Dragnark caminaba solo —o eso pensaba él— por un polvoriento camino de arena, rodeado de altos farallones de piedra que conducía hasta el lugar donde unos días antes había estado secuestrado junto a Shyrim. Aidam tenía la sospecha de que la lugarteniente de Akheronte aún podría seguir allí, aunque tampoco estaba seguro del todo. De todas formas aquel era el único lugar por donde podían empezar.
Colgado de su cinto, en un saquito de terciopelo, llevaba el orbe que Aidam, no sin cierto reparo, le había entregado. Claro que Dragnark no sabía que el orbe era una fiel reproducción que uno de los mejores artesanos de Khorassym había creado para la ocasión. El nigromante estaba convencido de portar el verdadero y tan solo esperaba el momento oportuno para darse a la fuga y averiguar los misterios que rodeaban al Secreto del dragón, o lo que era lo mismo, el orbe mágico que el dios Thanassos les había entregado.
«En cuanto me libre de ellos». Pensó Dragnark, saboreando su triunfo.
Iba absorto en sus pensamientos cuando escuchó un agudo siseo y una flecha apareció en el camino, junto a sus pies.
—¡Detente! —Gritó una voz de mujer.
Dragnark se detuvo y se dio cuenta de que acababa de encontrar al enemigo.
—No creí que aún anduvierais por aquí —dijo, alzando la voz.
—¿Quién eres y qué quieres? —Preguntó aquella voz femenina.
—Soy el nigromante. He de hablar con Hades —contestó el brujo.
Dragnark aguardó unos segundos y luego el sonido de unas pisadas le advirtió de la presencia de alguien frente a él, en un recodo del camino.
—Soy Hades—. Dragnark la reconoció y de nuevo admiró la sinuosa silueta de la mujer—. ¿Qué buscas?
—A ti. Tengo un presente para tu señor: Akheronte.
—¿Qué puedes tener tú que pueda interesarle?
—Algo por lo que decidirá ser enormemente generoso conmigo. Tengo el orbe del dragón.
Hades pareció estremecerse al escucharle. Luego dio un par de pasos en su dirección. Aquel orbe podía significar su redención frente a su señor.
—Dámelo y yo se lo entregaré a mi amo. Seguro que él te recompensará después.
—Va a ser que no y eso no significa que dude de tu honradez, pero el orbe se queda conmigo.
Hades avanzó aún más y en su mano izquierda brilló el pálido fulgor de un arma.
—Te destriparé y arrancaré el orbe de tus manos muertas —amenazó.
—Podrías intentarlo, pero no te lo recomiendo...
—¿Por qué no habría de hacerlo?
—Porque morirías antes de dar un paso más. Soy un brujo muy poderoso, ¿acaso no lo sabes?
—Lo correcto sería decir que eras un brujo muy poderoso, pero ya no lo eres. No mientras tenga este anillo en mi poder.
Dragnark jadeó al comprobar que Hades tenía su anillo en el que llevaba engarzada una de las lágrimas de Albareth. La joya que le habían arrebatado cuando fue secuestrado. La que le otorgaba todo su poder.
—No te conviene jugar con eso, querida —dijo Dragnark muy calmado, aunque por dentro era un manojo de nervios—. No tienes ni idea de lo peligroso que es.
—¿Qué daño puede hacerme? Yo no soy maga. Entrégame el orbe y yo te devolveré el anillo. Creo que es un buen trueque para ti.
—¡Ni hablar! El orbe es infinitamente más poderoso que ese mísero anillo. Puedes quedártelo. No hay trato.
Dragnark hizo intención de girarse y desandar el camino, pero un grito le detuvo de nuevo.
—¡Espera!
—¿Qué quieres ahora?
—Hablemos. Seamos razonables —dijo Hades.
—Eso es lo mismo que yo he intentado hacer desde un principio. Mi trato es hablar con Akheronte y entregarle yo mismo el orbe del dragón. ¿Lo aceptas o no?
—Está bien. Acepto.
Hades caminó hasta llegar junto al nigromante y se detuvo a escasos metros de él. Dragnark pudo observar entonces su rostro macilento y las grandes ojeras cenicientas que enmarcaban sus párpados.
—Tu nuevo maquillaje es increíble. ¿Es una nueva moda? —Preguntó el nigromante.
—No. No lo es y de eso mismo quería hablarte, brujo.
Aidam no había llegado a escuchar la conversación entre Dragnark y Hades, no desde donde se hallaba oculto, sin embargo no le había perdido de vista en ningún momento.
—Creo que nuestro plan ha dado resultado —dijo en voz baja.
Yo también lo creía. Por lo menos mi hermano seguía vivo y no había acabado ensartado por una docena de flechas.
—Van a llevarle junto a Akheronte. Es hora de seguirle.
—¿De verdad piensas volver a entrar ahí? —Pregunté. Aidam me había relatado lo difícil que fue encontrar la salida la vez anterior.
—No queda más remedio —contestó el guerrero—. Es nuestra única oportunidad de acabar con esta guerra.
—Tienes razón —dije e hice un esfuerzo por levantarme del rincón donde permanecía oculto.
—Yo me adelantaré. Tú ve a avisar al resto y por favor, Sargon, cuida de Shyrim.
—Lo haré, amigo mío. Tú también ve con cuidado.
—Volveré enseguida.
Retrocedí hasta donde nos esperaban nuestros amigos y procuré arrastrarme para evitar que nadie pudiera verme. Pronto estuve junto a Sheila, que acudió a ayudarme.
—¿Todo marcha bien? —Preguntó.
—Sí, querida. Dragnark ha representado muy bien su papel y creo que muy pronto Akheronte hará acto de presencia.
—¿Dónde está Aidam?
—Sé ha adelantado para comprobar el terreno, pero regresará pronto.
—Es muy arriesgado, papá, creo que debería ir junto a él.
—Ya le conoces, es más tozudo que una mula o que mi antiguo caballo. ¿Te acuerdas de él, Sheila?
—¿Pocacosa? Claro que lo recuerdo. De todas formas sigo creyendo que ese nombre no le hacía justicia. Cabalgó junto a ti mucho tiempo.
—Sí, y ahora disfruta de una vida sosegada en casa. Al final no tenía nada de poca cosa. Más bien era mucho de algo.
—Vuelvo enseguida, papá —dijo Sheila de pronto y desapareció por donde yo había venido.
—Hablando de tozudos y de cabezotas —dije.
—¿De qué quieres hablar conmigo, Hades? —Preguntó Dragnark.
La joven se acercó mucho más a él, tanto que pudo hablarle al oído.
—Tus amigos te han seguido, ¿verdad? —Le preguntó.
—Estoy solo —mintió el nigromante—. Robé el orbe y escapé de ellos. Pensaban ajusticiarme, ¿sabes?
—No te creo —dijo Hades—. Sé que no estás solo. Te acompañan varias personas más. Les vimos llegar tras de ti. ¿Aidam está contigo? Porque de ser así me gustaría hablar con él.
Dragnark la observaba perplejo. ¿Qué significaba aquello?
—No sé de lo que me hablas...
—Quiero unirme a vosotros... Eso es de lo que te estoy hablando.
Hades le mostró la mano destrozada y también la que Akheronte le había amputado y que luego los magos oscuros le habían vuelto a reconstruir.
—No puedo soportarlo más —dijo la joven, quejumbrosa—. Terminará por matarme si no hago algo.
—Así que Akheronte es un poquito abusador, ¿no es eso?
—¡Es un sádico y un malnacido y quiero verle muerto! Toma, ten —Hades le entregó el anillo que anteriormente le había quitado—. Como muestra de mi lealtad.
Dragnark tomó el anillo y suspiró al volver a colocárselo en su dedo anular. Su mente cavilaba rápidamente pensando en los pros y los contras de aquella nueva situación.
—Está bien —dijo al fin el nigromante—. Avisaré a Aidam. Tú espérame aquí.
Dragnark no tuvo que alejarse mucho, pues Aidam le espiaba desde cerca.
—¿Qué sucede? ¿Por qué no has seguido el plan? —Le preguntó el guerrero.
—Porque las cosas han cambiado—contestó Dragnark—. Hades quiere unirse a nosotros. Al parecer Akheronte es un maltratador.
—¿Quiere unirse a nosotros?
—Así es. Es tu oportunidad, soldadito... Yo ya he cumplido mi parte del trato y aquí es cuando me largo.
—No puedes irte aún, Dragnark.
—¿No veo por qué no?
—Porque aún tenemos que derrotar al ente oscuro.
—Ese es vuestro trabajo, no el mío. Hasta la vista. Dale recuerdos a mi hermano y a mi sobrina y diles que no los echaré de menos... Y además diles que se olviden de mí...
Aidam desenvainó su espada justo cuando Dragnark daba media vuelta.
—Si intentas huir te mataré.
—Con una sola palabra mía acabaría con tu vida, atontao, pero no tengo ganas de gastar saliva.
El nigromante siguió caminando impertérrito.
—El orbe es falso —dijo Aidam de golpe y Dragnark volvió a detenerse.
—No te lo crees ni tú...
—La idea de entregártelo fue mía. Acaso piensas que iba a darte el verdadero. ¿Crees que confiamos tanto en ti?
Dragnark dudó.
—En parte sí que me extrañó un poco, la verdad. ¿Es falso?
—Tan falso como tu corazón.
—¿Falso, dices?
—Del todo.
—¡Grandísimo hijo de una ramera! Me entregaste un orbe falso y me enviaste aquí, con el enemigo... ¿Qué hubiera pasado si me presento ante Akheronte y se hubiera dado cuenta de que era falso?
—Te hubiera matado sin duda, pero tampoco se perdería gran cosa —respondió Aidam, cínico.
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El secreto del dragón. (terminada)
Fantasía«Un enemigo venido de muy lejos destruirá el mundo. Un dragón resurgirá del caos. Una joven recuperará la sabiduría perdida. Una niña unirá luz y oscuridad y ambas partes lucharán contra el mal. Revela el secreto del dragón y las tinieblas serán der...