, Hugh.
Aidam no pudo dormir por culpa de aquellas palabras que Sheila le dirigió. En su fuero interno no sabía qué podía haber hecho mal para disgustar a la joven. Él trataba de mostrarse educado y correcto con ella y jamás había insinuado nada de nada. Además, el recuerdo de Acthea aún pesaba demasiado sobre él para plantearse siquiera...
—¡Está enamorada de mí! —Exclamó Aidam, al darse cuenta del significado de las palabras de Sheila.
Al amanecer, si es que podría usarse esa palabra en aquel extraño mundo, Aidam se acercó hasta la cabaña que le habían asignado a Sheila. Debía hablar con ella a y aclarar las cosas. Aún no hacía ni un mes que su esposa y su hijo nonato habían fallecido y era muy pronto para replantearse ciertos asuntos de índole sentimental.
Remoloneó frente a la puerta de la cabaña de Sheila, indeciso, cuando la puerta se abrió y apareció la joven ante él.
—¡Ah! ¡Eres tú! —Dijo Sheila.
—Sí, soy yo —contestó Aidam.
—Quería disculparme por lo de anoche, espero que no te molestases por lo que dije. Estaba algo deprimida y confusa y...
—Te amo, Sheila. Nunca he dejado de hacerlo —las palabras surgieron incontenibles, aunque no eran exactamente las que Aidam tenía previsto decir.
—Lo sé, Aidam —contestó Sheila.
—Quería que lo supieras y...
—Sería un error.
—¿Por qué?
—Porque Acthea aún sigue estando ahí, dentro de tu cabeza. Jamás me permitiría hacerte daño, Aidam, ni mancillar su recuerdo.
—Nunca olvidaré a Acthea, en eso llevas razón. Pero tú lo has dicho, es un recuerdo. No veo ningún impedimento para poder amarte a ti.
—Tendrás que dejar que lo piense...
—¡Claro! No te estoy imponiendo nada, Sheila. Jamás me atrevería.
—Eres un buen amigo, Aidam y quizá deberíamos seguir siendo solo eso: amigos.
Aidam asintió y echó a andar. Le encontré caminando solo y absorto en sus pensamientos.
—Hace una mañana espléndida —dije por decir algo.
—¿Ah, sí? No me había fijado. Aquí siempre parece estar a punto de anochecer.
—Tal vez. A lo mejor es lo que hace que sea tan irreal. Una puesta de sol eterna. El sueño de cualquier poeta.
—Por desgracia ni tú ni yo somos poetas —dijo Aidam, melancólico.
—Sheila ya no es una niña —dije—, y tú, querido amigo, no tienes ningún compromiso ni ataduras.
—¿Tan obvio es? —Preguntó él.
—Sí —asentí.
—Sí, debo parecerte un tonto... Amé a Acthea con locura, Sargon y ahora no puedo apartar la vista de los ojos de Sheila.
—Eso también lo sé, amigo mío. Tendrás que tomar una decisión.
—Ya lo he hecho, pero me ha dicho que no.
Observé a Aidam, tan valeroso, tan fuerte y tan inocente como cualquiera de nosotros y le compadecí.
—Debes darle tiempo —dije—. Sheila cree estar traicionando el recuerdo de Acthea y se siente mal, pero estoy seguro de que recapacitará. Nunca ha dejado de amarte, Aidam.
—Gracias, Sargon. Eso era lo que necesitaba oír... Por cierto, hoy entraremos en esa fortaleza, así que prepárate. Iré a avisar a los otros.
Entrar en esa fortaleza equivalía a un suicidio. Tan solo esperaba que Aidam estuviera acertado en su decisión.
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El secreto del dragón. (terminada)
Фэнтези«Un enemigo venido de muy lejos destruirá el mundo. Un dragón resurgirá del caos. Una joven recuperará la sabiduría perdida. Una niña unirá luz y oscuridad y ambas partes lucharán contra el mal. Revela el secreto del dragón y las tinieblas serán der...