«Un enemigo venido de muy lejos destruirá el mundo.
Un dragón resurgirá del caos.
Una joven recuperará la sabiduría perdida.
Una niña unirá luz y oscuridad y ambas partes lucharán contra el mal.
Revela el secreto del dragón y las tinieblas serán der...
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Dragnark giraba el anillo en su dedo, pensando en el hechizo que destrozaría a aquel hijo de mil padres y relamiéndose de antemano, cuando el filo de una espada se posó en su cuello. —Deja las manos quietas... —dijo una voz a sus espaldas. —Hola, sobrina, te echaba de menos. —Sí, seguro. Dame ese anillo. —¡Jamás! —Exclamó Dragnark—. Tendrás que matarme si lo quieres. —No me tientes —resopló Sheila. —Os ayudaré —prometió el nigromante —, pero no puedes dejar a un anciano indefenso. —Sí nos ayudas dejaré que te quedes el anillo —dijo Aidam—. Ahora llévanos junto a Hades. —Nos está esperando aquí mismo —dijo el brujo, echando a andar. Sheila tomó del brazo a Aidam y le miró a los ojos, tratando de adivinar cuál era su juego. —Eso que acabas de hacer es muy peligroso —dijo la joven. —Lo sé, pero necesitamos su ayuda y si le despojamos de su poder para qué podrá servirnos. —Pero ese poder puede volverse contra nosotros. Dragnark es ladino, tramposo y embustero. Tan solo piensa en él mismo. —¿Venís o qué? —Le llamó Dragnark. Hades les esperaba ansiosa. Nada más verles, inclinó la cabeza ante Aidam y Sheila. —¿Creo que tienes una propuesta que hacernos? —Preguntó el guerrero. —Así es. Quiero ayudaros a matar a Akheronte. —¿Por qué habríamos de fiarnos de ti? —Preguntó esta vez Sheila—. Eres nuestra enemiga. —Lo era. Observad mis manos y lo comprenderéis. Aidam ya se había fijado en las manos de Hades, pero Sheila se sorprendió al verlas. —¿Eso te lo hizo Akheronte? —Le preguntó. —Como castigo por mis errores. La próxima vez me matará. Estoy convencida de ello. —¿Así que buscas venganza? —Quiso saber Aidam. —Busco su exterminio. ¿No es eso lo que también buscáis vosotros? —Hades volvió a ocultar sus manos, molesta por el escrutinio—. Sé dónde se encuentra. Ahora mismo duerme. Nuestro mundo le fatiga y ha de descansar si quiere permanecer aquí. Es nuestra oportunidad. Aidam buscó la mirada de Sheila y la vio asentir. —Está bien —dijo—. Tendremos que fiarnos de ti. De todas formas, pensó Aidam, el orbe estaba a buen recaudo, lejos de allí, oculto en el fondo de un viejo arcón cerrado con llave. Akheronte jamás podría obtenerlo. —Iré a buscar a los demás —dijo Sheila, poniéndose en marcha.
El interior del subterráneo era húmedo y oscuro. Las estancias vacías se sucedían unas a otras, mientras nuestro pequeño grupo avanzaba en silencio a través de los largos pasillos. Hades nos guiaba, seguida por Sahsah, que también había decidido unirse a nosotros, lejos de donde se encontraban los soldados que protegían a Akheronte. El ente oscuro contaba con una selecta guardia de guerreros que no pertenecían a nuestro mundo. Los había reclutado expresamente en el reino de Soyam, su hogar y tampoco eran mercenarios humanos, sino algún tipo de bestias con las que aún no nos habíamos enfrentado. Hades se detuvo frente a una pared vacía y manipuló una de las piedras que la formaban. De improviso la pared se hundió en un oscuro pasadizo dejando a la vista un nuevo camino. —Tomaremos un atajo —dijo Hades, internándose en el hueco. Los demás la seguimos sin rechistar, aunque yo aún seguía preguntándome si no nos estaría conduciendo a una trampa. Caminamos encorvados un buen trecho hasta que una gruesa reja de hierro nos cortó el paso. —Detrás se hallan los aposentos de mi señor. Debemos ser silenciosos y evitar cualquier ruido. Todos asentimos en silencio. Yo tomé a Shyrim entre mis brazos y apoyé un dedo sobre sus labios. Ella indicó que me había entendido. Hades arrancó la reja en silencio y la depositó en el suelo con muchísimo cuidado. Uno a uno fuimos entrando en aquella basta sala y todos aguardamos a que Hades nos diera una indicación. Aidam y Sheila ya tenían sus armas a mano. Sahsah había tomado su arco y Hugh su gigantesca hacha, mientras que Dragnark, Shyrim, Milay y yo, aguardábamos tras ellos. Hades también sacó sus afilados cuchillos y parecía ansiosa por terminar de una vez con la vida de su señor. Al fondo de la estancia se distinguía un lecho de increíbles proporciones. Era tan amplio que habrían podido acostarse tres personas al mismo tiempo, sin embargo el cuerpo del ente oscuro parecía abarcarlo por completo. En toda mi vida no había contemplado a un ser humano tan gigantesco. Dormía o eso parecía a simple vista, pero todos estábamos prevenidos por si algo sucedía. —Akheronte es un semidiós. Ningún arma común puede herirle —susurró Hades—. Tan solo un arma potenciada por la magia puede acabar con su vida. Mis dagas lo son. Me pregunté por qué no nos lo había indicado antes, pero antes de formular aquella pregunta en voz alta, vi como mi hermano invocaba su magia y conjuraba de la nada una mortífera espada. Dragnark se la entregó a Aidam y este asintió con la cabeza. —Te hubiera prestado una de las mías, pero está bien. Es el momento —musitó Hades. Aidam se adelantó a nosotros y fue acercándose con paso sigiloso hasta el lecho donde dormía Akheronte. Llegó junto a él sin que el gigante despertase, le vi alzar la espada sobre su cabeza y... Todo sucedió tan rápido que no supe reaccionar. Shyrim, a quien yo tenía junto a mí, se soltó de mis brazos con un fuerte empujón, que estuvo a punto de hacerme caer y gritó con todas sus fuerzas: —¡No puedes hacerlo, padre! El grito resonó por la habitación tan fuerte como una estruendosa campanada. Akheronte abrió los ojos al instante y se percató de la peligrosa situación. De un fuerte empujón apartó a Aidam, que cayó sobre una de las mesas que había junto al lecho, volcándola. El caos que se originó a continuación fue tan súbito que ninguno supo qué hacer. El arma mágica que el guerrero sujetaba se desvaneció en el aire al verse roto el hechizo y Aidam se puso en pie para enfrentarse al ente oscuro con sus manos vacías. La mirada de Akheronte se clavó en todos nosotros, pero especialmente en Hades. —¡Perra traidora! —Gritó. De un salto llegó junto a su lugarteniente y su mano hizo presa en el cuello de la joven. —Debí haber acabado contigo hace mucho tiempo. Akheronte alzó a Hades del suelo, mientras ella arañaba y pataleaba sintiendo la asfixia. Su rostro se volvió carmesí mientras el gigante no cesaba de apretar cada vez más fuerte. Aidam golpeó a nuestro enemigo con sus puños, pero fue como si golpease una pared de piedra. Una flecha voló rauda desde el arco de Sahsah, rebotando en la piel del ente oscuro sin hacer mella en ella. Sheila atacó con sus dos espadas, sin embargo tampoco logró herir al ciclópeo semidiós. Una de las espadas se partió en pedazos al impactar contra su pecho. —¡Viles gusanos! —Rugió Akheronte—. ¿Pensáis que podéis hacerme daño? Hades ya no tenía fuerzas para debatirse y su cuerpo colgó flácido de la garra que la alzaba del suelo. Su cuerpo sin vida se estrelló contra una de las paredes cuando Akheronte la desdeñó como si fuera un objeto inservible. —¡Ahora acabaré con todos vosotros! Akheronte se revolvió hecho una furia y golpeó a Aidam en el estómago con tal fuerza que nuestro amigo se retorció de dolor, hecho un guiñapo. Milay saltó sobre el semidiós y clavó sus garras en sus hombros, pero Akheronte se la quitó de encima como a un molesto insecto. Vi rodar a mi esposa por el suelo y golpearse muy fuerte contra la pared, después tampoco se levantó. Dragnark se había retirado hasta uno de los extremos de la estancia y creí que se disponía a huir como un cobarde, pero me equivocaba. Sus labios se movían silenciosos mientras preparaba un hechizo. Yo por mi parte decidí imitarle. —¡Contemplad la ira de un dios! —Gritó Akheronte, mientras avanzaba hacia mi hija Sheila. Esta retrocedía, tan asustada como una niña pequeña, hasta que una de las paredes le impidió seguir avanzando. —¡Os presentáis ante mí como ratas furtivas y pagaréis bien caro vuestro error! Sahsah se interpuso entre Sheila y el titán, pero Akheronte la golpeó con una fuerza descomunal. La joven arquera se desplomó en el suelo sin vida. Una de las manazas de Akheronte apresó a Sheila por el cuello y vi como sus pies se alzaban del suelo. Sheila arañaba el musculoso brazo del ente oscuro mientras la asfixia la envolvía a ella también. En cuestión de segundos iba a morir y yo no sabía qué hacer. El hechizo que preparaba se había esfumado de mi mente. —¡Suéltala! —Gritó Shyrim en ese momento y la vi acercarse hasta el gigante. Desde que había gritado, instantes antes, despertando a Akheronte, no había vuelto a verla, sin embargo ahora avanzaba sin miedo alguno en dirección a una muerte segura. —¡He dicho que la sueltes! —Exclamó la niña con una voz que no parecía la suya. Acto seguido golpeó a Akheronte en una de sus piernas y este se derrumbó como si una montaña le hubiera golpeado. Sheila cayó al suelo, mientras el aire volvía a inundar sus pulmones y ella tosía incontroladamente. —¡¿Qué?! —Preguntó el gigante, tan confuso como yo mismo—. ¿Quién eres tú? Shyrim no contestó. Tan solo tomó a Akheronte por el brazo y lo lanzó a través de la habitación con la fuerza de un huracán. El semidiós golpeó la pared con tal potencia que la atravesó limpiamente. —¡No puede ser! —Exclamé confuso. ¿Qué estaba sucediendo? Me acerqué hasta Shyrim y la tomé del brazo. Ella me contempló como si no me reconociese. —No me toques —dijo revolviéndose. Emanaba un poder descomunal, un poder tan vasto como nunca antes había contemplado. —¿Quién eres tú? —Pregunté. De una cosa estaba seguro. Aquella niña que tenía delante no era la pequeña Shyrim que yo conocía. —Mi nombre es Runa. El ente oscuro es mío. No debéis hacerle daño. La vi avanzar por la habitación en dirección hacia el gigante caído, cuando Dragnark lanzó su hechizo. Entonces todo se oscureció.